Desde hace algún tiempo, he intentando centrar mis comentarios en algunas sugerencias recogidas en mi propio camino, que pudieran servir de mapa a otros que caminan en su propia búsqueda.
A veces la realidad del mundo o del país me aleja de esa intención y me descubro hablando de todos cuando sólo quería hablar de cada uno de nosotros.
Aún a riesgo de ser acusado (una vez más) de individualista, sigo sosteniendo que al objetivo del bien común le vendría muy bien que cada uno se ocupara de su propio desarrollo, aunque más no sea para poder ayudar más apropiada, mas justa y más eficazmente al prójimo.
Le propongo durante las próximas semanas que usted y yo nos animemos a dar algunos pasos más en dirección de ese crecimiento. Ninguno de estos puntos le será desconocido ni novedoso, solamente deseo invitarlo a que usted se ocupe de prestar más atención a algunos de los desafíos del volverse usted mismo.
Y el primer paso es ocuparse de conocerse, de descubrirse. Descubrir es des-cubrir. Quitar la cobertura. Animarse a sacarse las máscaras y mostrarme ante mí y ante los demás tal y como soy. Es asumir la responsabilidad de todo lo que hago y de todo lo que digo y dejar de pedirle a otros que sean veedores de nuestras vidas.
Conocerse es tomarse tiempo para mirarse interiormente, conectarse con lo que creemos, con lo que sentimos y con lo que somos más allá de todo. Es empezar por el principio. Aquel de las tres preguntas existenciales:
Quién soy?. Dónde voy?. Con quién?.
Tres preguntas que, como siempre digo, deberían ser contestadas en ese orden, para no correr el riesgo de que mi compañía decida mi camino, ni dejar que mi rumbo y mi acompañante decidan quién soy. Un cuento algo kafkiano nos ayudará a reírnos de nosotros...
Había una vez un hombre que tenía mucho miedo a perderse. Todo había empezado un día cuando al revisar unas fotos del curso completo de su colegio primario, fue incapaz de reconocerse.
Esto lo angustió en demasía y se quedó obsesivamente ligado a la idea de que dentro de algunos años tampoco se reconocería en alguna foto o en alguna filmación. Si esto se agravaba, pensó, podría llegar a no reconocerse en un espejo y eso significaría perderse para siempre...
Fiel a su necesidad de reaseguramiento tomó una heroica y extraña decisión: desde ese día se vestiría siempre de marrón.
Pantalones marrones, zapatos marrones, camisas marrones y corbatas también marrones. "¡Así - dedujo -, en cualquier lugar que me vea sabré que el de marrón soy yo!".
Alegre y sereno con su decisión pasó por una casa de ropa y compró su tranquilidad con un buen pedazo de sus ahorros.
En retribución a tan buen cliente, la empresa vendedora le obsequió un pase gratuito para el Instituto de Relajación Antiestrés. El bono prometía masajes, ducha escocesa, saunas, baño turco y piscina, sin ningún costo para el invitado.
El hombre de marrón no dudó en aceptar el regalo y decidió hacerlo efectivo esa misma tarde. Todo era maravilloso, pero cuando en su pequeño box terminaba de quitarse su ropa interior marrón, se le ocurrió pensar que totalmente desnudo ya no podría identificarse como el hombre de marrón; debía tomar un recaudo. Quitó una hebra de su abrigo de lana y la ató en su dedo gordo del pie derecho.
"Si me pierdo -pensó- sabré que el que tiene el lazo en el dedo gordo, soy yo." Con esta tranquilidad, se dedicó a disfrutar de su premio. Tanto disfrutó y tan abstraído estaba que no notó cuando la hebra se resbaló de su pie y quedo flotando en la piscina.
Otro visitante se topó con la hebra y encantado con su color decidió pedirle a su mujer una bufanda de ese mismo tono. Para no perder la hebra decidió llevarla... atada a su dedo gordo del pie.
Cuando terminó el paseo, nuestro héroe regresó a su cuartucho a vestirse, se secó, dejó el toallón y se miró al espejo. Al ver su pie sin hebra marrón, exclamó: "¡Me perdí!".
Algo desesperado salió por los pasillos buscándose. Encontró por fin el lazo marrón atado a un dedo gordo. Levantó la vista mirando a los ojos al dueño del pie señalado y le dijo: "Señor, yo sé muy bien quién es usted; pero ¿me podría aclarar quién soy yo?".
En la hora del comienzo de nuestro verdadero camino, debemos dejar de preguntar a los demás quiénes somos y correr el riesgo de perdernos, para no dejar que nada más que lo interior nos defina.
Jorge Bucay
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