Uno de los pensamientos más negativos que las personas solemos emplear con nosotros mismos, uno de los peores y que más minan la propia estima, es el de la autocompasión.
La persona que se autocompadece queda inmovilizada, presa de sus propios lamentos y de un estado plañidero permanente que le impide quitarse de encima las amarras que la liberarían de la inmovilidad, del sentimiento continuo de fracaso, de imposibilidad, de poco - o ningún - control sobre su vida. En definitiva, el lenguaje autocompasivo que la persona mantiene consigo misma refuerza su incapacidad para tomar las riendas de su vida y para enfrentarse a los problemas o situaciones malas, por muy terribles que éstas sean. Es la propia persona quien se genera su propia frustración y no el hecho en sí.
Es cierto que suceden cosas trágicas y difíciles, pero si el lenguaje que usted emplea consigo mismo a la hora de enfrentarse a esos momentos dramáticos es esperanzador y de confianza en sus propios recursos, la manera de enfrentarse a la situación variará y, probablemente, los sentimientos que se deriven del manejo esperanzador de sus pensamientos serán mejores. Quizás no sea como desearíamos, pero sin duda, manteniendo con uno mismo un lenguaje positivo y tranquilizador, el resultado es siempre mejor. Si, por el contrario, el lenguaje que usted emplea consigo mismo es derrotista, dramatizador y de autocompasión, el resultado es que poseerá menos fuerzas para enfrentarse al problema, menos energías, porque es usted mismo en su diálogo interno quien se está encargando de quitárselas. Fíjese que mala pasada. Es la misma persona la que se crea una frustración mayor que la que en realidad es. Si entra además en el terreno de la autocompasión, considerándose un perdedor o un fracasado... mal asunto. Ese lenguaje interior es cómo una apisonadora que nos deja exhaustos y sin fuerzas, sintiéndonos incapaces de hacer nada.
La autocompasión es una trampa en donde nuestra autoestima queda hecha añicos. Al autocompadecernos, nos hablamos de nuestra falta de habilidades, de nuestras incapacidades y nos quedamos paralizados regodeándonos, sin darnos cuenta, en nuestra propia pena, en la pena que nos inspiramos a nosotros mismos. Llegamos a convencernos de que somos inherentemente incapaces o, simplemente, de que no somos buenos, de que nadie nos querrá, de que somos unos fracasados, que somos poco inteligentes y que nunca sacaremos la nota deseada... Montones de autoafirmaciones que creemos a pies juntillas. Cometemos errores de "pensamiento", generalizamos, dramatizamos, convertimos un error puntual en un fracaso permanente y transformamos una metedura de pata en una incapacidad absoluta.
¿Cómo combatir esos pensamientos que nosotros mismos nos generamos y que son tan autodestructivos?
Empiece por no dejarse abatir. !Luche! Es cierto que puede haberle sucedido algo terrible, pero dependiendo de la interpretación que usted haga de ese hecho, se sentirá de una forma mejor o peor. Destierre la autocompasión y pase a la acción. Por ejemplo, empiece por apuntar en una columna todos aquellos pensamientos que se dice de manera derrotista y magnificados: 'no sirvo', 'soy un fracasado', 'no podré superar esto', 'esto es el fín'... Al lado, ponga en otra columna todos aquellos pensamientos que rebatan esas ideas absolutistas, de todo o nada, que antes ha anotado. Por ejemplo, pensamientos como 'puedo intentarlo', 'no encontraré la mejor solución pero alguna alternativa me valdrá', 'no es el fín del mundo', 'me tengo a mí mismo', 'no es tan terrible como parece', 'puedo tomármelo con calma'... Se trata de señalar todos aquellos pensamientos que le hagan sentirse mejor, más tranquilo. Dése oportunidades, no se las quite. Diga NO a su autocrítica extrema y, en lugar de la desesperanza, encontrará siempre un camino, más o menos fácil, pero siempre un camino por el que seguir adelante.
Recuerde lo que decía Séneca en el siglo IV A.C.: " Hay que quitar importancia a las adversidades y sobrellevarlas con ánimo ligero: más humano es reírse de la vida que deplorarla. La gente estima más al que ríe que al que llora, porque aquél deja algo de esperanza, mientras que éste lamenta neciamente lo que no cree que pueda remediarse."
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