Nota de despedida que Facundo Cabral escribio para Guatemala.
El Lunes, 11 de julio de 2011 a las 11:30
Temprano, tal y como lo solicite, la amable señorita me llamo a mi habitación para despertarme. Amanecí con un poco de dolor en mi pierna y pensé, quizás un buen baño caliente me alivie el malestar. Luego de varios minutos de luchar con las cuatro llaves de agua fría, del agua caliente, de la tina y de la regadera pensé, como hemos complicado hasta lo más elemental. Resignado y evitando tardarme, termine bañándome con agua helada que no le cayó nada bien a mi quejumbrosa pierna. Ya de camino al aeropuerto recline el asiento y decidí cerrar los ojos ignorando el dolor y regalándole mi atención a asuntos más agradables. Sorprendentemente mi técnica de meditación funciono mejor que nunca ¡Ya no me dolía la pierna! El dolor había desaparecido por completo. Luego me di cuenta que la sensación de bienestar no era solamente porque ya no me dolía la pierna. Lentamente me fui dando cuenta que no tenía hambre, no tenia sed, no tenia frio, no tenia calor, no tenía prisa. Tarde un momento en darme cuenta que ya no estaba vivo. Esto no me entristeció, por el contrario experimente una sensación de absoluto equilibrio; nada necesitaba, nada me faltaba, nada me sobraba, nada debía, nada me debían. ¿Cómo fue que morí? ¡Vaya pregunta estúpida! Expulse a esta pregunta tan rápido como pude ¿Qué más da como morí? No lo recuerdo, mejor aún. Por un brevísimo instante reflexione ¡Vaya, el cielo no era más que el fantasioso consuelo de los insatisfechos! Así que decidí entregarme a esa profunda tranquilidad, pero algo me inquieto, como aquel zancudo impertinente que te pica mientras duermes y perturba tu placido sueño. Por un lado sentía que me había descargado de la pesadez de mi cuerpo viejo y cansado, pero por otro lado comencé a sentir como mi mente, mis pensamientos, mis ideas, mis disparates y mis reflexiones seguían latiendo, y ahora más que nunca. ¿Pero por qué? Tarde algunos instantes en darme cuenta que estaba equivocado, no había muerto por completo. Fue mi cascaron el que dejo de albergarme, pero mis ideas y mi esencia fueron inmediatamente hospedadas en cientos y miles de cálidos corazones. Entonces pensé, la eternidad no era como nos la mal informaron las religiones. Que aventura más emocionante la que ahora me espera. Mientras mi cuerpo físico vivía tuve el placer de viajar por docenas de países, ahora tengo el honor de viajar en miles de corazones que me hospedan llenos de amor. Ahora sí, más que nunca, no soy ni de aquí ni de allá. Pero momento, no todo es color de rosa, algo me perturba y me inquieta. ¿Cómo es eso que los chapines tienen vergüenza por mi muerte? ¡No me jodan por favor, no me vengan con esas boludeses! ¿Cómo que vergüenza? ¿Acaso con ese sentimiento piensan recordarme? Si así es, mejor háganme el favor de no recordarme en absoluto. Mejor olvídenme para siempre e imaginen que nunca existe. No tendría por qué decirlo, porque ustedes son lo suficientemente inteligentes para entenderlo, pero lo hare: la causa de mi muerte nada tiene que ver con el infinito amor de mis hermanos chapines. Por favor, por piedad, por misericordia, que las cabronadas de unos pocos no represente a una nación de almas nobles. ¡Levanta la frente hermano mío! No me recuerdes con vergüenza. Ahora ya no tengo ojos, ahora mis ojos son tus ojos. Ahora no tengo manos, ustedes son mis manos. Ahora ya no puedo escribir, ahora escribo por medio de ustedes, así como lo estoy haciendo en esta nota por alguien que afirma que lo inspire. Vivo en su recuerdo, en su memoria. Que agradable cuando soy bien recibido en un corazón lleno de amor. Pero que agrio cuando alguien me recibe con sentimientos de vergüenza. Hermano chapín, no te avergüences por las cabronadas de un pequeño de grupo. Ese grupo reducido no representa y no debe de representar a una nación de más de 14 millones de almas nobles. Que orgullo si en vida mis palabras sirvieron para bien, pero que lamentable si mi muerte sirvió para evocar estos feos sentimientos. La muerte. Ahora que la conozco personalmente confirmo que somos unos mal agradecido con esta dama. Que desprestigiada la tenemos, que miedo le tenemos. Mas equivocados no podríamos estar. La muerte es tan justa que no discrimina y no juzga, nos recibe a todos por igual. Ella no discrimina, ella corta todas las cadenas, descarga todos los pesos, sana toda enfermedad, perdona toda culpa. La felicidad no es otra cosa más que reconocer que estamos condenados a muerte y que el minuto que estamos viviendo es una infinita bendición y disfrutarlo en plenitud. No le temas a la muerte, acéptala, reconócela, abrázala. Tu llevas la muerte dentro de ti mismo. Mientras estés vivo disfruta cada momento porque estás vivo y no te preocupes porque un días morirás. Es un desperdicio de vida preocuparse por la muerte. No te preocupes por la muerte, porque cuando conozcas personalmente a esa dama, comprenderás que en ella no hay maldad, no hay envidia, no hay hambre, no hay ansiedad, no hay sed, no hay preocupación. Hoy me adelante y conocí a esta dama, pero ella me dijo, no te puedo retener Facundo, porque sigues viviendo en miles de corazones.
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