Trabajar en eceso
El trabajo cansa y la productividad disminuye más allá deciertos límites dados por la naturaleza de las tareas y la capacidad que tenemos para ejecutarlas.
Dolerse más, agotarse hasta límites de embotamiento, monopolizar la mente con las importantes y sagradas cuestiones profesionales, todo ello tiene un matiz de bálsamo producido por la medicina del deber muy bien cumplido.
Cuantos desaires de pareja, dificultades con los roles de crianza de los hijos e insatisfacciones personales de todo tipo son aliviados pretextando un ineludible compromiso laboral que alarga tanto el horario laboral que suprime todo otro tiempo en el que se podría sufrir. No sólo pensamos en el trabajo fuera de la casa, también la profesión de 'sus labores' es susceptible de esta dinámica, como en el caso de la pasión por la limpieza perfecta de la casa, que devora todas las energías).
Es algo así como si en vez de huir en el espacio y apartarnos del lugar que nos produce problemas, lo que conseguimos volcándonos en el trabajo es demorar, apartar y dejar pendientes las cosas desagradables arropados por el pretexto de urgencias mayores.
La necesidad de huir por el trabajo tiene bases patologicas profundas nace de la necesidad de huir de una madre intolerante, y en el hogar subconcientemente el individuo repite la misma situacion, con el agravante que ahora el motivo no es real, podría llegar tan lejos que inventemos tareas, proyectos y problemas sólo con la secreta intención de que ello se convierta en una nueva costumbre de que lo excepcional y urgente sea sustituto de vida con promesa de que el resto de la vida aparecerá cuando acabe la etapa excepcional,es decir, entonces ya será tarde o no sucederá nunca ese momento.
Matarse trabajando es una forma eficiente de suicidio, de que se muera parte del Yo que da angustia. Mientras que el cansancio aparece como noble muerte, en contraste la vida le parecería al adicto al trabajo una mala vida que vivirse.
Esta forma fugitiva de agotarse para huir, no trae paz, sino que complicala guerra. No por engañar a nuestras necesidades como seres humanos completos logramos que la angustia desaparezca, sino que más bien aumenta como el rumor de los motores de una ciudad atascada.
No querer pensar, como si el pensamiento que trae dolor fuera malo, es un error estratégico. Pensar, y mejor aún, expresar en palabras, escribir sobre los nos preocupa, es poner nuestra inteligencia en marcha para resolver las dificultades. Cabe considerar que hasta podríamos lograrlo y nos estaríamos perdiendo esa solución realmente satisfactoria.
Comentarios
Publicar un comentario