“Prefiero ser un hombre completo a un hombre bueno”
Carl Gustav Jung,
psicólogo y genio
Ésta afirmación de Carl Gustav Jung me ha venido persiguiendo durante buena parte de mi vida, siguiéndome por diferentes lugares de mi periplo vital. Y todavía lo hace… como la Sombra.
La Sombra es todo aquello que, parafraseando a Robert Bly, “metemos en el saco” e intentamos olvidar por diferentes motivos. Y el saco del que estamos hablando es muy grande: caben desde deseos sexuales reprimidos por no estar bien vistos por la sociedad, hasta la incapacidad de enfrentarnos a la autoridad.
En esencia, son asuntos que desterramos a “otra parte”, lejos aparentemente de nuestro yo consciente para no tener problemas.
Cuando intentamos explorar esa parte de nosotros mismos, nos damos cuenta de que la mejor forma de hacerlo es observando lo que no nos gusta de los demás: el mecanismo de la proyección de nuestros propios aspectos en el otro es un arma poderosa para poder entender de qué hablamos cuando intentamos definir la Sombra.
Otro camino para poder conocer la Sombra es a través de los sueños. En ellos, el llamado “yo vigílico” descansa, y deja que otros aspectos menos controladores aparezcan a la luz.
Una hermosa metáfora de John Sandford al respecto nos explica que mientras estamos despiertos el yo que actúa es como el sol de un día de verano: ilumina todo, pero no deja ver las estrellas. Cuando el sol no está, nos damos cuenta de la diversidad de luces que hay en el firmamento…
En realidad, la Sombra tiene muy mala reputación. Y es que desde siempre se ha tendido a identificarla con el Mal. Pero si analizamos un poco los elementos de nuestro “saco”, nos daremos cuenta de que la Sombra pertenece al Ego, es parte de él: es decir, somos tanto el Dr. Jekyll como Mr. Hyde.
Los intentos de determinadas confesiones religiosas y espirituales de separar la parte “buena” del ser humano de su “otra parte” tiene su origen más claro en el concepto de “privatio boni” de San Agustín: el mal sería la ausencia del bien, con lo que las buenas acciones pueden ayudarnos a erradicar el mal.
De ahí partió en gran medida la visión para mí fragmentada de la personalidad humana, en cuanto a la negación de la Sombra como elemento intrínseco a ella.
También encontramos ejemplos de esta visión naif de la realidad en muchos elementos de la filosofía New Age, donde sólo se intenta conseguir la unión del ser humano con la Luz olvidando la parte oscura que la acompaña inexorablemente.
Cómo Jung nos comenta en la cita que abre este artículo, el “hombre bueno” es un hombre incompleto. Porque la Sombra en sí sólo son aspectos de nuestro propio ego que preferimos no mostrar a la luz de la consciencia. Y sólo tiene el mal que el ego mismo proyecta sobre ella.
No podemos tomar solamente la mitad de la vida. Nos viene dada por entero, y no podemos pretender evolucionar como seres humanos sin estar completos. Los antiguos alquimistas conocían el proceso de integración con la Sombra y lo ilustraron: era una fase que precedía a la unión del ánima y el ánimus, es decir, a la fusión de las partes femeninas y masculinas que también coexisten en nuestro interior.
El trabajo con la Sombra toma diferentes formas: pero todo parte de la sinceridad ante nosotros mismos. No podemos conocernos plenamente si no nos decimos la verdad. A partir de ahí empieza un largo camino de integración vital con nuestros aspectos menos agradables, pero igualmente necesarios… e inevitablemente presentes.
De hecho, y como acertadamente nos cuenta John Pierrakos en uno de sus libros, “ quien pretenda dedicarse a lo espiritual sin haber trabajado antes sus facetas negativas – sus defensas y sus resistencias egoicas – quizás consiga volar alto como Ícaro pero cuando se aproxime al ardiente sol se desplomará pesadamente en el mar de la vida donde acabará ahogándose”.
Sólo hablando con nuestra Sombra podremos ser verdaderamente libres y completos.
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