De una manera aberrante insistimos en nuestro empeño de borrar del mundo los aspectos que valoramos negativamente.
Ahora bien, dado que esto es imposible, este intento se convierte en una pugna constante que garantiza que nos ocupamos con especial intensidad de la parte de la realidad que rechazamos.
Esto entraña una irónica ley a la que nadie puede sustraerse: lo que más ocupa al ser humano
es aquello que rechaza.
Y de este modo se acerca al principio rechazado hasta llegar a vivirlo. Es
conveniente no olvidar las dos últimas frases. El repudio de cualquier principio es la forma más
segura de que el sujeto llegue a vivir este principio.
Según esta ley, los niños siempre acaban por
adquirir las formas de comportamiento que habían odiado en sus padres, los pacifistas se hacen
militantes; los moralistas, disolutos; los apóstoles de la salud, enfermos graves.No se debe pasar por alto que rechazo y lucha significan entrega y obsesión.
Igualmente, el
evitar en forma estricta un aspecto de la realidad indica que el individuo tiene un problema con él.
Los campos interesantes e importantes para un ser humano son aquellos que él combate y
repudia, porque los echa de menos en su conciencia y le hacen incompleto. A un ser humano sólo
pueden molestarle los principios del exterior que no ha asumido.
En este punto de nuestras consideraciones, debe haber quedado claro que no hay un entorno
que nos marque, nos moldee, influya en nosotros o nos haga enfermar: el entorno hace las veces
de espejo en el que sólo nos vemos a nosotros mismos y también, desde luego y muy
especialmente, a nuestra sombra a la que no podemos ver en nosotros.
Del mismo modo que de
nuestro propio cuerpo no podemos ver más que una parte, pues hay zonas que no podemos ver
(los ojos, la cara, la espalda, etc.) y para contemplarlas necesitamos del reflejo de un espejo,
también para nuestra mente padecemos una ceguera parcial y sólo podemos reconocer la parte
que nos es invisible (la sombra) a través de su proyección y reflejo en el llamado entorno o mundo
exterior. El reconocimiento precisa de la polaridad.
El reflejo, empero, sólo sirve de algo a aquel que se reconoce en el espejo: de lo contrario, se
convierte en una ilusión. El que en el espejo contempla sus ojos azules, pero no sabe que lo que
está viendo son sus propios ojos en lugar de reconocimiento sólo obtiene engaño.
El que vive en
este mundo y no reconoce que todo lo que ve y lo que siente es él mismo, cae en el engaño y el
espejismo. Hay que reconocer que el espejismo resulta increíblemente vívido y real (... muchos
dicen, incluso, demostrable), pero no hay que olvidar esto: también el sueño nos parece auténtico
y real, mientras dura.
Hay que despertarse para descubrir que el sueño es sueño. Lo mismo cabe
decir del gran océano de nuestra existencia. Hay que despertarse para descubrir el espejismo.
Nuestra sombra nos angustia.
No es de extrañar, por cuanto que está formada exclusivamente
por aquellos componentes de la realidad que nosotros hemos repudiado, los que menos queremos
asumir. La sombra es la suma de todo lo que estamos firmemente convencidos que tendría que
desterrarse del mundo, para que éste fuera santo y bueno.
Pero lo que ocurre es todo lo contrario:
la sombra contiene todo aquello que falta en el mundo —en nuestro mundo—para que sea santo y
bueno. El repudio a la sombra nos hace enfermar, es decir, nos hace incompletos: para estar completos nos falta todo lo que hay en ella.
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