Déjame que te recuerde, entre otras, algunas señales evidentes de falta de humildad:
—pensar que lo que haces o dices está mejor hecho o dicho que lo de los demás;
—querer salirte siempre con la tuya;
—disputar sin razón o —cuando la tienes— insistir con tozudez y de mala manera;
—dar tu parecer sin que te lo pidan, ni lo exija la caridad;
—despreciar el punto de vista de los demás;
—no mirar todos tus dones y cualidades como prestados;
—no reconocer que eres indigno de toda honra y estima, incluso de la tierra que pisas y de las cosas que posees;
—citarte a ti mismo como ejemplo en las conversaciones;
—hablar mal de ti mismo, para que formen un buen juicio de ti o te contradigan;
—excusarte cuando se te reprende;
—encubrir a alguien que tú respetes algunas faltas humillantes, para que no pierda el concepto que de ti tiene;
—oír con complacencia que te alaben, o alegrarte de que hayan hablado bien de ti;
—dolerte de que otros sean más estimados que tú;
—negarte a desempeñar oficios inferiores;
—buscar o desear singularizarte;
—insinuar en la conversación palabras de alabanza propia o que dan a entender tu honradez, tu ingenio o destreza, tu prestigio profesional...;
—avergonzarte porque careces de ciertos bienes...
José María Escrivá.
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