Callar es más que dejar de hablar; es hacer silencio, esto es: hacer que el silencio sea posible, o también: alcanzar el silencio, que tan presto parece huir de nosotros.
Callar no es seguir conversando, argumentando o insistiendo dentro de nosotros, sin que nadie lo note; tampoco es un acto de ignorancia, cobardía o indiferencia; no es una estrategia, ni un refugio, ni una imposición.
Callar es saludar la propia frontera, es permitirse aprender, es absolver los ecos del pasado, es dar la palabra, es llenar de contenido lo ya dicho y lo que está por decir, es venerar lo inefable y aguardar, con la creación entera, que Dios dé su parecer.
Cuando el hombre calla es porque habla su alma. Para que el alma se exprese hay que callar los labios. El silencio dice lo que no pueden decir las palabras.
Es sabiduría del silencio. Muchas veces el silencio es la forma más hermosa de expresar el amor, así como de no herir a nadie.
Si callas, que el silencio sea más sabio que las palabras. El silencio deice al alma mucho más el bullicio de la aturdida multitud.
Una palabra de más nos puede hacer ganar o perder un paraíso. Hablamos cuando pedimos y callamos cuando no lo podemos dar.
Suele el hombre ser más sabio cuando calla que cuando habla. Aprende a callar y aprenderás a decir las maravillas de tu alma. Es la escuela del silencio.
Nunca confíes en tu lengua cuando tu corazón está amargado.
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