por PatricioVaras S. (1992)
Mi maestro en la Universidad Católica de Valparaíso, don Luis López González, decía que la educación es un medio y que la cultura es el fin. Decía que entendíamos por cultura: la forma en que vivimos y afirmaba que hombre culto es aquel que conoce el sentido de las cosas y posee el arte de la convivencia.
Por mi parte, con los años, he aprendido que si mejoramos la calidad de nuestras interacciones, mejoramos nuestra calidad de vida y la calidad de la vida. Y cuando hablo de interacciones, digo: con otras personas, con otros seres, con las cosas, con los objetos, con el lenguaje, con las ideas, como mis sensaciones, conmigo mismo, en fin, con el mundo y mi vida.
La educación formal, a través de la escolaridad, lo que ha buscado por siglos es lo mismo: mejorar la calidad de vida y mostrar a las nuevas generaciones la mejor de las interacciones. Y para ello ha creído que el mundo y la vida era un conocimiento señalado y posible y que trasmitido oral y verbalmente, hace a los seres humanos, seres cultos. Absorbida, la educación formal por este supuesto, y observando que el universo le era, en demasía, amplio, profundo e inabarcable, optó, también hace siglos, pro asignarle partes a ese universo. Así, en un ánimo por disciplinar la vida y la creación, nacieron las asignaturas. Y para quienes se sostienen en estos supuestos, seguirán naciendo.
De este modo, por exacerbación, la educación y específicamente la escolaridad perdió su sentido. Su fin: mostrar y señalar una buena forma de vida, fue extraviado. Su medio, en todo caso parcial y dudable: el contenido asignado, se convirtió en el propósito de, en ocasiones, 20 años de asilo escolar.
Hace 25 años la comunidad joven de América señaló que estábamos viviendo en un mundo donde los seres humanos habíamos perdido nuestra identidad personal. A esta pérdida se le llama y se le ha llamado neurosis, es decir bloqueo del crecimiento. Pero estos jóvenes además, expresaron que éste no era un problema de salud, sino de educación, que era la escuela la que en su obsesión de palabras y números había hecho estallar la mente de Occidente y de cada uno de ellos. Habiendo la escolaridad perdido su identidad había arrastrado con ella, en esa pérdida, a sus tranquilas, sosegadas, pasivas y sentadas cohortes de aula. El agua de vida de este desierto obligatorio de 20 años estaba envenenada.
A la escuela podemos imaginarla como un asilo psiquiátrico. A este asilo ingresan los seres humanos desde la cuna, o pueden ingresar. Este asilo psiquiátrico posee: sala cuna, sala para infantes, sala para niños, sala para púberes y adolescentes, salón para jóvenes y adolescentes, salón para jóvenes y adultos y, hoy incluso, salas para la tercera edad. Sus salas psiquiátricas han sido clasificadas, ordenas y organizadas. Se las conoce por sus llamados “niveles”, así se autodenominan como salas o aulas para el prebásico, para el nivel básico, luego para el nivel medio y finalmente, y sólo para algunos asilados especialmente reconocidos, para el nivel superior
Este asilo es legal y, a él, los seres humanos a partir de cierta edad (los 6 años) deben ingresar obligatoriamente, su permanencia en él está regulada y organizada mundialmente. En torno a él giran diversas industrias, tales como la del transporte, la textil, la del papel y las editoras de textos, también participan las industrias televisa, la de los alimentos, la del calzado y de modo central, la industria universitaria.
Existen establecimientos escolares, textos escolares, cuadernos escolares, ropa escolar, calzado escolar, transporte escolar, alimentación escolar, muebles escolares, videos escolares, horario escolar, año escolar, vida escolar, deserción escolar, mortandad escolar. Por cierto existen escolares también, y profesionales que recluidos conjuntamente con estos seres asilados dedican su existencia a estos escolares.
La vida escolar cubre muchisimos años de la propia vida. Aproximadamente 20 cuando se la considera completa; a lo menos 10 años de escolaridad básica, 4 de escolaridad media y 6 de escolaridad superior, llamada universitaria. Durante esos 20 años la asistencia al psiquiátrico es obligatoria de marzo a diciembre, es decir, durante 10 meses. Va de lunes a viernes con un promedio de ocho horas diarias. Los asilados pueden descansar dos o tres veces al día durante lapsos que cubren entre 10 y 15 minutos cada vez. Pero, para ello, deben permanecer en recintos especialmente delimitados para tales efectos, y sólo en ellos, y durante esos lapsos les está permitido, si lo necesitan, gritar o correr o saltar o simplemente reír o más simplemente hablar libremente. Tres veces al año los asilados son devueltos a sus casas totalmente, es decir, no deben ir al asilo. A estos períodos se les conoce como vacaciones. Se han establecido vacaciones de verano, de invierno y de fiestas patrias. Ellas regulan el paso de un nivel a otro, en el caso de las de verano y el término de un tiempo asignado, con las de invierno. También, en alguna forma, regulan, el tiempo de trabajo y de vacaciones de los padres de los asilados.
Sin embargo, esta descripción de la escolaridad no va aún a lo esencial. Lo esencial es que a éstos, denominados para la reflexión, y por analogía, asilos psiquiátricos, los seres humanos ingresan desde pequeños, por ley y sanos. Luego de varios años de permanencia en estos recintos y bajo su peculiar forma de vida o cultura estos seres humanos se liberan de estos asilos, para entonces son adultos e insanos. Esto es lo esencial. Lo esencial es que el psquiátrico de marras no es una cura, sino una enfermedad. Los adultos egresamos de estos asilos, somos dados en algunos casos, de alta con honores, pero vamos impregnados de una forma de ser neurótica y lo que es peor neurotizante. Es decir el efecto del psiquiátrico se extiende por la ciudad, dentro y fuera de nuestras indoctrinadas mentes escolares.
Diversas agencias y personas se han preocupado y nos hemos preocupado de señalar esta anomalía fatal. El psiquiátrico y sus cultores sostienen:
1. Que los seres humanos se echan a perder con el tiempo: que son el crecimiento, la sociedad, la televisión, los padres y las fuerzas del mal quienes enloquecen al ser humano.
2. Que el psiquiátrico, en antecedentes de que esto le ocurrirá a todos los seres
humanos, opta por ingresarlos a todos a sus recintos desde muy pequeños para ver qué se puede hacer, y
3. Que el psiquiátrico es muy poco lo que puede hacer porque no cuenta con medios psiquiátricos suficientes, ni con suficientes profesionales, ni con sueldos suficientes, ni con el apoyo mínimo de esta enloquecida sociedad que rodea el asilo.
Es posible que esto último sea efectivo, pero lo esencial no es mencionado por los cultores del psiquiátrico. La causa esencial por la cual los asilados en vez de mejorar su calidad de vida, salen al mundo dañados está en que el asilo ha extraviado su propósito, ha equivocado gruesamente su método de trabajo, posee un enfoque de la existencia altamente limitado y limitante que genera día a día, gota a gota un modelo de vida, conocimiento e interacción que, entronizado en sus asilados, los torna enfermos y propagadores de esta enfermedad.
En dos palabras la educación formal, por su forma, se ha constituido con los siglos en una entidad extraviada que extravía al ser humano, o al menos, que no resulta ser un aporte para el desarrollo de la identidad de cada personal. Y ¿qué es lo que a algunos los salva y nos salva del extravío? Por cierto no es la escuela, sino la propia identidad que suele y puede ser más poderosa y fuerte que cualquier proceso de desidentificación organizado, y de manera gravitante, el encuentro que podamos tener o haber tenido con hombres notables, es decir, con hombres sabios, con verdaderos maestros.
El encuentro con aquellos seres que han alcanzado o se encuentran desarrollando una forma de vida y existir que los hace hombres cultos. El encuentro, por ejemplo, con hombres tales como don Luis López González, o con el mapuche José Nihuén, o con el jefe del consejo de ancianos Rapa-Nui don Alberto Hotus o, mas cercanamente, con Gabriel Castillo. Y más profundamente, el encuentro con nosotros mismos, con nuestra singular interioridad y con la divinidad que habita en nuestro cuerpo y espíritu.
Como ha afirmado Nietzche: “Cuando un hombre resuelve sus propósitos encuentra los medios que lo llevan a esos fines”.
Decía don Luis López González que cuando se quería cambiar un sistema no había que molestarse en atacar ese sistema, bastaba mostrar la falsedad de sus supuestos. Los supuestos de la educación formal y de la escolaridad son, hoy, falsos; se encuentran fuera de sí y resulta menester que entre todos recuperemos la verdadera intencionalidad de la escuela. No sólo porque sea vital que las escuelas recuperen su identidad, sino porque es bueno que nosotros recuperemos y mejoremos nuestra personal identidad; que sólo así, mejoraremos la calidad de nuestras interacciones y la calidad de nuestras vidas, es decir, recrearemos la creación.
La primera clave estriba en que el universo no es un contenido por conocer, sino algo dado con el cual convivimos. La segunda clave es que el universo no es algo para ser memorizado o retenido en nuestro recuerdo sino algo que resulta necesario percibir y percibir bien; por ende, el primer propósito de la educación, es necesario que sea el de
desarrollar en cada ser humano la capacidad de la percepción y, con ella, la capacidad del darse cuenta, del aprehender la realidad y de meditarla.
La aprehensión de la realidad no es un proceso de lectura ni de análisis sino de comprensión eidética, empática y fenomenológica. Esta aprehensión pasa por la aprehensión del propio ser y del propio cuerpo. De modo que una tercera clave es que el universo sólo lo podemos comprender a través de un comprendedor que somos nosotros mismos, lo cual conlleva la ineludible tarea de aprehender y comprender nuestros propios procesos, métodos y modos de comprensión.
La cuarta claves es que el universo no es más que la interacción de sus propios organismos, unos en relación a otros y que por ende, la percepción que unos y otros organismos se tienen y tienen genera múltiples e infinitos universos aprehensivos, es decir, no existe un universo único, al menos a la percepción y el conocimiento. Por esto, es tan sólo el sentido del universo el que podemos mostrar, sólo su dirección o mejor dicho, la dirección en que potencialmente ocurre.
La quinta clave está en que el universo al ser recibido y recepcionado por nuestro ser, genera y despierta en nosotros, movimientos y expresión, dicho de otro modo, nos conmueve y afecta. En nosotros aparecen sentimientos, emociones y sensaciones que pasan a ser parte constituyente de este universo y que por tanto, merecen ser considerados en la educación y en la vida. El universo no es una entelequía. El universo somos todos nosotros y nosotros vivimos más completamente que una pura entelequía. El universo es también, emotivo.
Diversas agencias y personas, desde diversas posiciones y lugares, hemos luchado y seguiremos luchando, para que las escuelas y la educación recuperen su identidad. Con los años hemos descubierto que el cambio y la innovación no ocurren si no hay conciencia del extravío pero, en ocasiones, tampoco esto es suficiente.
De modo que aquí y allá, hemos ido desarrollando nuevos enfoques, métodos y estrategias para un propósito antiquísimo: que la vida tenga sentido, que la convivencia sea sana, que lo que aprendamos tenga sentido y significado, y que todos, por ser humanos, poseamos este derecho: el de un lugar con maestros que nos iluminen la existencia.
Cuando la educación formal y la escolaridad, resentidas por estos cambios, nos han cerrado sus puertas, entonces hemos abierto nuestros propios lugares, con nuestros propios facilitadores, para dar a quienes lo buscan un ambiente y oportunidades para el desarrollo (en sí y no a través de la escolaridad) del propio ser y de nuestra interpersonalidad. Así, hemos abierto campo a métodos y estrategias que permiten el desarrollo de la percepción, el desarrollo de la conciencia corporal, la expresión de los sentimientos, el conocimiento de sí mismo y de los otros, la clarificación de los propios valores, el conocimiento de lo que es la interacción y la comunicación y, más profundamente, la capacidad de movernos con fluidez, de flexibilizar nuestras mentes y de darle apertura a nuestras actitudes. La capacidad de meditar, de amarnos y de amar a los demás, la capacidad de percibir nuestro silencio y, en ocasiones, en el tráfago del mundo, la
de escuchar a Dios.
Ahora bien, en el proceso de desarrollo de la propia identidad existen, a mi parecer, tres conceptos básicos: Identidad, Contacto y Balance. Entiendo por Identidad ser tan solo lo que somos y, a la vez, intentando ser lo mejor que potencialmente podemos ser. Esto nos lleva a la necesidad de conocer nuestra mejor posibilidad y de intentar serla auténticamente. Llamo valor o valores a nuestra mejor posibilidad personal e interpersonal de existencia y llamo autenticidad a la aceptación de esta propia e íntima vocación, sin desvíos ni apariencias.
Contacto es nuestra capacidad de ser, estar y sentir con otro. Contiene nuestra capacidad de percepción real, del otro y de lo otro, pero a la vez interesada y solidaria; porque al mundo, más que a conocerlo, hemos venido a vivirlo, convivirlo y co- existirlo. Sin límite y contacto no poseemos la más mínima posibilidad de diferenciarnos de lo otro y, por lo tanto, de singularizarnos e identificarnos. De modo que podamos acceder a nuestra interioridad. El contacto no es un asunto sólo de percepción o conocimiento. El contacto es un asunto existencial, físico, orgánico, energético. En el contacto se nos juega la vida y la manera de existir. Ambas, realidades más definitivas que el mismo conocer.
Balance lo entiendo como la capacidad de contacto sin la pérdida de identidad y sin pasar a llevar la identidad del otro o de lo otro. por ejemplo, en el plano interpersonal, dos formas típicas de carencia de balance son el abuso y la manipulación. Fundamentalmente, el balance lo perdemos por carencia de respeto, ya sea para con otro, para con la naturaleza o para consigo mismo.
Desde luego quien posee escasa identidad, posee también pocas capacidades de contacto y un balance distante, difuso y menguado. Sólo personas nítidas, integradas e íntegras pueden por tanto ofrecer a otros, oportunidades de buena educación y de desarrollo de la propia identidad. Quien posee identidad y la manifiesta, posiblemente encuentra su mejor posibilidad, incluida la vocación de amar, de dar, de respetar y de generar a otros oportunidades de desarrollo y conocimiento personal e interpersonal.
Posiblemente son estas mismas personas las que nos parecen atractivas, carismáticas y, en algún sentido, notables. Y son ellas, las que en su capacidad de crear ambientes de balance sano, pueden crear una educación formal de calidad y una escolaridad con sentido.
No será la educación formal quien nos dará sentido e identidad, sino al contrario. Serán las personas con identidad las que le darán su verdadero sentido e identidad a la educación. De otro modo no ocurrirá. Como en la novela de Ken Kesey “Alguien voló sobre el nido del cuco”, más conocida por la película “Atrapados sin salida”, será sólo gracias al ingreso de gente sana al psiquiátrico que los asilados podrán recuperar su libertad, aún cuando no sea más que para “aclarar un poco sus ideas”.
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