Nos hace impotentes el miedo a la gente.
El miedo es la enfermedad típica de los tiempos actuales y está asociado con la depresión porque puede ser uno de sus síntomas. Pero también puede ser una afección neurótica que enmascara el miedo a la muerte.
El miedo nos quita la libertad, nos cierra todos los caminos y no permite vislumbrar ningún horizonte.
El desmedido afán por la seguridad hace que se instale el miedo en una persona, impidiéndole toda creatividad o elaboración de proyectos y obligándola a caer en la mediocridad.
La seguridad en este mundo no existe, no hay nada seguro, la vida no tiene garantía, es pura incertidumbre. La vida es sin dudas, una oportunidad, y si nos alineamos correctamente en hacer lo que nos corresponde, porque nos gusta, lo pasamos bien haciéndolo y nos hace sentir que estamos cumpliendo un propósito, hay que tener la suficiente audacia para arriesgarse.
Cuando una persona tiene miedo a la gente, en parte es porque ha aprendido a compararse con los demás y se siente disminuido. Los otros parecen siempre más exitosos, mejor dotados, con más suerte, consiguen los mejores empleos, las mejores chicas, etc.
La gente que parece ser exitosa también tiene miedo pero son capaces de vencerlo. La diferencia entre unos y otros es que a los que tienen miedo el terror los paraliza, en tanto que a los audaces los incentiva para sentirse más vivos.
El aparentemente exitoso hace todo aquello que teme como un desafío, tiene la audacia de enfrentar sus miedos y ser libre. Aparentemente exitoso porque el éxito está hecho de muchos fracasos previos, tentativas que el miedoso crónico no se atreve a hacer por temor a la frustración.
Una forma de vencer el miedo a la gente es enfrentándola, tratándola, mezclándose entre ella, evitando que el complejo de inferioridad se imponga y teniendo la audacia de hacer algo nuevo.
Trabajar con mucha gente suele ser una forma de perder el miedo.
Un trabajo como recepcionista o como vendedor, por ejemplo, resulta ser la manera más adecuada de liberarse del miedo a la gente, o sea practicando la conducta contra fóbica, que consiste en hacer todo aquello que precisamente se teme.
Las personas fóbicas son demasiado sensibles a la culpa, pueden ser propensos a sentirse responsables por todo lo que pasa y hasta a asumir demasiadas cargas emocionales que no le corresponden.
En lugar de escuchar las voces internas que presagian catástrofes y fracasos es mejor hablarse a si mismo dándose coraje.
Hay que evitar escuchar esa voz interior precavida y cautelosa que surge espontaneamente ante cualquier desafío y reemplazarla por otra voz voluntaria que ayude a enfrentar los miedos.
Cualquier miedo encubre el verdadero y único miedo ancestral, el miedo a la muerte. Si vencemos ese miedo, venceremos a todos los demás.
Para lograrlo hay que entregarse, rendirse, aceptara la muerte como parte de la vida, porque resistirse a la muerte es absurdo porque es inevitable.
Aceptar a la muerte y abandonar el control, que es una ilusión, ya que no todo está en nuestras manos, son los dos grandes pasos que hay que atreverse a dar para llegar a ser libres.
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