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Tomar conciencia






Víctor Manuel Fernandez, en su Libro “Para liberarse de los apegos y obsesiones”, ratifica que para sanar hay que tomar conciencia de los apegos y de las cosas que se están perdiendo a causa de esos apegos; es advertir todo lo que la vida me ofrece y yo no puedo disfrutar por culpa de ese apego; es reconocer el tiempo y las energías preciosas que gasto en tristezas y en lamentos interiores, cuando hay tanto y tanto para vivir.

Esta conciencia se vive como una liberación, como una feliz claridad interior que nos devuelve la libertad. Es bello contemplar como se desinflan nuestras esclavitudes al contemplarla con valentía.

Esto implica tomar conciencia de todos los sentimientos que están unidos a un apego: el miedo de perder algo, el temor de quedarme sin eso que me obsesiona, una sensación de humillación o de baja autoestima. Este sentimiento debe ser reconocido tal cual es, en todos sus detalles: debe ser contemplado como quien mira algo desde fuera, hasta que uno perciba claramente lo inútil que es alimentar ese sentimiento dañino. Entonces puede surgir la decisión libre de renunciar a eso que nos entristece.

Ademas uno puede ejercitarse para aprender a soltar rápidamente la vanidad, por ejemplo, haciéndose preguntas: “¿Es tan importante que me alaben o me critiquen? ¿Acaso soy el centro del universo? ¿Acaso no pasara esta humillación o este fracaso como han pasado muchas otras cosas? ¿No es verdad que todo pasa?”. Y puedo repetir:Todo pasa. Y esto también pasara, esto también acabara, también a esto se lo llevara el viento del tiempo, pasara, pasara.

Nos hemos puesto la exigencia de ser aplaudidos, de poseer tanto dinero, de ser amados por tal persona, de tener tal cosa. Nos hemos apegado a eso y no “queremos soltar ese proyecto”. Esa exigencia es la causa de nuestros males. Pero no hay ninguna obligación de seguir alimentando tal exigencia. Muchas personas son felices sin eso. Entonces podemos imaginar nuestra vida feliz, serena y llena de fuerza, sin esa exigencia que nos trastorna. Y echarla lejos como si fuera una serpiente venenosa.

Una cosa es tener lo necesario para vivir, y cuidarlo. Otra es comenzar a ser poseídos por el deseo de los objetos, del dinero, de los títulos, de los afectos, y de todo lo que pueda ser acumulado. Eso es olvidar que el verdadero placer es fugaz, y que con retener las cosas no logramos ser mas felices. Eso que nos hizo felices ya paso.

Alan Watt, en su Libro “La vida como juego” expresa: “Se puede decir que la fugacidad es un distintivo de la espiritualidad. Mucha gente piensa lo contrario, que lo espiritual es imperecedero. Pero cuanto mas tiende una cosa a ser permanente, mas tiende a carecer de vida… Somos reconocidos por el hecho de que nuestro rostro parece el mismo de un día a otro, y la gente reconoce eso. Pero en realidad el contenido del rostro, los carbonos, el agua, los elementos químicos y lo que sea, están en continuo cambio… El cuerpo es en realidad muy intangible. No podemos concretarlo, decae, y todos envejecemos. Si nos aferramos al cuerpo nos frustraremos. Lo importante es que el mundo material, el mundo de la naturaleza, es maravilloso mientras no tratemos de apoyarnos en el, mientras que no nos aferremos a el. Si no lo hacemos, podemos llegar a pasarlo muy bien”. Cuando uno no reconoce la fugacidad de las cosas y de los placeres, pierde su dignidad y comienza a venderse, a arrastrarse detrás de necesidades obsesivas. Hay que reconocer ese engaño y soltar, simplemente soltar. ¡Dejar ir, dejar pasar!.

Auger L., en su Libro “Ayudarse a si mismo aun mas”, plantea que “por no soltar las cosas fugaces, nos exponemos a una larga infelicidad, porque la tendencia a buscar de una forma compulsiva los placeres pasajeros, es a menudo el origen de frustraciones duraderas y considerables. Una persona, al permanecer en los brazos de su madre, habría alcanzado un placer, pero esto le habría impedido desarrollarse lo suficiente como para llegar a moverse por si mismo y disfrutar de los placeres que proporcionan la independencia y la autonomia físicas.”

Fernandez propone un ejercicio concreto:

1.- Reconozco con claridad que algunas cosas me provocan tristeza porque no son mias, porque no las poseeo, porque no puedo aferrarlas. Reconocer que el deseo insatisfecho enferma el corazon y arruina la existencia. Para ello, me detengo a tomar conciencia de esas insatisfacciones que no vale la pena alimentar. Hago una lista de esas cosas que no son indispensables, pero que pretenden adueñarse de mi libertad.

2.- Reconozco que la vida se sostiene sobre todo con los pequeños placeres que tengo entre las manos. Hago una lista de esos placeres posibles y cotidianos y doy gracias a Dios por ello.

Pero cuando vemos algo bello que no es nuestro, lo mejor es sonreir, vivir ese instante, agradecer que exista esa criatura bella, agradecer haberla visto, y con esa sonrisa decirle adios. Dejar que fluya, que pase, que siga su curso, como una hoja arrastrada por la corriente, como arroyos hundiendose en la corriente del supremo olvido. No vale la pena aferrarse a algo que pasa, que se acaba, que desaparecera como desaparece todo.
Y luego de esa entrega podemos detenernos a disfrutar lo que la vida nos regale: el cielo azul, la brisa, el verde, un te, el encuentro con un amigo, el trabajo, etc.



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