A lo largo de mis veinte años de ejercicio de la Profesión, he escuchado miles de “historias secretas”, unas historias que, en su mayoría, se habían mantenido ocultas durante muchos años, a veces durante casi toda la vida. Tanto sí el secreto de una mujer está envuelto en el silencio que ella misma se ha impuesto como si el silencio se debe a la amenaza de alguien más poderoso que ella, la mujer teme perder sus privilegios, ser considerada una persona indeseable, la ruptura de las relaciones que son importantes para ella y a veces incluso un daño físico en caso de que revele su secreto.
Las historias secretas de algunas mujeres se refieren al hecho de haber dicho una descarada mentira o de haber cometido una deliberada maldad que fue causa de dificultades o dolor para otra persona. Pero en mi experiencia no abundan demasiado. Los secretos de las mujeres suelen referirse más bien a la trasgresión de alguna norma de conducta moral o social de su cultura, religión o sistema personal de valores. La cultura dominante ha considerado a menudo algunos de estos actos, acontecimientos o elecciones, sobre todo los relacionados con la libertad de las mujeres en todos los ámbitos de la vida, vergonzosamente impropios de las mujeres pero no de los hombres.
Lo malo de las historias secretas rodeadas por un halo de vergüenza es que apartan a la mujer de su naturaleza instintiva, que en general es algo gozoso y libre. Cuando existe un secreto oscuro en la psique, una mujer no se puede acercar a él y más bien evita entrar en contacto con cualquier cosa que se lo recuerde o que aumente la intensidad de su dolor crónico.
Esta maniobra defensiva es muy frecuente y, tal como ocurre con los efectos secundarios de un trauma, influye secretamente en las elecciones que hace una mujer en el mundo exterior: qué libros leerá o no leerá, qué películas verá o dejará de ver, a qué acontecimientos asistirá o no asistirá; de qué se reirá o no se reirá; y a qué intereses se entregará. En este sentido, hay en la naturaleza salvaje un obstáculo que le impide ser libre de hacer, ser o contemplar lo que le apetece.
Por regla general, los secretos giran en torno a los mismos temas de las grandes tragedias. He aquí algunos de los temas de los secretos: el amor prohibido; la curiosidad indebida, los actos desesperados; los actos forzados; el amor no correspondido; los celos y el rechazo; el castigo y la cólera; la crueldad consigo misma o con los demás; los deseos, anhelos y sueños censurados; los intereses sexuales y los estilos de vida no aprobados; los embarazos imprevistos; el odio y la agresión; el homicidio o las lesiones involuntarias; las promesas incumplidas; la pérdida de la valentía; la pérdida de los estribos; el incumplimiento de algo; la incapacidad de hacer algo; la intervención o las intrigas bajo mano; el olvido; los malos tratos; la lista podría prolongarse indefinidamente, pues casi todos los temas entran dentro de la categoría del lamentable error (1).
Los secretos, como en los cuentos de hadas y los sueños, siguen las mismas pautas de energía y los mismos esquemas que los de las tragedias. El drama heroico empieza con una heroína que emprende un viaje. A veces, la heroína no está psicológicamente despierta. A veces es demasiado dulce y no se percata del peligro. A veces ya ha sido maltratada y adopta las actitudes propias de una criatura capturada. Cualquiera que sea la forma en que empiece, al final la heroína cae en las garras de lo que sea o de quien sea y es puesta dolorosamente a prueba. Posteriormente, gracias a su ingenio y a la ayuda de las personas que la quieren bien, alcanza la libertad y, como consecuencia de ello, sale fortalecida de la experiencia (2).
En la tragedia la heroína es arrebatada a la fuerza o cae directamente en el infierno y queda atrapada. Nadie oye sus gritos o bien sus súplicas son ignoradas. Entonces pierde toda esperanza o pierde el contacto con el valor de su vida y se derrumba. En lugar de saborear su triunfo sobre la adversidad o de celebrar la prudencia de sus elecciones y su capacidad de resistencia, se siente humillada y apagada. Los secretos que oculta una mujer son casi siempre dramas heroicos convertidos en unas tragedias que no llevan a ninguna parte.
Pero hay algo positivo. Para transformar la tragedia en un drama heroico hay que revelar el secreto, confesárselo a alguien, escribir otro final y examinar el papel que una interpretó y las cualidades que la ayudaron a resistir. Tales enseñanzas están integradas a partes iguales por dolor y sabiduría. El hecho de haberlo superado es un triunfo del profundo espíritu salvaje.
Los vergonzosos secretos que guardan las mujeres son unos cuentos muy antiguos. Cualquier mujer que haya guardado un secreto en su propio perjuicio permanece enterrada en la vergüenza. La pauta de esta apurada situación de carácter universal es arquetípica: la heroína ha sido obligada a hacer algo o, como consecuencia de la pérdida del instinto, ha quedado atrapada en algo. Por regla general se ve imposibilitada de salir de una triste situación. Un juramento o la vergüenza la obligan a guardar el secreto. Y accede a hacerlo por miedo a perder el amor, la consideración o el sustento esencial. Para sellar ulteriormente el secreto se lanza una maldición contra la persona o las personas que se atrevan a revelarlo. Se amenaza a la mujer con algo terrible en caso de que alguna vez confiese el secreto.
Las mujeres han sido advertidas de que ciertos acontecimientos, opciones y circunstancias de sus vidas, que normalmente están relacionados con el sexo, el amor, el dinero, la violencia y/u otras dificultades propias de la condición humana, son extremadamente vergonzosos y, por consiguiente, absolutamente imperdonables. Pero no es verdad.
Todo el mundo elige mal las palabras o los hechos porque no sabe hacer otra cosa e ignora cuáles serán las consecuencias. Nada es imperdonable en este planeta o en el universo. Nada. “¡No! -dices tú-. Eso que hice es totalmente imperdonable.” He dicho que nada que un ser humano haya hecho, esté haciendo o pueda hacer en el futuro es imperdonable. Nada.
El yo no es una fuerza punitiva que se apresura a castigar alas mujeres, los hombres y los niños. El Yo es un dios salvaje que comprende la naturaleza de las criaturas. A veces nos resulta muy duro “portarnos bien” cuando los instintos esenciales, incluida la intuición, han sido cercenados. En tal caso resulta difícil pensar en los resultados antes de que se produzcan los hechos y no después. El alma salvaje posee una faceta profundamente compasiva que tiene en cuenta esta circunstancia.
En el arquetipo del secreto se lanza una especie de encantamiento, como si fuera una negra red sobre una parte de la psique de la mujer, quien se ve inducida a creer que jamás deberá revelar el secreto y, en caso de que lo revelara, todas las personas honradas que se tropezaran con ella la insultarían a perpetuidad. Esta amenaza adicional así como la misma vergüenza del secreto obligan a la mujer a soportar no un peso sino dos.
Esta especie de amenaza de encantamiento sólo es un pasatiempo para las personas que sólo emplean un pequeño y negro espacio de sus corazones. Para las personas que sienten afecto y amor por la condición humana es justo lo contrario. Tales personas ayudarían a la mujer a revelar el secreto, pues saben que éste produce una herida que no sanará hasta que se exprese con palabras y se dé testimonio de él.
Las historias secretas de algunas mujeres se refieren al hecho de haber dicho una descarada mentira o de haber cometido una deliberada maldad que fue causa de dificultades o dolor para otra persona. Pero en mi experiencia no abundan demasiado. Los secretos de las mujeres suelen referirse más bien a la trasgresión de alguna norma de conducta moral o social de su cultura, religión o sistema personal de valores. La cultura dominante ha considerado a menudo algunos de estos actos, acontecimientos o elecciones, sobre todo los relacionados con la libertad de las mujeres en todos los ámbitos de la vida, vergonzosamente impropios de las mujeres pero no de los hombres.
Lo malo de las historias secretas rodeadas por un halo de vergüenza es que apartan a la mujer de su naturaleza instintiva, que en general es algo gozoso y libre. Cuando existe un secreto oscuro en la psique, una mujer no se puede acercar a él y más bien evita entrar en contacto con cualquier cosa que se lo recuerde o que aumente la intensidad de su dolor crónico.
Esta maniobra defensiva es muy frecuente y, tal como ocurre con los efectos secundarios de un trauma, influye secretamente en las elecciones que hace una mujer en el mundo exterior: qué libros leerá o no leerá, qué películas verá o dejará de ver, a qué acontecimientos asistirá o no asistirá; de qué se reirá o no se reirá; y a qué intereses se entregará. En este sentido, hay en la naturaleza salvaje un obstáculo que le impide ser libre de hacer, ser o contemplar lo que le apetece.
Por regla general, los secretos giran en torno a los mismos temas de las grandes tragedias. He aquí algunos de los temas de los secretos: el amor prohibido; la curiosidad indebida, los actos desesperados; los actos forzados; el amor no correspondido; los celos y el rechazo; el castigo y la cólera; la crueldad consigo misma o con los demás; los deseos, anhelos y sueños censurados; los intereses sexuales y los estilos de vida no aprobados; los embarazos imprevistos; el odio y la agresión; el homicidio o las lesiones involuntarias; las promesas incumplidas; la pérdida de la valentía; la pérdida de los estribos; el incumplimiento de algo; la incapacidad de hacer algo; la intervención o las intrigas bajo mano; el olvido; los malos tratos; la lista podría prolongarse indefinidamente, pues casi todos los temas entran dentro de la categoría del lamentable error (1).
Los secretos, como en los cuentos de hadas y los sueños, siguen las mismas pautas de energía y los mismos esquemas que los de las tragedias. El drama heroico empieza con una heroína que emprende un viaje. A veces, la heroína no está psicológicamente despierta. A veces es demasiado dulce y no se percata del peligro. A veces ya ha sido maltratada y adopta las actitudes propias de una criatura capturada. Cualquiera que sea la forma en que empiece, al final la heroína cae en las garras de lo que sea o de quien sea y es puesta dolorosamente a prueba. Posteriormente, gracias a su ingenio y a la ayuda de las personas que la quieren bien, alcanza la libertad y, como consecuencia de ello, sale fortalecida de la experiencia (2).
En la tragedia la heroína es arrebatada a la fuerza o cae directamente en el infierno y queda atrapada. Nadie oye sus gritos o bien sus súplicas son ignoradas. Entonces pierde toda esperanza o pierde el contacto con el valor de su vida y se derrumba. En lugar de saborear su triunfo sobre la adversidad o de celebrar la prudencia de sus elecciones y su capacidad de resistencia, se siente humillada y apagada. Los secretos que oculta una mujer son casi siempre dramas heroicos convertidos en unas tragedias que no llevan a ninguna parte.
Pero hay algo positivo. Para transformar la tragedia en un drama heroico hay que revelar el secreto, confesárselo a alguien, escribir otro final y examinar el papel que una interpretó y las cualidades que la ayudaron a resistir. Tales enseñanzas están integradas a partes iguales por dolor y sabiduría. El hecho de haberlo superado es un triunfo del profundo espíritu salvaje.
Los vergonzosos secretos que guardan las mujeres son unos cuentos muy antiguos. Cualquier mujer que haya guardado un secreto en su propio perjuicio permanece enterrada en la vergüenza. La pauta de esta apurada situación de carácter universal es arquetípica: la heroína ha sido obligada a hacer algo o, como consecuencia de la pérdida del instinto, ha quedado atrapada en algo. Por regla general se ve imposibilitada de salir de una triste situación. Un juramento o la vergüenza la obligan a guardar el secreto. Y accede a hacerlo por miedo a perder el amor, la consideración o el sustento esencial. Para sellar ulteriormente el secreto se lanza una maldición contra la persona o las personas que se atrevan a revelarlo. Se amenaza a la mujer con algo terrible en caso de que alguna vez confiese el secreto.
Las mujeres han sido advertidas de que ciertos acontecimientos, opciones y circunstancias de sus vidas, que normalmente están relacionados con el sexo, el amor, el dinero, la violencia y/u otras dificultades propias de la condición humana, son extremadamente vergonzosos y, por consiguiente, absolutamente imperdonables. Pero no es verdad.
Todo el mundo elige mal las palabras o los hechos porque no sabe hacer otra cosa e ignora cuáles serán las consecuencias. Nada es imperdonable en este planeta o en el universo. Nada. “¡No! -dices tú-. Eso que hice es totalmente imperdonable.” He dicho que nada que un ser humano haya hecho, esté haciendo o pueda hacer en el futuro es imperdonable. Nada.
El yo no es una fuerza punitiva que se apresura a castigar alas mujeres, los hombres y los niños. El Yo es un dios salvaje que comprende la naturaleza de las criaturas. A veces nos resulta muy duro “portarnos bien” cuando los instintos esenciales, incluida la intuición, han sido cercenados. En tal caso resulta difícil pensar en los resultados antes de que se produzcan los hechos y no después. El alma salvaje posee una faceta profundamente compasiva que tiene en cuenta esta circunstancia.
En el arquetipo del secreto se lanza una especie de encantamiento, como si fuera una negra red sobre una parte de la psique de la mujer, quien se ve inducida a creer que jamás deberá revelar el secreto y, en caso de que lo revelara, todas las personas honradas que se tropezaran con ella la insultarían a perpetuidad. Esta amenaza adicional así como la misma vergüenza del secreto obligan a la mujer a soportar no un peso sino dos.
Esta especie de amenaza de encantamiento sólo es un pasatiempo para las personas que sólo emplean un pequeño y negro espacio de sus corazones. Para las personas que sienten afecto y amor por la condición humana es justo lo contrario. Tales personas ayudarían a la mujer a revelar el secreto, pues saben que éste produce una herida que no sanará hasta que se exprese con palabras y se dé testimonio de él.
La zona muerta
El hecho de guardar los secretos aísla a la mujer de aquellos que podrían ofrecerle su amor, ayuda y protección. La obliga a llevar ella sola el peso del dolor y el temor, a veces en nombre de todo un grupo, que puede ser la familia o la cultura. Además, tal como dijo Jung, el guardar los secretos nos separa del inconciente. Dondequiera que haya un secreto vergonzoso siempre hay una zona muerta en la psique de la mujer, un lugar que es insensible o no reacciona a los incesantes acontecimientos de su propia vida emocional o a los acontecimientos de la vida emocional de los demás.
La zona muerta está muy bien protegida. Es un lugar de interminables puertas y paredes, cada una de ellas cerrada con veinte cerraduras, y los homunculi, los minúsculos seres que pueblan los sueños de las mujeres, se pasan el rato construyendo más puertas, más diques, más medidas de seguridad para evitar que se escape el secreto.
Pero no hay manera de engañar a la Mujer Salvaje. Ella conoce la existencia de los oscuros fardos atados con cuerdas y más cuerdas en la mente de la mujer. Esos espacios de la mente de la mujer no reaccionan a la luz ni a la gracia, pues están muy tapados. Pero, puesto que la psique suele compensar los desequilibrios, el secreto acabará encontrando a pesar de todo el medio de salir, si no con palabras en forma de repentinas melancolías, intermitentes y misteriosos arrebatos de furia, toda suerte de tics físicos, torsiones y dolores, de conversaciones insustanciales que se interrumpen repentina e inexplicablemente, de súbitas y extrañas reacciones a películas e incluso a anuncios de televisión.
El secreto siempre encuentra una salida, si no con palabras directas, por medio de manifestaciones somáticas que a menudo no se pueden afrontar ni resolver con procedimientos tradicionales. ¿Qué hace pues una mujer cuando descubre que el secreto se le está escapando? Corre tras él con gran dispendio de energía. Lo ata otra vez, lo vuelve a arrojar a la zona muerta y construye unas defensas más sólidas. Llama a sus homunculi -los guardianes internos y defensores del ego- para que construyan más puertas y más murallas. Después se apoya contra su más reciente tumba psíquica, sudando sangre y respirando como una locomotora. La mujer que oculta un secreto es una mujer exhausta.
La zona muerta está muy bien protegida. Es un lugar de interminables puertas y paredes, cada una de ellas cerrada con veinte cerraduras, y los homunculi, los minúsculos seres que pueblan los sueños de las mujeres, se pasan el rato construyendo más puertas, más diques, más medidas de seguridad para evitar que se escape el secreto.
Pero no hay manera de engañar a la Mujer Salvaje. Ella conoce la existencia de los oscuros fardos atados con cuerdas y más cuerdas en la mente de la mujer. Esos espacios de la mente de la mujer no reaccionan a la luz ni a la gracia, pues están muy tapados. Pero, puesto que la psique suele compensar los desequilibrios, el secreto acabará encontrando a pesar de todo el medio de salir, si no con palabras en forma de repentinas melancolías, intermitentes y misteriosos arrebatos de furia, toda suerte de tics físicos, torsiones y dolores, de conversaciones insustanciales que se interrumpen repentina e inexplicablemente, de súbitas y extrañas reacciones a películas e incluso a anuncios de televisión.
El secreto siempre encuentra una salida, si no con palabras directas, por medio de manifestaciones somáticas que a menudo no se pueden afrontar ni resolver con procedimientos tradicionales. ¿Qué hace pues una mujer cuando descubre que el secreto se le está escapando? Corre tras él con gran dispendio de energía. Lo ata otra vez, lo vuelve a arrojar a la zona muerta y construye unas defensas más sólidas. Llama a sus homunculi -los guardianes internos y defensores del ego- para que construyan más puertas y más murallas. Después se apoya contra su más reciente tumba psíquica, sudando sangre y respirando como una locomotora. La mujer que oculta un secreto es una mujer exhausta.
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