Un día me levantaste la voz
y yo me callé.
Otro día me levantaste la mano
y yo me arrodillé.
Al día siguiente me humillaste
y yo me acobardé.
Unas voces decian: “lo mereces tú”.
Otras voces clamaban: “algo hiciste tú”.
Con el tiempo recuperé mi fuerza
y con ella construi mi confianza.
Hoy levanto la voz yo.
Hoy levanto la mano yo.
Y en ellas va mi corazón,
latiendo a dos por dos.
El poder, mi poder,
sólo lo tengo yo.
No lo tienes tú.
Itziar Azkona
Urawayra era una joven incaj. Vivía en Machupichu. Pero no era feliz. Sufría la violencia en su hogar. Pero su espíritu era fuerte y sabio y en una ocasión huyó al bosque en busca de respuestas. No sabía donde iba pero supo que ya no podía seguir allí.
En el bosque encontró infinidad de seres que le fueron contando la historia de una heroína de su familia, un antepasado muy lejano. A través de su historia descubrió que no vivía desde la consciencia. Vió cómo no era consciente de que tenía un poder. No sabía, ni siquiera lo que era el poder. Y por eso se lo había entregado a otros.
Cuántas veces, cuando sintió que no tenía ya ese poder, lloró y pataleó y se hizo la víctima. Y entonces, siempre había alguien que llegaba y decía: “pobrecita ella…” y alimentaba el drama de su vida. Cuántas veces cayó en el juego, cuántas veces cayó en la trampa. Porque una víctima se ancla en su desgracia, en su mala suerte, en su sufrimiento. Y se alimenta de todo ello.
Urawayra, se adentraba más y más en el Bosque, no sabía donde iba pero sabía que, una vez allí, no había camino de vuelta atrás, sólo quedaba avanzar.
Descubrió el poder de cuidarse de sí misma ya que en el bosque había de todo lo que podía necesitar: comida, lugares seguros donde descansar y ríos donde bañarse y poder beber. También sintió que la soledad es una ilusón ya que en el bosque siempre hay árboles, animales, gnomos, hadas madrinas, elfos…El sol, la luna y las estrellas nunca la dejaron sola.
Entre todos continuaron su enseñanza y a través de la conversación fue descubriendo el poder de las palabras. Se le reveló el secreto de palabras que nunca se había atrevido a pronunciar: ¡no!, ¡basta!, ¡no quiero! y practicó con otras de poder mágico: ¡sí!, ¡yo puedo!, ¡confía en mi!, ¡adelante!, ¡probare y veremos que pasa!
Y un buen día, de tanto andar y andar, el Bosque se terminó y Urawayra de pronto, ¡zas!, se detuvo en seco, se encontraba a los pies de un abismo. Miró al vacío y tuvo una sensación extraña. Ya no había vértigo, ya no había el mismo miedo. Pero quedaba una cuestión por solucionar, a partir de ahi, para seguir, para avanzar, habia que echar a volar…
Escribe un poema en tu vida y tu vida se hará poesía…
Itziar Azkona
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