La sombra
En el proceso de individuación, en el viaje hacia el corazón, vamos descubriendo e integrando diferentes aspectos; el consciente va ganando terreno al inconsciente. Jung denominó sombra a aquellos rasgos o características psicológicas que están ocultos, que han sido suprimidos o rechazados, a aquellos contenidos inconscientes que aún no han visto la luz. Es, según él, « el conjunto de la vida no vivida».
La sombra está formada por todos aquellos aspectos, emociones y conductas que uno cree inaceptables y que por eso rechaza, como la rabia, los celos, la mentira, la vergüenza y el resentimiento. También pertenecen a la sombra el orgullo, la lujuria, la gula y las tendencias agresivas, actitudes que con facilidad proyectamos y reconocemos en los demás.
En efecto, podemos reconocer nuestra sombra cuando reaccionamos de manera exagerada y desproporcionada ante las actitudes, defectos y acciones de quienes nos rodean. Todos esos rasgos y características de los demás que nos molestan y nos afectan, provocando una reacción exagerada de desprecio o animadversión -como la vanidad, el egoísmo, la avaricia, la pereza o la grosería- pertenecen a nuestra sombra.
La sombra es otro aspecto que se desarrolla en la infancia -al mismo tiempo que vamos construyendo el ego- cuando nos identificamos con ciertos rasgos, rechazamos otros y decidimos: «esto soy», «esto no soy». Todos aquellos sentimientos y capacidades rechazados, excluidos por el ego, constituyen el conjunto o «saco» de la sombra.
Lo inaceptable está presente
La sombra familiar son aquellos aspectos, sentimientos y actitudes que la familia considera inaceptables para su imagen ideal, y que por ello rechaza. En algunas familias se permite la expresión de la agresividad o la tristeza, mientras que en otras se desaprueba su manifestación. Hay familias en las que no se censura hablar sobre sexualidad, en cambio en otras es inaceptable expresar afecto o mostrarse vulnerable. Cada uno puede reconocer qué rasgos o características eran inadmisibles en su familia de origen y han permanecido excluidos de la propia vida.
Hemos interiorizado que determinados aspectos son «feos» o «malos», y sin embargo la sombra contiene capacidades potenciales sin manifestar, cualidades que no se han desarrollado ni expresado. Es más, esta parte inconsciente que rechazamos porque no la podemos asumir, cuando la vemos en los demás nos proporciona todo tipo de malestares y conflictos.
Para iluminar ese potencial que se halla en la oscuridad e integrarlo es imprescindible en primer lugar reconocerlo. Trabajar con la sombra implica aceptar lo que hay en cada uno de nosotros: agresividad, ansias de poder, envidia, arrogancia. Ahora bien, aceptar no significa vivir la sombra sino simplemente reconocer lo que no se corresponde con la idea e imagen que he construido de mí. Todos estos contenidos han de ser reconocidos, aceptados e integrados porque, mientras estén reprimidos, actúan en nuestra contra. La sombra puede llegar a ser una amiga generosa si la acogemos, pero una enemiga peligrosa cuando la ignoramos y no la tenemos en cuenta.
Realmente el trabajo con la sombra supone acceder a nuestro potencial inconsciente, lo que posibilita ampliar en muchos aspectos una identidad limitada. Cuando accedemos a la sombra conectamos con nuestras capacidades ocultas, aumentamos el conocimiento de nosotros mismos, nos liberamos de la culpa y la vergüenza, y nos aceptamos de una manera más completa. Al incorporar la sombra podemos dar cauce de una forma más sana a nuestras reacciones y sentimientos, somos capaces de reconocer nuestras proyecciones y, como consecuencia, relacionarnos de un modo más saludable y sincero con los demás.
Un procedimiento para trabajar con la sombra es establecer diálogos imaginarios con ella, exagerando aquellos rasgos que excluimos, teatralizando. Así, vamos reconociéndola y podemos ir integrándola, ampliando nuestra conciencia, para que pase a formar parte de nuestra vida cotidiana.
Aceptar nuestra sombra, liberarnos de su dominio y reconciliarnos con ella forma parte del camino de individuación, de la integración del Sí mismo auténtico. Cuanto más rígidamente estemos identificados con nuestro ego, cuanto más cristalizada se halle nuestra personalidad, más sombra arrojaremos, más dificultades tendremos para reconocerla y más amenazados nos sentiremos por ella.
Amar la imperfección
Las personas que se preocupan en exceso por su imagen tienden a culpabilizar a los demás de cuanto les sucede, mienten y se engañan a sí mismas porque son incapaces de reconocer sus debilidades. Como no quieren asumir su sombra, la proyectan en el exterior y la ven reflejada en los demás. Les cuesta aceptar sus errores y tomar conciencia real de sí mismas, por lo que resultan personas difíciles en las relaciones. Sin embargo, nada hay de malo en reconocer que somos humanos, y que en todos nosotros existen en mayor o menor medida las cualidades y defectos propios del ser humano. Es más, como señaló Oscar Wilde: «No es lo perfecto, sino lo imperfecto lo que precisa de nuestro amor».
Jung afirmó que la sombra contenía un noventa por ciento de oro puro, lo que evidentemente supone tener reprimida una gran cantidad de energía y potencial positivo. Recogiendo la idea del proceso de alquimia del médico Paracelso, máximo representante de la alquimia medieval, Jung realiza un paralelismo para explicar el proceso de individuación en que la mezcla, depuración y transformación de los contenidos inconscientes posibilitan la realización de nuestro máximo potencial.
El hecho de querer afrontar e integrar nuestra sombra nos obliga a reconocer la totalidad de nuestro ser, que contiene el bien y el mal, lo racional y lo emocional, lo masculino y lo femenino, lo consciente y lo inconsciente. El proceso de llegar a ser personas completas y únicas requiere abrazar la luz y la oscuridad al mismo tiempo, albergar e integrar las polaridades que conforman la vida.
La armonía interior se halla en nuestras manos y pasa por esta reconciliación. Completándonos, integrando los opuestos complementarios, encontraremos el camino hacia la paz y el bienestar. Esto implica trascender dualidades, vivir en la paradoja para que pueda emerger algo nuevo, componer una tras otra nuevas síntesis que nos lleven a alcanzar la totalidad.
En el proceso de individuación, en el viaje hacia el corazón, vamos descubriendo e integrando diferentes aspectos; el consciente va ganando terreno al inconsciente. Jung denominó sombra a aquellos rasgos o características psicológicas que están ocultos, que han sido suprimidos o rechazados, a aquellos contenidos inconscientes que aún no han visto la luz. Es, según él, « el conjunto de la vida no vivida».
La sombra está formada por todos aquellos aspectos, emociones y conductas que uno cree inaceptables y que por eso rechaza, como la rabia, los celos, la mentira, la vergüenza y el resentimiento. También pertenecen a la sombra el orgullo, la lujuria, la gula y las tendencias agresivas, actitudes que con facilidad proyectamos y reconocemos en los demás.
En efecto, podemos reconocer nuestra sombra cuando reaccionamos de manera exagerada y desproporcionada ante las actitudes, defectos y acciones de quienes nos rodean. Todos esos rasgos y características de los demás que nos molestan y nos afectan, provocando una reacción exagerada de desprecio o animadversión -como la vanidad, el egoísmo, la avaricia, la pereza o la grosería- pertenecen a nuestra sombra.
La sombra es otro aspecto que se desarrolla en la infancia -al mismo tiempo que vamos construyendo el ego- cuando nos identificamos con ciertos rasgos, rechazamos otros y decidimos: «esto soy», «esto no soy». Todos aquellos sentimientos y capacidades rechazados, excluidos por el ego, constituyen el conjunto o «saco» de la sombra.
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