Alejandro Jodorowsky:
Historia japonesa:
Un joven, queriendo aprender a manejar con destreza la espada, le dice a un viejo Maestro samurai: “¿Qué debo hacer para ser un campeón como usted?”. El viejo le responde con una palabra: “¡Atención!” “Pero, Maestro, ¿sólo eso?” “Sí, atención.” “¿Y qué más?” ¡Atención, atención!”.
Cuando no tenemos una cultura mística, nos creamos una serie de ideas complicadas sobre lo que es meditar. Creemos que hay que “meditar sobre un tema”, o bien, imaginar diferentes dioses, o proceder a una íntima crítica, o escarbar recuerdos hundidos en la memoria. En el fondo, la mejor meditación es de una gran simpleza:
Toda tu fuerza mental debes fijarla en un sólo motivo, en lo que es más importante para ti en este momento. Exactamente como cuando haces una fotografía. Es lo que puedes llamar “punto de tracción”, la mínima parte por donde arrastras al todo. En cada acción que haces, debes encontrar el punto de tracción y fijar tu atención en él para que el resto lo siga. Si no eres capaz de fijar tu atención en un punto determinado, no dominas a la totalidad y vives en la confusión.
Para cambiar la imagen artificial de nosotros mismos creada por la familia, la sociedad y la cultura, debemos lograr detener el río de palabras que inunda nuestra mente y comenzar a buscar en nuestro espíritu en plena mudez. Eso es muy, muy difícil. El Ego es una especie de animal que no cesa de palabrear, pero el Ser esencial, el alma, no habla. Ese el inmenso problema que tienen los poetas, porque la tarea principal de la poesía es expresar el silencio del alma con palabras. Cuando hay exceso de palabras, no hay verdadero amor. Las palabras no son la cosa. Si el poeta describe al amor, no nos muestra el amor sino una descripción subjetiva de lo que él cree que es el amor. Pero el amor verdadero florece en la ausencia de palabras.
Si tienes una fuerte angustia, apenas detienes el flujo de palabras que se agita en tu mente, esa angustia desaparece. Sumid@ en el silencio mental fija tu atención en lo que sientes corporalmente, hasta que encuentres el sitio donde yace la sensación que es raíz de tu angustia. Puede estar en el pecho, en la garganta, en tu sexo. Al ubicarla, acéptala sin emitir pensamientos y poco a poco deja que se vaya esfumando, tal como una nube negra que se disuelve en el cielo azul del mediodía.
Freud, en su libro “Metapsicología” habla de “pulsiones”. Impulsos que cuando no se realizan enervan al sistema nervioso. Lo que más desea el sistema nervioso es estar en calma. Date cuenta: todo lo que enerva al sistema nervioso es desagradable, y todo lo que lo calma es agradable. Las palabras agresivas, negativas, enervan tu sistema. Pero también las palabras dulces, amorosas lo enervan porque sólo son aproximaciones y no el sentimiento real. El inconsciente interpreta a todas las palabras como críticas que demuestran impotencia. La paz aumenta a medida que frenamos nuestras palabras. Eso es meditar: vaciar la mente de palabras, buscar la muda paz de tu Ser esencial y fijar en él toda tu atención.
Haz este ejercicio: Cierra los ojos e imagina algo bello, lo más bello que puedas. Ahora , con ese sentimiento, agradece a todo lo que sucede en tu cuerpo, el funcionamiento de tu corazón, la circulación de tu sangre, la energía de tu sexo, el respirar de tus pulmones, la fidelidad de tus globos oculares, la capacidad de tu carne de cicatrizar las heridas, etc… Agradece después a tus necesidades, siempre vigilantes indicándote todo aquello que prolongará tu vida. Agradece a tus deseos, que te indican donde está tu satisfacción y tu alegría de vivir. Agradece a tus pensamientos que te indican los caminos luminosos que debes recorrer.
Y por fin, agradece a tu atención, porque es ella la que te hace consciente del milagro que es todo lo existente.
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