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Un punto de vista sobre un tema del que poco o nada se habla a pesar de que todo ser humano está condenado a padecer una enfermedad en su cuerpo y en el de un ser querido
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Un enfermo es alguien que hace del silencio su tesoro mas preciado debido a que el ruido lo perturba en exceso, tanto como nadie lo imagina. Un enfermo no tolera las risas de los otros, no por egoísmo sino porque su ánimo está muy lejos de la alegría y muy cercano a la tristeza y al desanimo. Un enfermo es, por encima de todo, un ser muy INDEFENSO, no olvidemos nunca esto. Vive preso de mil temores que lo acompañan día y noche. Esos temores empeoran al anochecer. Entonces aparece el insomnio ya que la vigilia es un mecanismo de defensa ante la posibilidad de que, al oscurecer, cualquier cosa puede pasar.
A un enfermo se le dan medicamentos y comida, como es natural. Lo que sucede es que medicamentos y comida no constituyen, jamás, sus únicas necesidades. Un beso o una caricia, y el ser escuchado y comprendido (ambos imprescindibles) pueden ser tan sanadores como cualquier medicina indicada por un médico. En cuanto a la cama -lugar donde muchos enfermos pasan días, meses o años- éste es el lugar donde los minutos se convierten en siglos dando paso a todo tipo de pensamientos, casi siempre tristes, a veces con kilométricos viajes al pasado, a la nostalgia de tiempos mejores. Aunque se supone que la cama es el lugar de descanso, también llega ser el de la máxima tristeza cuando la persona que sufre una enfermedad se queda a solas.
A un enfermo hay que escucharlo porque él, más que nadie, necesita comunicar lo que siente y piensa y porque padecer una enfermedad no necesariamente lo inhabilita para expresar sus ideas y hacer que éstas se respeten. Por la cabeza de este ser humano pasan miles de cosas y si no drena, empeora. La catarsis, a través de las conversaciones, puede drenar tanto como los drenajes colocados en el cuerpo cuando se precisa de éstos. Sin embargo, no menos importantes son los drenajes del alma y de la psiquis que necesitan expulsar todos los desechos que albergan algunos pensamientos. Se trata de una especie de exorcismo para no causar innecesarias complicaciones psicológicas que no ayudarán a curar las dolencias físicas.
Permitir -en un enfermo- el dolor moral, o el dolor físico, sin hacer nada para intentar aliviarlo, es tanto como torturarlo. Lo triste es que sucede con más frecuencia de lo imaginable cuando no se atienden las quejas que sobre su sufrimiento expresa. El enfermo tiene el derecho inalienable a no sufrir dolor, mínimo a que se haga algo para que sufra lo menos posible ya que el dolor físico trae dolor moral, y viceversa, convirtiéndose en un círculo vicioso de no acabar.
Si a un paciente se le intenta curar con tratamientos de medicina tradicional -incluyendo la cirugía- pero se descuida la parte anímica, todo lo hecho para devolverle la salud podría convertirse en un rotundo fracaso inexplicable para médicos tratantes, paramédicos y cuidadores que no tomaron en cuenta -como parte del tratamiento curativo- lo que yo llamo “el después”. Se trata del después de todo lo hecho por la medicina tradicional. Hago un llamado de atención sobre el cuidado que se debe tener ante un posible derrumbe emocional de un paciente luego de pasar por una intervención quirúrgica o un largo y penoso tratamiento. Ese derrumbe -que forma parte de los tantos imponderables- puede retardar, innecesaria e inmerecidamente, la reincorporación del paciente a una vida normal y lo más grave de todo es que puede conducir a la muerte. Hay casos “sorprendentes” de gente que, después de estar muy recuperada, repentinamente fallece y nadie comprende el porqué de esa muerte cuando ya “estaba tan bien”. En realidad esa persona nunca estuvo bien, tal vez porque en ningún momento llegó a tener un verdadero anclaje a la vida y de eso nadie se percató. O porque “el después” de un tratamiento, o intervención quirúrgica, no fue bueno por complicaciones -u otras causas- y produjo un natural desanimo -o un estado de desesperanza- que no fue atendido y agravó el estado físico y emocional del enfermo hasta que éste no pudo más.
El enfermo, repito, necesita afecto en dosis altísimas. Necesita contacto con otra piel tanto como la necesita un niño para sentirse querido. Necesita PAZ durante su convalescencia. El enfermo debe rodearse sólo de quien lo desea porque él no quiere que lo vean en su condición de persona carente de salud que es cuando la miseria humana queda al descubierto en su aspecto externo. ¿Acaso a un enfermo de cáncer le puede resultar grato mostrarse ante un extraño con la caída de su cabello? ¡No, no le gusta! Eso es lo último que quiere mostrar ya que la falta de cabello es uno más de los aspectos que afectan la psicología de quien recibe quimioterapia. Apartarse de los extraños durante una fase terrible forma parte de la intimidad a la que todo enfermo tiene derecho y que sólo debe compartir con los más allegados, lejos del morbo inhumano de los que no son de su entorno cercano. El ser humano prefiere ser recordado con buen estado de salud. Si está a nuestro alcance evitarlo, no permitamos que sea recordado en la etapa de la peor decadencia.
Un enfermo requiere compañía porque, de por sí, ya su condición de salud disminuida lo convierte en un solitario aterrado aunque no lo demuestre por aquello de que muchas veces la procesión va por dentro. Un enfermo se desanima fácilmente y sin razón aparente para los que no están enfermos que no entienden su desanimo. A falta de esa comprensión -a la que no es fácil llegar- nada cuesta darle a un enfermo algo más de lo que hasta ahora le hemos dado en compensación por los errores involuntarios. Una palabra adecuada, acompañada de una caricia, pueden hacer una gran diferencia en la vida de estos seres desvalidos. Tan indefensos son que algunos no logran alcanzar algo que está a dos centímetros de sus manos porque, cuando enfermamos, es que nos damos cuenta de cuántas limitaciones padece nuestro cuerpo cuando la salud se nos va, cuando lo posible se convierte en absoluto imposible, cuando mover un músculo se convierte en un esfuerzo titánico y doloroso.
Entre una persona sana y una enferma existe una diferencia tan abismal que imposibilita, en gran medida, entender lo que es un enfermo. Hasta que no se les comprenda con la profundidad que lo merecen, el futuro de los que padecen una enfermedad es muy incierto y, por lo tanto, cualquier cosa puede pasar.
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