La empatía es la capacidad que tienen las personas de ponerse en el lugar de los demás.
Algunos tienen empatía de nacimiento y otros la pueden desarrollar, aunque no resulte fácil, ya que también depende del nivel de educación, de las experiencias vividas y del aprendizaje.
Una persona empática puede entender los sentimientos, emociones y pensamientos de sus semejantes y en general son las mujeres las que tienen mayor capacidad de empatía si se las compara con los hombres.
La neurociencia afirma que la capacidad de empatía también se relaciona con factores biológicos, como cierta conformación y disposición de las estructuras cerebrales y de la influencia de algunos neurotransmisores, de ciertas hormonas y de los genes.
Desde este punto de vista, esto se debe, en parte, a las hormonas sexuales que recibe el niño antes de nacer, proceso que hace que el cerebro se organice como para funcionar como varón o como mujer, a través de la acción de los andrógenos y los estrógenos.
Esto no quiere decir que un hombre nunca pueda ser más empático que una mujer, pero según las estadísticas son ellas las que en mayor proporción gozan de este privilegio.
La empatía se compone de dos elementos: uno cognitivo y otro emocional.
El componente cognitivo se vincula con la capacidad de comprender y entender cómo piensa otra persona; y el emocional es poder captar el estado emocional de otro individuo y las reacciones que lo provocan.
Aunque es difícil evaluar la empatía existen cuestionarios y escalas para medirla.
Uno de esos instrumentos de medición que más se utiliza es el Índice de Reactividad interpersonal (IRI), que permite conocer en todas sus dimensiones y desde una perspectiva más amplia, la capacidad de empatía de una persona, incluyendo factores cognitivos como la toma de perspectiva (habilidad para comprender otro punto de vista) y la fantasía (capacidad de imaginar situaciones no reales); y factores emocionales como la preocupación empática (sentimientos de compasión, inquietud y afecto frente al estado de malestar de otro) y el malestar personal (sentimientos de desazón que provocan las experiencias negativas que sufren los demás).
Este cuestionario brinda una medida fehaciente de la empatía de las personas en todas sus dimensiones y muestra que los circuitos neuronales que regulan los componentes cognitivos y emocionales son distintos.
El desarrollo de las técnicas de neuroimagen y el estudio cada vez más profundo del cerebro humano en la persona viva, es lo que permite el avance del conocimiento de estos circuitos.
Las neuronas espejo son las que se activan cuando un sujeto observa el estado motor, perceptivo o emocional de otros, facilitando el comportamiento social y la capacidad de comprender cómo piensan los demás.
La experiencia de la emoción de asco o las sensaciones gustativas agradables, por ejemplo, activan dos estructuras cerebrales que si se lesionan pueden modificar esas vivencias personales y también la interpretación de las de otros.
En cuanto a la experiencia del dolor, las mujeres se muestran más perceptivas que los hombres, por lo que se consideran más empáticas que ellos; aunque la activación y la intensidad de los circuitos neuronales que regulan las sensaciones también dependen de muchos otros factores, como por ejemplo, la personalidad del individuo o el vínculo afectivo con el que experimenta el dolor.
Sin embargo también existen personas que al observar el dolor de otro no registran ninguna activación cerebral.
Las investigaciones muestran que las redes neuronales de la empatía y de la violencia coinciden en gran medida; o sea que puede haber quienes pueden sentir placer frente al dolor de otros, como los sádicos.
Esta diferencia de conducta se debería a factores biológicos y también ambientales.
Estudios realizados con menores maltratados y abusados dan como resultado una actitud más violenta que empática con la posibilidad concreta de dejar graves secuelas psicológicas y biológicas a nivel de estructuras cerebrales; aunque también existen quienes han tenido la capacidad de superar esos traumas, aprendiendo de ellos e integrándolos a su personalidad para poder crecer y madurar.
Fuente: “Mente y Cerebro”, No.47; 2011; “La Violencia: la otra cara de la empatía”, Luis Moya Albiol, profesor de Psicobiología de la Universidad de Valencia.
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