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Vive como tú quieres vivir ¡¡¡¡


Decídete: el momento de andar por tu propio camino hacia tus sueños es ahora.

Todos sentimos alguna vez la necesidad de emprender otro camino, ya sea a través de una ruptura total de nuestro estilo de vida o mediante el desarrollo de un sueño o un proyecto concreto. Sin embargo, no todo el mundo se lanza a la aventura; los miedos, los prejuicios y la falsa creencia de que no nos merecemos una vida feliz, cortan nuestras alas.

Cuando lo que vivimos no coincide con lo que desearíamos vivir, o cuando nos lamentamos por la vida que podríamos haber tenido, deberíamos preguntarnos por qué. Comprobaremos que la respuesta siempre está en nosotros.
¿Te conformas o te arriesgas?
Tal vez nos hayamos instalado demasiado tiempo en la resignación y el conformismo, o quizás hayamos tomado lo exterior como referencia principal. En tales supuestos, hemos dado prioridad a los valores y actos de otras personas y nos hemos sentido como hormigas, con muy poco poder. Claro que esto no es extraño; estamos acostumbrados a ello.

Desde nuestra más tierna infancia nos hemos habituado a reprimirnos, fundamentalmente para evitar el rechazo del entorno. Aprendemos que hay que controlar nuestras emociones, estrangular nuestra espontaneidad, con el fin de estar “integrados”, no diferenciarnos, para ser apreciados. Y así, agazapados, va disipándose la posibilidad de aplicar nuestra inmensa fuerza. En un momento dado, consideramos normal vivir obviando nuestros valores y talentos y nuestra capacidad para decidir, que, de tanto esconderla, creemos no tener.

Así que nos acostumbramos a una vida sin sobresaltos, pero también sin estímulo, y admitimos que lo vivido es muy parecido a lo que nos queda por vivir. En un momento dado, alguna circunstancia nos lleva a experimentar un ligero despertar.

Sentimos un sutil impulso que nos transporta mentalmente a un tipo de vida diferente, pero que sólo seremos capaces de materializar si trabajamos sobre las barreras que nos han paralizado hasta entonces: nuestras creencias –más heredadas que propias – y nuestras inseguridades. Nos hemos olvidado de nosotros y hemos dado vía libre a un surtido de miedos que nos han ido deteniendo. Si deseamos liberarnos de ellos, antes hemos de reconocerlos y analizarlos, porque aquello de lo que huimos conlleva justo lo que necesitamos aprender para prosperar.

Lo que nos frena
Nuestras principales barreras son el victimismo, la sensación de estar incompletos, el perfeccionismo, la comparación y la desconfianza en el género humano. El trabajo sobre ellas, desde el refuerzo de la autoestima, es fundamental para llegar a ser quien verdaderamente somos y vivir como queremos.

Cuando atribuimos nuestras desgracias a las acciones de otras personas o a las circunstancias, esa falta de compromiso personal es, primero, una elección: la de tomar la decisión de no mandar en nosotros. Si además permanecemos pasivos, estamos tomando otra decisión, la de abandonarnos.

Darnos cuenta de ello no debe hacernos sentir mal, sino esperanzados, porque es muy estimulante saber que tenemos la capacidad y la posibilidad de elegir estar y actuar como queramos hacerlo.

Confía en tu fortaleza
Estamos tan acostumbrados a que nos digan lo que debemos o no hacer que, cuando estamos solos ante una decisión que puede dar un impulso a nuestra vida, nos acobardamos y la dejamos pasar.

Sin embargo, todos nos hemos visto enfrentándonos a problemas de salud, económicos o de otra índole, en los que no disponíamos de tiempo para tener miedo.

Debíamos resolverlos en el presente, en el único tiempo y lugar donde las cosas suceden. Cuando nos acuciaban las preocupaciones, lo hicimos, así que ya sabemos que, si queremos, podemos, independientemente de que lo que mantenga nuestra atención sea un conflicto o un sueño.

Desconfiamos de la corriente de vida y tratamos de hacer la parte que nos corresponde con tanta rigidez que no permitimos que los acontecimientos fluyan naturalmente.
Sostenemos las riendas con miedo, tan severamente que no avanzamos. La búsqueda desesperada e inflexible de un fin implica, en la mayoría de los casos, una línea de sabotaje que puede estar relacionada con la espera de reconocimiento exterior y, por tanto, alejada de nosotros.

Y en la medida en la que nos alejamos de nosotros, lo hacemos también de nuestra meta.

Cuanto más nos centremos en el tipo de vida que deseamos y menos en anhelar la que han logrado los demás, más cerca estaremos de alcanzar nuestro propósito.
Cuando sufrimos por un sentimiento de inferioridad con respecto a otros, nos engañamos; salimos de la verdad unificadora que nos dice que todos somos iguales (que hay para todos), y entramos en un terreno de escasez mental, que nos daña y que perjudica también, directa o indirectamente, a otras personas.

Nadie puede herirte
Nadie nos puede hacer mal mientras conservemos nuestra dignidad, ya que con la autoestima fortalecida, el sentimiento de que alguien nos ataca o impide nuestro avance se diluye hasta desaparecer. Mediante la autorrealización llegamos al respeto y a la armonía de las relaciones, a la aceptación. Sucede, brota como una consecuencia de la atención que nos prestamos. De cualquier modo, si en algún momento se hace insostenible la presión exterior a la que nos sentimos sometidos, es preciso aplicar la asertividad, es decir, actuar de forma coherente con nuestras aspiraciones, y, al tiempo, la empatía, poniéndonos en el lugar de quien no encaja con nosotros, simplemente porque las experiencias vitales de ambos nos han llevado a entender el mundo de una manera muy distinta. Desde esa capacidad de comprensión, veremos claro que todos somos necesarios para la evolución global.

Ahorro de pensamiento
Tenemos una herramienta de ayuda fundamental para reforzar todo este trabajo interior: la meditación, para lograr la “economía de pensamiento”. La reiteración de pensamiento inútil supone un gasto energético ingente, que termina transformándose en negatividad.
Así que, si consideramos este hecho objetivamente, debiéramos evitarlo, pero nos resulta muy difícil liberarnos de juicios y preocupaciones que revolotean insistentemente en nosotros y nos distraen. La meditación sirve (si se le puede aplicar este verbo) para ahorrarnos ese pensamiento sobrante y silenciar la continua charla mental, que no deja lugar para nuevas inquietudes. La mente se calma a través de ella y se vuelve diáfana. Tras la calma llega la lucidez y, de su mano, la fuerza necesaria para que surjan y se desarrollen las ideas. Lo que intuíamos que debía manifestarse, se convierte con su ayuda en un hecho.

El fin de economizar pensamiento es dar menos importancia a lo que cavilamos y más a lo que somos: un gran caudal de sensaciones e ideas frescas que de otro modo se perderían en la confusión y en el sentimiento funesto de la vida. Despertamos así a una visión más amable y lúcida del universo, que nos acerca a nuestra fuente de deseos. En el momento en el que acostumbramos a nuestra mente a los “buenos pensamientos”, comprobamos que la vida no es triste, sino que éramos nosotros quienes lo estábamos.


El valor de lo intangible
Para evolucionar hacia lo que deseamos hemos de realizar un trabajo de relación con nosotros, con nuestros antepasados y con quienes convivimos; pero también hay otra labor solitaria de atención a lo espiritual, a lo metafísico.

Nuestra finalidad última es fusionarnos con lo divino, sacraliza nuestra vida, mejorar como seres humanos y engrandecer el mundo desde el trabajo de nuestra conciencia.

Estamos tan hipnotizados por los ruidos manifiestos que desatendemos la sutileza de lo profundo.

Claro que resulta imposible mantenerse siempre en el mismo nivel de espiritualidad y comprensión, aunque sí darse cuenta de ese “despiste” y retomar la senda.

De otro modo, la “maldad” (en forma de miedos y prejuicios) nos retrasa, desfigura y destruye. La bondad, la cota más elevada de lo intangible, la inteligencia suprema, nos hace bellos, y acoge todas esas actitudes amorosas y compasivas que proceden de la misma esencia del ser humano liberado.

El desapego (o la generosidad), la observación de nuestros pensamientos (o la meditación y la paz), la estancia en el presente (o la consciencia) y el sentido del humor (o esa amalgama de frescura, transparencia, inteligencia y originalidad) son algunas de las herramientas necesarias para llegar a una existencia acorde con nuestras expectativas.
Krishnamurti dice: “Uno representa, como ser humano, al resto de la humanidad”. Por tanto, si no nos gusta lo que vemos, lo más sensato es empezar por cambiarlo en nosotros, lo que a la larga nos reporta beneficios individuales tan valiosos como la libertad y la consecución de nuestros anhelos. Partimos de nuestro cambio, de la persecución de nuestro modo idóneo de vivir, y comprobamos sin pretenderlo que obtenemos más de lo que damos. Desde esta filosofía, nuestra mente se hace más próspera y concluimos en que los pequeños momentos nos hacen felices, sí, pero además podemos ser felices en todo momento, incluso en la adversidad.

Tú eres el mundo
Hemos entendido y sentido que el equilibrio procede de la vivencia de quienes somos, y que lo somos en función de nuestras relaciones con el resto de los hombres, el mundo y el universo.

Con este concepto holístico de la vida, somos capaces de planificar y cumplir nuestros sueños con una mirada más amplia. Y todo se va articulando como debe ser.

Vamos progresando en la medida en que queremos hacerlo, ya no nos estancamos en la resignación de lo que “nos toca”, sino que le hemos dado sentido a nuestra vida desde el compromiso y responsabilidad hacia ella. Experimentamos el placer de hacer lo que nos seduce, habiendo descubierto que lo que sucede fuera es la dimensión material de la fuerza que reside dentro de nosotros.■

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