Expresar las emociones es la base de la salud física y mental. Sin embargo, a muchos les cuesta hacerlo, por muchos motivos.
Algunos se avergüenzan de su sensibilidad, otros creen que demuestran debilidad al emocionarse, otros tratan de controlarse para no hacer el ridículo, lo cierto es que la mayoría prefiere la intimidad para llorar y poder expresar su dolor o su tristeza o vivir en soledad sus alegrías.
La vida en las grandes ciudades ha creado una generación de personas individualistas, seres solitarios que no se permiten vivir sus emociones frente a otros.
Sin embargo, la expresión de alegría contagia los demás y esto se puede observar en los espectáculos deportivos, cuando el equipo con el que simpatizamos va ganando; o en las discotecas cuando el ritmo de la música incrementa la emoción de la alegría colectiva; o en las fiestas familiares cuando una copa de más hace desaparecer las inhibiciones.
Los seres humanos se sienten mejor compartiendo sus dolores y tristezas, o sus momentos de alegría con otros, porque los demás pueden acompañarlos a vivir sus dramas y sus alegrías y no tener que soportar en soledad sus tragedias ni guardarse sólo para sí mismos sin compartir, los momentos felices.
Tan contagiosas son las emociones que pueden llegar a afectar nuestra felicidad cuando son negativas aunque no sean problemas nuestros.
Relacionarnos con personas felices nos hace sentir más felices y estar con gente malhumorada y amargada nos hace sentir tristes.
Las neuronas espejos son las responsables porque se activan cuando nos identificamos con las emociones negativas de los demás.
La tristeza, el miedo, la ira, la alegría y el amor son emociones básicas que hay que sentirlas y expresarlas, porque si no lo hacemos tarde o temprano se manifestarán de alguna manera.
Exteriorizar las emociones con intensidad y vehemencia puede ser considerado culturalmente una conducta inapropiada; por esta razón muchos prefieren reprimir sus emociones en público y esperar a estar a solas para exteriorizarlas, si es que se atreven.
El amor es la emoción más difícil de expresar, principalmente a las personas que más amamos.
A la mayoría le cuesta decirles a sus madres o padres que los quieren y abrazarlos; y también les resulta difícil expresarles a sus hijos cuánto los aman.
La alegría es una emoción unificadora porque las personas se sienten más unidas cuando tienen el mismo sentimiento, el cual se intensifica al ser compartido y representa el mejor vínculo entre las personas.
A la gente le gusta emocionarse a través de las emociones que sienten otros. Por ejemplo, los espectáculos teatrales que emocionan y conmueven al público son los más exitosos, porque logran que la gente se sienta identificada con emociones que también son suyas y que las vivan a través de los protagonistas.
Por esta razón hacer teatro es terapéutico porque permite recrear las mismas experiencias de la vida y vivir todos los roles, ponerse en el lugar del otro, darse cuenta cómo se sienten y aprender a expresar todas las emociones.
Las tragedias, que implican tener que representar las emociones más fuertes, paradójicamente resultan más fáciles de interpretar que las comedias, porque hacer reír es más difícil que hacer llorar.
Sin embargo, las lágrimas se nutren de los conflictos, en cambio la risa evita y resuelve cualquier problema.
Vivir las emociones sin ocultarlas hace que la vida no se convierta en una rutina agobiante y aburrida y que se genere el suficiente entusiasmo como para seguir adelante, con la esperanza de poder enfrentarlo todo y a pesar de todo.
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