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Conducta compulsiva


La conducta compulsiva se establece como una respuesta a la tensión y tiene dos importantes formas de manifestación:

Si dudo de haber dejado la puerta de la calle cerrada con llave, eso me produce una tensión interna que se puede anular si me molesto a volver a subir a comprobar que que la puerta esté cerrada. Ceder a una duda más allá de lo sensato y razonable tiene la virtud de trasformar a la duda en algo insaciable, ya que la sed o materia de la que se ocupa el dudar nunca se sacia con el agua dulce de la comprobación (en realidad se sacia con el gota amarga de la abstención).

Contra más sacrificios inútiles haga para ganar una seguridad total menos experimento la seguridad que proviene de estar realmente seguro por que me fío de mí mismo, y más dependo de un ritual tranquilizador que en vez de dar lo que promete corroe y mina más aún mi seguridad autónoma e independiente.

Para estar seguros de sumar bien, de conducir bien, de hablar bien, lejos de depender de actos compulsivos de control, debo aprender a confiar en mi-mismo/a, ensayando lo imprescindible, atreviéndonos a errar, aprendiendo a ser benevolentes y prácticos con nuevas equivocaciones.

La compulsión consiste, más que en una adecuada resolución de lo que la produce, en un desvío hacia otra cosa que nos distrae, que nos da placer o simplemente otra preocupación distinta.

2.4. Comer
La comida es un salva-angustias muy utilizado. Comer es agradable, nos procure la sensación relajante de estar saciados y tranquilos. El sopor de una digestión contiene tórpidas brumas en las cuales nuestras preocupaciones parecen ocultarse por momentos. Algunos alimentos que contienen azúcares, abundancia de hidratos de carbono (dulces, pastas, por ejemplo) tienen una inmediata virtud de desvío de atención. Los sentidos no pueden dejar de estar concentrados en los estímulos gustativos dando más cuerpo que alma atormentada. También el placer sexual puede tener esta utilidad de olvido-por-el-cuerpo y convertirse en una conducta compulsiva.

La naturaleza recompensadora del placer tan instintivo del comer puede ser utilizada fácilmente para dulcificar lo amargo. Damos dulces a los niños más que para premiarlos por merecimiento como una forma de complacencia en verlos golosos y agradecidos, evitar la tristeza de una decepción, conquistar su afecto o desviar el ser reprochados u odiados por ellos.

No es infrecuente en la crianza infantil que la hora de comer sea una guerra, porque el niño no come la cantidad o calidad que pretendemos, lo hace de forma tan lenta que nos obliga a presionarlos, haciendo con ello que vaya todavía más lento y le divierta nuestro desespero de ver que se enfría la comida y que se nos acumulan las tareas pendientes.

La hora de comer puede tener unos contenidos que se asocian, como el placer de charlar tan querido a los humanos, pero también su reverso, el afán de discutir y hacernos reproches comiendo o mostrarnos hostilidad, tensión y frialdad (haciendo que la comida se atragante).

También podemos inducir en los niños una serie de sentimientos que pervierten el placer de comer como cuando nos avergüenzan de lo glotones, cerdos, asquerosos, maleducados, impresentables, etc. que somos, y cuyo eco se da con frecuencia en los sentimientos que surgen en la conducta bulímica, en la que la persona come para calmarse y ello le hace sentir culpabilidad, repugnancia, vergüenza, con lo que se genera una nueva ansiedad peor que la que se trataba de calmar y que de nuevo pide a gritos ser reparada con el pastel envenenado que la produce.

Si ya desde niños comemos más porque nuestros padres se angustien menos de sus ansiedades cuidadoras, no es de extrañarque de adultos comamos para des-angustiarnos y como una forma elemental de cuidarnos.

2.5. Compras
Hay un buen número de fuertes impulsos y sensaciones que tienen esa misma componente de hacer olvidar, la cualidad de tinta negra que tapa la blanca angustia, como por ejemplo comprar.

El comprar es emocionante porque incorporamos algo nuevo a nuestras posesiones, nos alegramos con esa nueva extensión del Yo a través de la cosa que tenemos, con ese crecimiento que vuelve pequeño elestado anterior de cosas y que nos hace sentir, al menos provisionalmente, como menos disminuidos.

La función de la compra puede tener añadidos especiales si además de ser consumo privado es medalla pública que los demás admiran y envidian, por la cual seremos mejor aceptados.

No cabe despreciar la fruición que produce la fantasía de ser envidiados. El estar en los ojos de los otros, que se alegren o les hagamos sufrir, ese personaje que imaginamos viéndonos pasear es un buen personaje para identificarse como película interesante que nos contamos.

La compra nos enajena por momentos en la mercancía que adquirimos, como si nuestro Yo se posara en ella otorgándole una vida reluciente, traspasadora ilusoria de preocupaciones y estados lamentables de pobreza anterior.

La compra proyecta nuestros deseos un poco más allá, aumentando nuestra capacidad de éxito. Si nos vemos con ropa nueva podemos sentir como si fuésemos más atractivos, como si tuviésemos mayor poder de seducción.

Si adquirimos un artilugio audiovisual, deportivo, útil del hogar,etc. también ello nos hace adivinar escenas de intensa satisfacción que nos prometemos. Experimentamos el goce "como si'' ya gozásemos, sin el trabajo de gozar, sólo con el fácil recurso -tan hiper-simplificado hoy en día gracias a la tarjeta de crédito- de comprar enun santiamén, incluso con una llamada de teléfono o con un click del ratón en una tienda virtual

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