No podemos agradar a todo el mundo, porque pretenderlo sería renunciar a ser nosotros mismos.
Demostrar las emociones es saludable y ocultarlas nos enferma.
Tenemos el derecho de no aceptar, sin miedo, lo que nos disgusta y de no sentirnos culpables por las consecuencias de nuestra franqueza. Porque el resultado de mantenerse firme es el aumento de la autoestima, afianza la personalidad y ayuda a autoafirmarse.
Decir que no es difícil, porque todos queremos agradar, quedar bien, no ofender, no decepcionar, ser aceptados y no agredir los sentimientos de las personas que queremos.
Sin embargo, todo tiene un límite, porque la actitud complaciente tiene un costo importante, dejar de agradarnos a nosotros mismos.
Aunque las personas suelen creer lo contrario, la gente que tiene firmes convicciones, segura de si misma, que respeta sus propias necesidades, que se atreve a ser sincera y no permite que la manipulen, es mejor aceptada, tiene más amigos y suele caer bien en todos lados.
Cuando decimos si pero queremos decir que no, nos sentimos peor que si directamente recibiéramos una respuesta de disgusto o rechazo.
Se trata de decir que no, sin dar demasiadas explicaciones, sencillamente porque no podemos acceder a las demandas.
Si nos dejamos manipular para agradar y sentirnos queridos, los demás aprovecharán para usarnos como objetos y entonces nos arrepentiremos, porque nos sentiremos aún peor que si nos hubiésemos atrevido a ser sinceros, guardaremos rencor y resentimiento y estaremos disgustados con nosotros mismos.
Estos sentimientos acumulados algún día explotarán y entonces sí podrán herir seriamente a los que más queremos.
Detrás del deseo de agradar está el miedo a la pérdida y el no saber bien qué es lo que realmente estamos dispuestos a dar y a recibir.
El desagrado, la disconformidad, el descontento cuando hacemos lo que no queremos, produce una reacción en nuestro cuerpo y entonces sentimos dolores específicos que se hacen recurrentes, malestares, nos volvemos menos resistentes a las infecciones y hasta llegamos a padecer disfunciones orgánicas. Porque el cuerpo también se niega a aceptar las exigencias de los demás y lo manifiesta como puede, bloqueando la energía y produciendo desequilibrios, cuando las emociones no han sido expresadas con las palabras adecuadas.
Soportar, aguantar y tolerar más de lo suficiente sin expresar lo que sentimos, puede hacer que estemos siempre enfermos, que es la manera patológica de no enfrentar las situaciones difíciles o los problemas.
Dar demasiadas excusas cuando se dice que no, es demostrar que uno no está convencido de la propia decisión, que en el fondo nos sentimos culpables por no estar bien seguros de lo que deseamos.
Decir que no es rechazar una propuesta que por alguna razón no podemos aceptar, pero no significa rechazar a la persona que la hace ni tampoco tener la intención de ofenderla al negarnos satisfacerla.
Es importante mantenerse firme y asertivo al negarse, sin dejar la impresión que es una decisión que puede ser modificada si insisten; y no es necesario alterarse ni aprovechar la situación para pasar viejas facturas que nunca hay que relacionar en el presente, ni tampoco demostrar un exceso de entusiasmo al defender una posición porque no aporta ningún fundamento a lo que se dice y tiende a predisponer a los otros a contestar en la misma forma.
Se puede aprender a decir que no con elegancia, manteniendo la tranquilidad, sin perturbarse ni sentirse incómodo por ser sincero, ya que los otros tienden a comportarse como espejos de nosotros mismos haciendo lo mismo.
Además, no hay que pensar por los otros ni adelantarse imaginando sus reacciones frente a nuestra conducta, porque generalmente es diferente.
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