Hay momentos de la vida de la mujer en los que la depresión amenaza con aparecer como una visita incómoda, no sólo difícil de sobrellevar, sino que viene cuando menos se la necesita y se resiste a marcharse. Suele ser en etapas de tránsito, encrucijadas entre factores biológicos, psicológicos y sociales, poniendo en riesgo la salud personal y familiar. Uno de esos momentos críticos es el embarazo, que supone intensos cambios fisiológicos y psicológicos potencialmente estresantes, lo que supone que la morbilidad psiquiátrica aumente (20 a 40%).
El viejo mito de que el embarazo mejora a las “mujeres neuróticas” es sólo un mito. Pese a ello las decisiones clínicas se siguen adoptando de manera bastante intuitiva y se tiende a evitar los psicofármacos sin sopesar si es mayor el riesgo de darlos o de quitarlos. En la actualidad, se sabe que el riesgo de depresión en el embarazo es elevado y se relaciona con factores psicosociales (pareja, trabajo…), exigencias biológicas (cambios hormonales), y antecedentes personales.
Un factor clave es la supresión de psicofármacos en mujeres que los estaban tomando y estaban compensadas. Esta supresión parece una pauta casi obligada, pero en mujeres con factores de riesgo altos habría que pensárselo dos veces. Aun así, la tónica general es la supresión, ya que el miedo a las malformaciones supera al temor a las consecuencias de padecer una depresión.
Por eso, es encomiable la reciente aparición de un magnífico libro sobre ‘Uso de psicofármacos en el embarazo y la lactancia’
La idea general es que aunque se han descrito ciertos riesgos con el uso algunos antidepresivos durante el primer y último trimestre del embarazo, estos riesgos son inespecíficos y no superan al de no hacer nada. Por eso, adoptando una postura sensata, los autores ‘dictaminan’ que los antidepresivos pueden ser necesarios para aliviar o prevenir las recaídas en los casos más graves, crónicos o recurrentes, y que el riesgo de aplicarlos es, en general, escaso. Aun así, en mujeres con depresión menos graves la psicoterapia sería una buena alternativa. En todo caso, la utilización combinada de fármacos y psicoterapia, de acuerdo con las necesidades de cada caso y momento, sería la pauta más apropiada. Lo recomendable sería mantener controles psiquiátricos frecuentes en mujeres con factores de riesgo, e intervenir inmediatamente que se detecten síntomas sospechosos.
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