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Ansiedad y Depresión



La ansiedad siempre ha sido, el miedo a lo desconocido.


La ansiedad puede enmascarar una depresión, cuando se intenta, mediante una actividad desenfrenada, no caer en un pozo depresivo.

En estos casos representa un mecanismo de defensa, un recurso igualmente patológico pero más atenuado para intentar la adaptación y evitar desesperarse.

La ansiedad produce estrés, que es uno de los factores de riesgos de las enfermedades coronarias y del cáncer, y adicciones, que son formas de suicidio lento.

El ansioso tiene una personalidad con características fóbicas y no puede enfrentar sus miedos, por lo tanto huye para adelante, emprende una carrera contra si mismo proponiéndose metas demasiado ambiciosas, superiores a sus fuerzas.

La base de la depresión puede ser arcaica, profunda y desconocida para el sujeto, quien adopta un modo de actuar ansioso que de algún modo lo motiva a seguir viviendo pero lo condiciona para siempre.

Los ansiosos se apuran para todo, son impacientes, no pueden esperar, comen ligero, tragan enteros los alimentos sin masticar y tienen problemas digestivos. Nunca tienen tiempo, porque no pueden estar sin hacer nada y sin entretenerse para “matar” el tiempo.

Tienen horarios severos, de muchas horas, que se auto imponen para evitar que le queden intervalos vacíos de contenido, que es cuando puede llegar a pensar en negativo y tener un ataque de pánico.

Desde el punto de vista psicoanalítico, la personalidad es una estructura que tiene tres instancias: el Ello, el Yo y el Superyo.

El Ello representa los deseos instintivos, el principio del placer, lo que quiero.

La función del Superyo es el ideal del deber ser, la conciencia moral, la auto observación, el juez o censor del yo, que se forma mediante la identificación con el Superyo de los progenitores, o sea con lo que los padres hubieran querido ser.

El Yo es el que se encuentra en relación de dependencia con respecto a los imperativos del Super yo, las exigencias del Ello y la realidad, tratando de hacer equilibrio.

El yo es el defensor de la personalidad en el conflicto neurótico entre el Superyo y el Ello,y se pone en funcionamiento cuando percibe una señal de angustia, es decir, cuando percibe una emoción displacentera.

La personalidad ansiosa se ha identificado con el Superyo, sacrificando al Ello; y el mecanismo de defensa ante la angustia o sensación displacentera es la ansiedad que adquiere un carácter compulsivo y repetitivo.

Para Sigmund Freud, las exigencias del Ello, instancia del aparato psíquico que representa a los instintos, se pueden sublimar, derivándola hacia nuevos fines no instintivos socialmente valorados, como las actividades artísticas o las investigaciones intelectuales.

Desde otros encuadres terapéuticos, como las teorías cognitivas, la ansiedad es un condicionamiento, es decir, una forma de actuar aprendida, por razones que no se necesitan explicar, porque lo más importante para este enfoque es que todo hábito se puede desaprender y que se pueden llegar a adoptar otros nuevos más adaptativos.

El modo en que se percibe la realidad condiciona a actuar siempre igual frente a las mismas situaciones, de manera que un cambio de percepción puede ampliar la perspectiva.

Ver las cosas que pasan desde un punto de vista más alto y apreciar las experiencias como totalidades y no en forma fragmentada, ayudará a identificar los valores relativos que son los que enferman y rescatar los que son esenciales, permitiendo así modificar pautas de comportamientos que afectan la calidad de vida.

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