El miedo como emoción psicobiológica no es, de por sí, una forma de patología; al contrario, es una emoción fundamental para la adaptación de los animales y de los seres humanos en su ambiente. Sin una dosis de miedo no se sobrevive, puesto que ésta es la reacción que nos alerta ante los peligros reales y nos permite afrontar tales situaciones después de haberlas reconocido como peligrosas. En efecto, la idea que hay que refutar es que un ser humano puede no tener miedo, dado que esto lo volvería un autómata y no un ser vivo.
Sin embargo, como otras reacciones psicofisiológicas, cuando el miedo supera un cierto umbral, el ser humano se bloquea y se vuelve incapaz de reaccionar de forma idónea de acuerdo con los acontecimientos. Por tanto, lo que marca la diferencia entre el miedo como emoción natural útil y el miedo como reacción patológica es que el primero incrementa nuestra capacidad para manejar la realidad mientras que el segundo, por el contrario, limita o incluso anula esta capacidad, encadenando a la persona dentro de la prisión del pánico.
Clasificación entre fobias simples y fobias generalizadas
El criterio más importante para definir una patología fóbica es precisamente el nivel de impedimento existencial a que obliga a quien está afectado por ella.
Podemos realizar aquí una primera clasificación:
1) Las fobias simples: que sólo impiden vivir ciertas situaciones; por ejemplo, el miedo a las serpientes, el miedo al agua, el miedo a los lugares cerrados, el miedo a volar, etc..
2) Las fobias generalizadas: que bloquean completamente al individuo y le impiden vivir la mayoría de las experiencias: por ejemplo, el síndrome de los ataques de pánico o las obsesiones compulsivas, la agorafobia y las manías hipocondríacas.
La diferencia entre las fobias simples y las fobias generalizadas reside, fundamentalmente, en el grado en que se ha estructurado la percepción del miedo, es decir, cuánto ha penetrado éste en la relación del sujeto con su realidad y cuánto, en consecuencia, la limita. Esta diferencia de nivel se convierte también en una diferencia de calidad del miedo, y calidad de vida, pero para el tema de cómo reconocer cuándo el miedo se convierte en patológico, es esencial enfocar la atención en los límites y en los impedimentos que el miedo impone al sujeto.
Desde esta perspectiva se puede considerar patológico al miedo que nos impide desarrollar nuestras capacidades y llevar a cabo nuestros deseos. Mientras el umbral de esta emoción no se convierta en inhabilitador, en el sentido de que realmente bloquea al sujeto en relación con algunas experiencias, tal emoción no debería ser considerada un trastorno que necesite ser curado.
Sólo cuando la percepción del miedo se convierte en inhabilitadora y limitadora nos encontramos ante una forma de patología que necesita ser tratada. Al respecto, no se debe subestimar el hecho de que cuando una persona empieza a restringir sus experiencias sobre la base del miedo éste tiende a ampliarse y a limitar cada vez más las experiencias hasta convertirse en una incontrolable fobia generalizada.
Cuando se require tratamiento para el trastorno fóbico
Por lo tanto, para averiguar el grado del trastorno fóbico basta medir hasta qué punto nuestros miedos nos impiden llevar a cabo nuestros deseos y desarrollar nuestras capacidades. Para hacerlo no es necesaria la ayuda de ningún especialista, puesto que cada uno puede saber más de sí mismo que cualquier otra persona. Está claro que, una vez detectado que el miedo ha superado el umbral en que favorece nuestra adaptación y se convierte en reacción de desadaptación, se hace necesaria la intervención del especialista.
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