Nuestros fantasmas
Martha Sánchez Llambí
Cada individuo guarda áreas secretas en su vida; cavernas en donde mantiene, distantes de los demás, sus convicciones, su código de comportamiento y lo que conoce de sí mismo que no desea compartir con desconocidos. En otras palabras, aspectos de su personalidad más
íntima, aquello que no quisiera que otros descubrieran de primera instancia porque lo hacen sentirse inseguro, avergonzado.
Los sitios a los que me refiero constituyen bloques de energía paralizada, emociones que no han podido salir a la luz porque nos duelen, nos hacen sentir menos a los ojos de los demás. Tampoco nos gustan cuando logramos descubrirlas alguna mañana al vernos al espejo, desarmados. Entonces es cuando echamos mano de los afeites, nos ponemos otra cara y salimos a la calle vistiendo un escudo descomunal.
Una vez que reconocemos que tenemos áreas de bloqueos emocionales podemos darle salida a los miedos que crean esos bloqueos, podemos ser auténticos y aceptar abrir nuestros corazones, ser vulnerables, mostrar el lado oscuro, así como el lado de luz, sin ninguna restricción.
Cuántas veces hemos escuchado "Ay, ojalá fueras auténtico conmigo". Ser auténtico significa ser real. ¿Proyectamos esa autenticidad al otro? ¿Aceptamos ser reales, sin cortapisas? Hay siempre algo en juego en nuestra actitud y no solamente con los demás; es terriblemente fácil ser deshonestos con nosotros mismos. ¿Por qué es tan atemorizante el ser reales?
Al expresar nuestros temores le quitamos poder a la inseguridad y al fracaso. Nuestra sinceridad nos acerca a los demás puesto que tendremos la capacidad de recibir su afecto con mayor naturalidad. Mientras más tratamos de ser perfectos para que las personas nos acepten más los hacemos sentirse desconectados, agredidos y enojados.
Para poder integrar el miedo a ser auténticos podemos empezar por determinar cuáles son nuestros temores. Estos nacen de cualquier anhelo de perfección para ser aceptados. Estos miedos son los que nos obligan a escondernos detrás de una máscara; nos hacen sentirnos inadecuados, menos que otros.
Una buena solución es tomarnos unos minutos de reflexión para preguntarle a nuestra conciencia la forma en que podemos resolver esos miedos. Será nuestra intuición la que nos responda, quizá al cabo de esos minutos, quizá al día siguiente. No hay que cejar. Una vez que entendamos cuáles son nuestros temores, el siguiente paso es expresarlos verbalmente. Hacerlo constituirá el camino seguro hacia la disolución del poder que han ejercido sobre nosotros porque ahora ya no están escondidos.
La gran sorpresa llegará cuando de nuestros labios salga un sonoro: "Tengo miedo de..." Y digo sorpresa porque nos daremos cuenta que todavía seguimos en el mismo lugar. No cayó un rayo fulminante, no se nos doblaron las piernas, no nos convertimos en una lagartija. Estamos completos. La única novedad es que de nuestro pecho ha salido un suspiro balsámico. Nuestro niño interno (nuestro Yo primario) está feliz al haber sido liberado de tan horrible carga. Ahora sabe que podemos ir por la vida él y yo, en apoyo mutuo, dispuestos a ser verdaderamente felices.
Ser auténtico no es algo que sucede de la noche a la mañana; se trata de un proceso que nos llevará a descubrir cada miedo y a disolverlo. En el momento en que desaparezca nos sentiremos más fuertes y más compasivos con los demás. Será importante no dejar ninguna piedra sin revisar. Deben ser inspeccionadas todas las cavernas. Nuestra intuición nos va a
ayudar a hacer un buen trabajo interno, porque ella sabe que al crecer abriremos las puertas de la verdadera amistad, de la confianza y la felicidad. Estos son los valores reales. Entenderlos y compartirlos debe ser nuestra meta. Es para esto que estamos vivos.
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