Cuando conocemos el caso de un adolescente que se arremete o se automutila, pensamos que se quiere hacer daño, castigarse a sí mismo o llamar la atención pero lo cierto es que este síntoma puede esconder un cuadro bastante serio llamado “trastorno fronterizo de la personalidad” o “Borderline”
Este cuadro hace que los jóvenes terminen en las salas de emergencia de los hospitales con autoagresiones, intentos suicidas o consumo excesivo de alcohol. Siempre poniendo en riesgo su vida, al parecer, sin importarles.
Estos jóvenes se sienten en un casi permanente estado de confusión consigo mismos, como si no tuvieran una identidad propia suficientemente constituida que les sujete a la vida.
Lo más resaltante es que tienen verdaderas dificultades para regular sus necesidades desde sí mismos, por lo cual se encuentran a merced de sus propios impulsos, a los cuales no saben poner límites. Viven en una permanente inestabilidad emocional, como en una especie de “montaña rusa”, de la cual -y esto es lo grave del problema-, pueden salir despedidos en cualquier momento.
Intentan combatir su angustia y el miedo que la consciencia de la situación les produce, aferrándose en una relación con cualquier persona, grupo, secta o también en las drogas, el sexo, el juego, etc., y siempre de una forma compulsiva.
Suelen ser personas muy sensibles, que colindan con estados paranoides y violentos. Sus afectos pueden variar de un extremo a otro, incluso varias veces al día, con la consiguiente sensación de inestabilidad y confusión que produce en ellos mismos y en los que le rodean.
Estos chicos viven al límite y no es un tema de rebeldía. Pasan de la euforia a la depresión, de la ingenua credulidad a la desconfianza paranoide, del amor al odio, y todo porque su estructura mental no les permite integrar, psicológicamente hablando, los matices ni las ambivalencias ni la posibilidad de los términos medios. Es un todo o nada.
Existen momentos en los que rompen con la realidad incluso puede aparecer un brote de locura (psicosis).
Esta forma de “estar en el mundo” los hace cometer, a veces, actos de graves consecuencias como robar, cortarse, agredirse o hacer daño. Están en la búsqueda de una “identidad perdida”.
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