Las madres de la Vida/ Muerte/Vida: Mujer Araña
En el conjunto de creencias humanas primitivas, a lo largo de cinco continentes y de un periodo que abarca 5000 años, la araña ha sido vinculada a importantes divinidades en las que residen a un tiempo tanto poderes creadores como destructores. La araña ha sido símbolo de Vida (Creación, fertilidad y sexo) por su capacidad para la construcción de telas orbiculares a partir de sí misma, pero también de Muerte (Guerra y destrucción) por su capacidad predadora y la toxicidad de su veneno. Esta ambivalencia, basada en la interpretación de la actividad, biología y capacidades generales de las arañas, puede rastrearse en antiguos mitos mediterráneos (Mesopotamia, Egipto, Grecia), pero también en el continente africano, en las culturas mesoamericanas (especialmente en la civilización Maya) y entre las tribus de nativos norteamericanos o en las islas del Pacífico.
La araña además ha atribuido a sus divinidades portadoras otros poderes o facultades como la astucia y habilidad para la caza o las actividades de hilado y confección textil. Resulta sorprendente la extensión del mito pero, especialmente, en un símbolo de esta complejidad, asombra la coincidencia de interpretaciones entre civilizaciones tan alejadas en el tiempo y en el espacio.
"Los arácnidos en la Mitología" por Antonio Melic
En la cultura de los navajos, el tejido del Mundo depende de Na´asheje´ii Asdzáa, Mujer Araña, pues es la que teje el destino de los seres humanos, animales, plantas y rocas. Ella es la Tejedora, Creadora de la red del orden cósmico, una representación mítica de la Mujer Sagrada, la Diosa del destino de la vida y de la muerte, así como uno de los personajes que aparece en los mitos sobre los orígenes de este pueblo. Las telas de araña eran las manifestaciones de su excepcional talento en el arte de la tejeduría y su espíritu guiaba la mano de las hábiles tejedoras navajo. Su genio dependía de las leyes de la naturaleza directamente ligadas a la fuerza del sol y del trueno. Así, cuentan los navajos, que Mujer Araña, que vivía en una caverna secreta en el Cañón de Chelly, tejió su primera tela sobre un impresionante bastidor forjado por relámpagos y rayos del sol, en lo alto de Spider Rock, y después enseño a tejer a las mujeres. Mujer Araña explico a las tejedoras cómo utilizar cuerdas para crear figuras alegóricas basadas en los relatos sobre la formación de las estrellas. Los conocimientos pasan de madres a hijas, con arreglo a una tradición que se remonta muchas generaciones. Con frecuencia, se heredaban los utensilios, como la tablilla de separar la urdimbre (hilos verticales), y el peine para apretar la trama (hilos horizontales). En las tribus navaja, toda la propiedad pasaba de madres a hijas.
Para los Navajos, la vida de los seres humanos debes de estar en relación con las estrellas, el Sol, los animales y cualquier elemento natural. Esto sirve para mantener los pensamientos y las acciones en orden, ya que de lo contrario se pierden.
La mujer salvaje. La araña como arquetipo. Lo lúdico, como motor vital.
"La ciudad se va transformando en un organismo, donde los individuos comienzan a sentirse oprimidos e invadidos, ya sea por el ruído, la contaminación visual, la agresión, etc.
Las mujeres, como individuos sociales, ciudadanas, y habitantes de la ciudad, nos encontramos atravesadas por esta realidad, sumándole a ello, las opresiones todavía vigentes, propias de las cuestiones de género. Pero las mujeres, poseemos en nuestra psique, una fuente inagotable de energía y vitalidad que se relaciona con el contacto íntimo que podemos sostener con nuestro lado salvaje, la cual es manantial para la creatividad, que nos permite reciclar y resignificar los infortunios y las luchas cotidianas con las que nos tenemos que encontrar y superar en nuestras diarias tareas, desde las cargas del hogar, hasta el encuentro con la calle y el diario salir a “ganarse el mango”. En la ciudad, la gran parte de las mujeres, nos encontramos solas sosteniendo la estructura del hogar, ya sea porque de echo, lo estamos, o solas a medias, porque el hombre no logra contrapesar y ocupar el lugar que le cabe, para que las cosas sean parejas, en el caso de formar un hogar en conjunto, o tener hijos en común, viviendo tal vez bajo distintos techos. Y las mujeres, como decíamos, tenemos un importante pilar, que nos posibilita dar batalla a los inconvenientes que se nos presentan, ya que como dijéramos antes, la mujer salvaje es el contrapeso que aliviana y ayuda a sopesar el cumplimiento de obligaciones a veces ineludibles, por ser únicos sostenes de hogares.
La mujer salvaje, nos libera, y nos conecta, con lo que Pikola Estés nombra como “el hogar”, ese lugar, donde nos encontramos con nuestra intimidad, lográndose a través de actividades creativas como pintar, dibujar, cantar, etc., u otras tan simples como salir a caminar, sentarnos a comer mandarinas al sol del invierno, disfrutar del silencio de la madrugada, tomar un baño, cepillar nuestro cabello, etc. La mujer salvaje, nos permite, liberarnos, nos da la posibilidad de echar a volar con nuestros sueños, y también la fuerza de realizarlos, nos permite, vislumbrar cada día un día distinto, cada momento único. Sin la conexión con nuestro lado salvaje, las mujeres perdemos el norte de nuestra vida, el sentido, el “qué, cómo y dónde”, porque este nexo es un complejo entramado de sentires, visiones, emociones, que se expresan en acción.
Una mujer que sólo sueña, no está en contacto con su parte salvaje, ya que la mujer salvaje acciona, pelea, lucha, aún con una sonrisa plácida.
Y una mujer que se conecta con su arquetipo salvaje, también, se siente parte de otros, con otros y para otros. Ya no es la mujer, dentro de su hogar o en su trabajo preocupada por los suyos y lo suyo, sino, que es una mujer inserta en un contexto que la sensibiliza hasta la acción, sintiéndose parte pero también comprometiéndose como necesaria para ocupar lugares donde se requiere en forma urgente la visión femenina.
La mujer salvaje que nos habita, nos alienta a recuperar hábitos dormidos y tapados por la creencia que una mujer de hierro, podría ser la solución. Al contrario, la mujer salvaje, conoce sus partes vulnerables, y cuando hace falta para su salud, se retira “a lamer sus heridas”, para reconfortarse y sí regresar a la manada. Porque la mujer que se vincula con su parte salvaje, se sabe parte de un entramado invisible de vínculos y redes, que vienen siendo tejidas desde antepasados. La mujer salvaje, puede sentarse con sus amigas y colegas, y sentirse alrededor del caldero, o vincularse con el sentimiento de las mujeres tejedoras de antaño, que en sus silencios, y en sus puntos y contrapuntos tejían sus propias historias y secretos compartidos. Porque las mujeres nos sentimos “compartidas” por el solo echo de sabernos mujeres. ¡Cuántas nuestras casas se han convertido en guarderías, consultorios seudo sicológicos, bares de ocasión!?, a veces con vecinas, vendedoras de paso, o amigas entrañables.
En la cultura de los navajos existe Na´asheje´ii Asdzáa, la Mujer Araña, que teje el destino de seres humanos, animales, plantas y rocas. Nosotras tomamos la figura de la araña, desde éste lugar, como gestora y tejedora del destino de todos los seres, pero también, tomándonos como parte de un entramado, que nos atraviesa y nos alienta en la fibra más íntima de nuestros corazones a ser arañas que alienten a otros y otras a considerarse parte de éste planeta que habitamos, disfrutarlo y concientizarnos de cuidarlo.
Para tener en cuenta, que el juego, como el arte, son disparadores para conectarnos con nuestra intimidad para encontrar allí, lo necesario para responder como mujeres, a la urgencia que se nos plantea, que nos atañe y nos urge, realizar acciones que tiendan a concientizar y hacernos cargo de que si queremos un mundo mejor para todos, podemos comenzar por realizar mínimas acciones. Que las mujeres, desde nuestro lugar de nutricias -entiéndase la energía femenina- nos debemos el derecho y el protagonismo de ayudar y ser potavoces como lo hemos sido a lo largo de la historia- pero ahora, con más fuerza, de voces que están acalladas o que aún nadie las oye o no fueron oídas, sobre el derecho de vivir en un planeta con tanta riqueza y belleza como el que recibimos al nacer, para las generaciones que nos siguen y también para nuestra propia vejez.
En muchas culturas antiquísimas (como los indios Hopi) aparece la araña, como un ser femenino dador de vida, nutriente también de las piedras, los vegetales, los animales y los seres humanos. Nos interesamos, entonces, por ésta figura, significado y significante de una deidad, que nos identifica, en las grandes y pequeñas cosas, que cotidiana o extraordinariamente realicemos."
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