El hombre actual debe replantearse su identidad frente a la vida moderna. Adaptarse a los cambios de su entorno.
La falta del padre. Aún para los que tenemos un padre y para nuestro propio padre, existe un hueco en la identidad masculina. Los padres se desligan de los hijos para trabajar. La comunicación entre ellos y nosotros está trabada de alguna forma. Sus sentimientos son tabús, los nuestros se estropean. Los sustitutos para llenar ese hueco son los héroes, todos queremos un padre superhéroe. Nuestra identidad se forja sobre el superhombre, un mito, un engaño.
La sobreprotección de la madre. Todo contacto físico viene de nuestra madre, conocemos nuestro cuerpo a través de ellas, de sus manos, de sus caricias. Aprendemos a vivir fuera de nuestro cuerpo, el contacto de nuestra piel por un hombre, incluyendonos nosotros mismos está prohibido en nuestro inconciente; en caso contrario lo juzgamos homosexual.
Estas debilidades son parte de nosotros, la única manera de cambiar es aceptarlas y entenderlas. No se trata de culpar a nuestros padres, que en la mayoría de los casos nos aman. En un problema genealógico, nuestros abuelos transmitieron estas características a nuestros padres, ellos a nosotros y nosotros a nuestros hijos.
El miedo a la intimidad es otro factor de nuestra identidad que nos presenta desarmados ante las relaciones de pareja. Cuando un hombre no ha tenido la oportunidad de separase de su madre, quien llena el hueco del padre, forma una ambivalencia que se traduce en el miedo a la intimidad, con uno mismo y con las mujeres. Al no tener la oportunidad de desarrollar una intimidad con uno mismo no es posible la intimidad con otra persona. Somos dependientes del miedo a la intimidad pero lo exteriorizamos como miedo al abandono de la pareja.
La agresividad es una característica masculina que ha sido reprimida. La falta del padre evita el contacto con esta sensación, el contacto con la madre reprime esta violencia porque ella la juzga mala, para comportarnos según las espectativas de nuestra madre debemos ser buenos (pasivos). Esta violencia reprimida se transforma en hostilidad hacia la mujer, lo que evitará la intimidad.
La religión limita también tanto la violencia como la sexualidad, dejando al hombre falto de dos cosas escenciales de su identidad. Por otro lado, la religión en lugar de reunir el espiritu con el cuerpo, los separa; asi como separa al padre del hijo.
Entiendase violencia como el sentimiento de hombre que nos mueve a conseguir lo que queremos rompiendo las barreras que nos limitan. La libertad que tanto deseamos en nuestros sueños de aventuras, de superhéroes. La violencia es una forma de poder que nos hace encontrar nuestra identidad masculina. No podemos negar ese elemento tan nuestro que ha sido reprimido.
La aceptación de nuestras características masculinas nos permite aceptarnos tal como somos e iniciar así una metamorfósis hacia nuestra identidad, dejando de pretender ser algo que no somos y que nos lleva a ser actores en un teatro en donde no tenemos un papel que jugar.
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