1.- Dos formas de percibir
la realidad
Cuando vemos a una
persona con un defecto físico nos produce risa y, si nos veamos libres de
los convencionalismos sociales, procedemos a ejercer la burla contra la persona
que posee este defecto. Parece que se intenta culpar al individuo por la
elección de su rasgo y parece que quien ejerce la burla, que no posee ese defecto,
se conoce libre de las burlas ajenas, porque sabe que el resto de individuos,
la masa humana de la que él es miembro, mostraría hacia él el mismo desprecio
que él muestra hacia los demás. Y lo sabe por experiencia porque ha
sufrido él mismo en sus propias carnes este "derecho" de los hombres
contra los hombres.
En ciertas circunstancias,
los hombres amortiguan la expresión de su pensamientoy de su sentimiento. Pero
en otras muchas ocasiones, no la contienen. Esto se produce cuando están
rodeados "por los suyos", los que sienten igual que él o por los que,
no sintiendo igual que él, están sometidos por su rango a aceptar sus
valoraciones y sus conductas. Pocas de estas personas podrán mantener su
criterio incluso frente a su consciencia y aceptan la decisión de su superior
"convencidos" de que actúa en justicia. No aceptar esta consideración
implicaría verse sometido a la contradicción entre su sometimiento a su
superior y la falta de sometimiento a sus conclusiones.
Sin embargo, cuando vemos a
una persona con una grave tara, como el que padece síndrome de Down o el
que está lisiado mutilado, mostramos un respetuoso distanciamiento y sentimos
cierta consideración porque, también ahora, nos alegramos de estar libres de
ese problema en el que reconocemos una imperfección o un perjuicio que puede
sufrir la naturaleza humana de la que nosotros mismos no estaremos libres.
Lo mismo nos ocurre cuando conocemos que alguien está próximo a morir.
Esta percepción de
los defectos del hombre como
una terrible manifestación de la naturaleza de que está hecha al ser humano no
se aplica a aquellos defectos que no constituyen un impedimento para la
existencia. Digamos que los defectos estéticos adquieren una valoración
distinta de aquellos que perjudican el desarrollo de
su existencia.
Pero todos los defectos no
son otra cosa que una manifestación de la naturaleza por lo que debieran tener
la misma valoración. De hecho, algunas de estas interpretaciones no son más que
interpretaciones perspectivistss. No tenemos más que recordar cómo la imagen ideal
de una mujer se
ha mostrado de formas muy distintas a lo largo del tiempo y
en las diversas culturas.
La burla por los defectos de
los demás no dice nada de los defectos de los demás sino de la actitud de
quien ejerce la burla, baste considerar que hay gente que no nos burlamos. La
evidente significación de este hecho ha pasado desapercibida a los más
"sabios". Lo que muestra el hombre que
se burla de otro es su consideración de ser superior sobre el que posee ese
supuesto defecto que le desmerece, por lo que posee un derecho a perjudicarle,
como un equivalente al derecho a destruir las formas imperfectas de la
naturaleza. Este derecho no escrito se ha implantado precisamente porque el ser
humano desea poseer derechos sobre los
demás, porque necesita sentirse superior a alguien, porque necesita justificar
su valía; lo que todo hombre inferior consigue percibiendo los efectos de
su fuerza.
Si un hombre es "más" que otro ya sea en fuerza o en inteligencia o
en belleza o en astucia... entonces, está satisfecho de sí mismo, entonces, lo
inferior queda subordinado, entonces, lo inferior, deleznable, debe ser
castigado porque constituye una afrenta a esa forma "superior" de la
naturaleza que se ha manifestado en ese ser que ejerce la acción.
Y la justicia la ejercen estos hombres "superiores".
La burla no es sino una
forma sutil de ejercer el poder sobre
otro para satisfacer la necesidad del animal hombre de dominio,
o voluntad de poder. Pero la voluntad de poder del hombre es distinta de
la voluntad de poder del animal hombre. Como no se han establecido estas
diferencias se toma lo bajo por lo elevado, y la burla como gracia, para
ejercer y disimular respectivamente un acto de violencia.
Las ideas y
los fenómenos
El mundo como voluntad y
representación significa que el mundo está formado por ideas y fenómenos. Pero
ambos son la misma cosa, es decir toda idea se manifiesta en un fenómeno y todo
fenómeno es la objetivación de una idea.
Cuando percibimos la
tragedia humana estamos entendiendo la idea del mundo. La mayor parte de las
veces, sin embargo, no comprendemos la idea sólo conocemos el concepto en
el cual se sabe valorar la trascendencia del hecho. La mayor parte de los
hombres no llega a comprender en el fenómeno la idea, es decir, no percibe el
significado universal de una manifestación pero comprende que él mismo forma
parte de esa naturaleza y
puede ser objeto de los daños y sufrimientos de otros seres humanos. Desde este
punto de vista, la existencia se percibe como una tragedia.
Pero el mismo ser humano que
ha conocido la tragedia de la existencia la olvida en su propia existencia
cotidiana de tal forma que a todo hombre vulgar
le ocurre que los árboles no
le dejan ver el bosque, y sus necesidades y sus intereses le impiden en sus
actuaciones reconocer esta universalidad de la vida y se refugia en el
principio de individuación para ejercer por su propia cuenta el daño que
lamenta en la naturaleza sin ser consciente de esta doble valoración que hace
él mismo de un suceso. Tal parece que el daño que ejerce un hombre sobre otro
queda apartado de una consideración moral por
parte del individuo que
la ejecuta y que la conciencia con
que aquel hombre valora los actos ajenos queda suspendida cuando debe valorar
los actos propios.
La fuerza de
la naturaleza que se manifiesta en el individuo es una fuerza ciega e irracional
que no sabe dominarse. Toda cultura ha
aspirado siempre a controlar esta fuerza. Pero como sabemos, en la mayor parte
de los casos, ha sido "domada" o refrenada en lugar de
"educada".
En las numerosas ocasiones
en que la sociedad no
puede poner freno a esta fuerza, el individuo la ejerce para su propia
satisfacción de poder.
El triunfo sobre otro individuo le proporciona una satisfacción tanto por
su éxito como
por el fracaso de la oposición ajena. La oposición ajena se percibe como
absurda frente a la fuerza propia y ese absurdo se manifiesta a través de la
sátira o de la comedia lo cual, en todo caso, implica un menosprecio burlesco
hacia el individuo sometido.
Lo espantoso y
lo absurdo
Lo trágico y lo cómico no
constituyen una valoración de dos actos desde un punto de vista sino la
valoración de un acto desde dos puntos de vista.
De forma intuitiva (con
razón pero no con razones), de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso.
Lo espantoso es la percepción de
la existencia desde el punto de vista de las ideas. Lo absurdo es la percepción
de la existencia desde el punto de vista del fenómeno.
El fenómeno tiene a su
favor, frente al mundo de las ideas, la fuerza de la materia en
la que se desarrolla. El hombre vulgar,
que vive en el mundo de los fenómenos, tiene a su disposición la fuerza física, la fuerza bruta,
con un valor determinado
pero inferior al mundo de las ideas. La aspiración a la elevación del hombre
exigente puede verse impedido por la acción del
hombre vulgar que le opone a un pensamiento una
acción física. Toda idealización desaparece cuando el bruto te descalabra. Está
"prueba de la fuerza" le confirma al bruto la superioridad de su
posición frente a la posición del genio en
un mundo ideal que no se percibe por ninguna parte.
La necesidad del bruto de
manifestar su voluntad de poder y su fuerza debe manifestarse en hechos
concretos, porque los ideales no los aprecia. El enfrentamiento con otra fuerza
física no compensa. Se prefiere el enfrentamiento con el hombre de ideales,
quien va a quedar desarmado pues las ideas no sirven contra la fuerza y el
hombre de ideales no posee la fuerza suficiente para enfrentarse a la suya ni
el enfrentamiento físico constituye el campo de acción del hombre elevado. En
consecuencia, uno de los hobbies más difundidos por el mundo es la destrucción
por parte del bruto de los ideales y de los hombres elevados.
Es decir, la burla alcanza
una gran extensión en las relaciones
humanas. El éxito de la burla contra los hombres superiores anima a
que se practique también contra los inferiores porque en este terreno se evita
el enfrentamiento físico que no admiten ni la sociedad ni la ley.
Los nuevos
sacerdotes
Las propuestas de los
grandes pensadores de respetar a la sociedad son todas propuestas políticas.
Nada dicen del hombre sino para reducirle a una masa compacta a la que poder
someter y dominar. Las ideas de igualdad no
son otra cosa que la construcción de
individuos "predecibles".
1.- El orden social
La sociedad desea la
estabilidad y la predicibilidad. Lo desean los propios miembros y quienes la
controlan. Quienes controlan para hacer más llevadera su labor. Los propios
miembros porque sienten que poseen un poder sobre los demás al exigirles el
cumplimiento de principios generalmente impuestos.
Además, que alguien se permita romper un orden social, le obligaría a
cuestionarse las creencias que ha admitido y conforme a las cuales desarrolla
su existencia.
Este esquema está implantado
en la mente de todos los individuos que pertenecen a la sociedad y todos los
titulados son miembros de la sociedad.
Toda percepción de un
fenómeno y toda teoría sobre
su interpretación están
condicionadas por los esquemas que la sociedad ha implantado en el pensador.
Toda conclusión de los "sabios" produce satisfacción general porque
confirma la validez del estado del
pensamiento general. Una conclusión que no admita lo existente es rechazada
porque la fuerza del número de quienes defienden lo existente es superior a la
fuerza de la verdad de quienes lo cuestionan. Desde el punto de vista de
quienes cuestionan lo actual, la conclusión de los "sabios" esté
equivocada.
Toda consideración es
perspectivista. La cuestión es saber elegir la perspectiva que este más alta y
más alejada de aquello que se juzga. Los hombres sociales no pueden juzgar la
sociedad. Sólo podrían aprobarla pues, en caso de rechazarla, tendrían que
cuestionarse todos sus valores y
todos sus principios, tendrán que cuestionarse su propia existencia. Se quedarían
sin existencia.
La sociedad permite el divorcio.
Pero la sociedad admite el divorcio como idea. El problema es aceptar el
divorcio como fenómeno. En ciertos ambientes, esta cuestión está ampliamente
superada. Pero en otros ambientes es difícil de aceptar. Elegimos la cuestión
del divorcio como ejemplo con el que ilustrar esta exposición pero
podríamos poner cualquier otro que plantee problemas en
la sociedad.
El matrimonio es
una institución arcaica. Ata mediante un lazo externo la relación entre dos
personas. Y los miembros de la sociedad mantienen mediante presiones sociales
esa atadura. La relación interpersonal debe ser una relación libre.
El aumento de los divorcios
es, a nuestro entender, un signo de independencia personal y,
utilizando un término clínico, de salud mental.
Cuando uncontrato carece
de objeto debe anularse. Son las partes las que deciden cuándo firmar el
contrato y cuando revocarle. Los usos antiguos justificaban laconstitución de
una sociedad tal pero desde que la mujer tiene
absoluta independencia aquel tipo de acuerdo carece de significación. Sólo
el interésjustifica
la relación entre las personas y cuando aquél desaparece debe desaparecer esta.
Parece ser, que existen
matrimonios felices. Es difícil pensar que esto ocurra salvo que una de las
partes se subordine a la otra. Lo cual quiere decir que una de las partes ha perdido
su independencia, y su identidad.
Quizás, la necesidad económica obligue a unas personas a entregarse a otras y
por muy triste que nos resulte debemos admitir esa situación como una
prosperidad frente a la falta de esa sumisión. Es posible que ésta sea la
circunstancia de muchos de los matrimonios que se muestran felices. En otros
muchos casos, es la incapacidad para valorar la situación en la que se
encuentran inmersos, o hasta el más absoluto fingimiento de una inexistente
felicidad.
Muchos son también los casos
de personas que mantienen el matrimonio por imagen pública
pero viven distanciados unos de otros. Conocen el valor social del concepto
matrimonio y los peligros de actuar contra ese concepto. Mantienen la imagen
que la sociedad desea ver para poder mantener la relación con la sociedad.
Fingen, pues presentan una imagen que es muy distinta de la realidad. Pero sólo
fingen ante los demás, ante ellos son honestos pues no admiten una relación a
la que las leyes y
la sociedad les atan. Hasta donde les es posible, cumplen con la sociedad y con
su conciencia. Guardan unequilibrio entre
el daño o los inconvenientes que les causa mantener ese estado y el perjuicio
que les causaría la sociedad por romperle. Saben que la sociedad tiene
sus normas y
sus medios para
imponerlas.
2.- Amaos los unos a los
otros como yo os he indicado
Cuando un matrimonio o una
pareja acude a la consulta de un "profesional" por sus desavenencias
o para solucionar una crisis,
el mayor afán que el psicólogo es conseguir una reconciliación. Parece ser
la utilidad el objetivo de
la psicología.
Un sentido práctico con un origen muy inglés.
También aquí podríamos hablar de "la fuerza de la prueba". Esta disciplina muestra su
utilidad por sus efectos. Si consigue arreglar una situación
"desafortunada" la disciplina es útil y por lo tanto tiene un valor.
Si el interés de la psicología no fuera demostrar su utilidad para una sociedad
que tiene el sentido de lo práctico, buscaría un sentido interno algo más
elevado.
Si, como nosotros
entendemos, las relaciones personales sólo pueden tener su justificación en un
interés común, entendemos que las dudas y las desavenencias son causa
suficiente para romper esa relación. Las dificultades o los inconvenientes son
varios.
Tenemos las dificultades de
establecer nuevas relaciones y nuevas formas de vida. Tenemos los
inconvenientes económicos de la separación de bienes y
de propiedades y, cómo no, los costes económicos de la tramitación de un
divorcio.
Los problemas económicos son
consecuencia de un contrato de matrimonio propio de otros tiempos. La cuestión
es adaptar ese contrato a las nuevas formas de vida.
La pérdida de una relación
personal conlleva un sufrimiento emocional. Y, a ciertas edades, resulta
difícil establecer nuevas relaciones emocionales.
Estas circunstancias son
ajenas al problema que se plantea. Sin embargo es muy posible que, en la
mayoría de los casos, influyan en la decisión. La labor del psicólogo debiera
ser la de evitar que las circunstancias externas a la cuestión esencial tuvieran
influencia en la decisión que se adopte. Pero resulta que el éxito de la
intervención del psicólogo se va a valorar por el éxito o el fracaso de la
reconciliación, entonces, es posible, que se presenten todo tipo de argumentos
para ayudar al "éxito".
Pero, a nuestro entender, la
independencia y las relaciones sanas es lo que se debe fomentar. Pero conseguir
que se acepte lo contrario de lo que beneficia al individuo constituye una
forma de "someter" al animal hombre y de acomodar su conducta a
la conveniencia social. Éste individuo entenderá a través de una de las
manifestaciones de la voluntad social el principio regulador de la conducta
humana en la sociedad.
Los defectos
de la psicología
1.- El camino
La psicología, que reconoce
sus limitaciones, está centrada en buscar una base teórica que pueda justificar
esta disciplina como una ciencia.
Les ocurre a los psicólogos
como a algunas personas, por ejemplo, a los empresarios que tienen problemas en
su sociedad. Desean que todo mejore, pero no desean introducir cambios. Parece
que lo que buscan es un milagro.
Los psicólogos
"saben" que el camino por el que adentrarse en la solución debe
cumplir ciertas condiciones. La primera cuestión, es mantener el prestigio de
la psicología. La segunda cuestión, es mantener el prestigio del psicólogo. Y
todos los intentos de avanzar hacia un mayor conocimiento de
lanaturaleza
humana se hacen de una forma teórica a partir de los
conocimientos existentes bien para rechazarlos o bien para confirmarlos
utilizándolos como base para una nueva conclusión para sus limitadas
percepciones pues esta disciplina es no es capaz de percibir los sucesos de la
realidad tal y como son.
2.- Los límites de
esta percepción son:
a) La información parcial
que recibe de cada suceso.
b) La interpretación
condicionada que hace de la información que reciben para ajustarse a sus
prejuicios sociales.
c) La interpretación
condicionada a los conocimientos que ha alcanzado la propia psicología.
a) El estudio del psicólogo a través de "casos clínicos" se
realiza a partir de las personas que acuden a sus consultas. El
conocimiento que tienen, por ejemplo, de las personas con
"complejo de superioridad" no será nunca el de las personas con
complejo de superioridad sino el de aquellas personas a las que su complejo de
superioridad les produce problemas. De casos particulares pretenden sacar una
conclusión general.
El complejo de superioridad
no podrá conocerle hasta que ellos mismos se encuentren por debajo de una persona que
le posea. Todo conocimiento procede de la experiencia. Especialmente el
conocimiento de la naturaleza humana. Sin embargo, la aplicación de principios
teóricos a casos concretos suele ser efectiva. Esto es debido a que, una gran
parte del de la conducta humana, de una gran parte de la población humana,
tiene rasgos comunes porque el hombre es una especie animal en la que existe
el carácter de
la especie. Pero aquellos casos que no se ajusten a las circunstancias de los
que han sido analizados teóricamente, no pueden sufrir la misma interpretación.
Aunque la forma externa sea similar, el sentido interno es distinto. Tampoco es
posible analizar por ningún patrón los actos de aquellos individuos que han
superado al tipo medio humano. Éstos casos no pueden someterse a la
interpretación de un psicólogo ni tan siquiera en caso de que este hombre los
conozca por experiencia salvo que la elevación personal del profesional esté
por encima que la elevación personal del caso que está estudiando. En
definitiva, muchos casos de hombres elevados no pueden quedar sometidos a la consideración
de los profesionales.
b) Podría suponerse que estos "profesionales" completan sus
conclusiones con la experiencia de su propia vida. Pero, primero, son hombres
de la sociedad que no pueden juzgar a la sociedad. Segundo, el respeto social
que han adquirido les impide que las personas con las que se relacionan actúen
con naturalidad en su presencia. La mayoría de situaciones que se vive en la relación
social con los demás son situaciones artificiales de las que no se puede sacar
ninguna conclusión. Un psicólogo "natural" puede identificar el
significado de ciertas acciones y actitudes o
de ciertos gestos, pero no a la inversa: de una situación artificial no se
puede deducir la conducta que oculta salvo que ya se conozca.
En cuanto a los
conocimientos que adquiere a través de las personas a las que atienden, están
todavía más condicionados. Por un lado, deducen que si una persona acude a su
consultas es porque tiene problemas, si tiene problemas, es que sufren algún
trastorno. Posiblemente, entonces, invierta significado de todas las
circunstancias que se le relatan. Especialmente cuando éstas circunstancias
resultan increíbles al "conocimiento" que este profesional tiene de
las circunstancias sociales. Hemos dicho que el conocimiento de esas
circunstancias es parcial y limitado, por lo tanto incompleto, por lo tanto
falso.
Uno de los prejuicios más
difundidos en la sociedad y entre todo tipo de profesionales, especialmente
entre los profesionales, es que la categoría personal está relacionada con la
posición social o económica de cada cual. Este es un prejuicio social
que a todo profesional le interesa mantener por la ventaja que le reporta. Además,
una persona con cierta relevancia (económica o social de la que se deduce su
superioridad personal) pretende estar capacitado para opinar sobre cualquier
cuestión de la vida, y no únicamente sobre aquella cuestión para la que ha
tenido una formación. Esto se debe al respecto que, en general, le tienen las
personas que están por debajo de él y que le han acostumbrado, por unas u otras
razones, a ver admitida su opinión con independencia de su valor.
Si, como decimos, la
experiencia es la base del conocimiento de la naturaleza humana, todo
profesional debería aceptar las consideraciones de las personas a las que
atiende para conocer el mundo a través de los ojos que le han visto en lugar de
pretender conocer todas las circunstancias posibles de la conducta humana
gracias a las cuales estaría en condiciones de interpretar adecuadamente el
caso presente. Las conductas más sorprendentes, más miserables, más
deleznables, no se manifiesta nunca de forma pública, sino que sólo se producen
cuando el actor y su víctima están a solas o rodeados por personas que, por
diversos motivos (su falta de personalidad y
de estima), van a secundar la injusta agresión. Se entenderá que estos hechos
los producen las personas que gozan de un prestigio social antes que aquellas
que carecen de este, pues al relatar los hechos el hombre con
"prestigio" va a tener mayor credibilidad que el hombre sin
prestigio. Esta circunstancia, que le garantiza la impunidad,
favorece que repita este tipo de acciones.
La psicología supone al
hombre bueno y a la sociedad justa. Lo uno conlleva lo otro. La ingenuidad
social, incluida la de los titulados, lleva a suponer que las personas con un
mayor estatus poseen mayor número de virtudes. De la misma forma que su
capacidad económica les permite poseer más propiedades y más lujosas, se supone
que también sus virtudes son mayores y de mayor calidad como
si las virtudes fueran una mercancía que se compra; en tanto que han comprobado
que al menos se venden.
Pero el hombre con más dinero o
mejor posición no ha llegado nunca a ser más hombre. Por el contrario, es un
hombre como todos, y aprovecha su posición y su prestigio para su propio beneficio.
Los perjuicios ajenos no le preocupan. Lo que sabe es que su beneficio sólo
puede ser a costa del perjuicio ajeno. Justifica sus actos como consecuencia de
la existencia de una ley de la selva que él no ha implantado y que no puede
abolir.
c) La psicología, que es una ciencia incompleta y que nunca podrá estar
completada puesto que los actos de los hombres más elevados no pueden ser nunca
valorados, intentará encajar las conductas y las acciones de los hombres sobre
la base teórica que se ha ido desarrollando. Aquellos actos que resulten
similares o, incluso, externamente idénticos a otros, se incluirán como
pertenecientes a un caso estudiado por la "ciencia".
3.- El desconocimiento de
los hechos
Mientras que esta disciplina
pretenda desarrollarse a través de una fundamentación teórica y de hechos
supuestos, dejará de lado la auténtica realidad que debe analizar de la que
sólo se ocupará de aquellos aspectos que resulten útiles, prácticos, o estén a
mano para sus conclusiones.
El hecho, aparentemente
honrado, de reconocer las limitaciones de esta disciplina es una
declaración política que
tiene en común con los políticos el establecer un concepto con el que convencer
a la sociedad de sus buenas intenciones, de tal forma, que la sociedad entienda
que detrás de las buenas intenciones existe una voluntad que guía los actos en
la consecución del objetivo que, según nos dicen, desean. Pero detrás de ese
reconocimiento no hay otra cosa que la intención de mantener su estatus social
y una peregrinación teórica que no necesariamente llegue a ninguna conclusión
válida empíricamente pero que pueda ser admitida socialmente. La disciplina
salva su imagen y garantiza su futuro.
Pero toda psicología, cuyo
conocimiento sólo puede ser experimental, tiene que estar elaborada por hombres
del mundo, no por hombres de libros.
Los títulos les transmiten conocimientos teóricos en forma estructurada pero
limitado a lo que formalmente se conoce. El conocimiento racional no es
suficiente para comprender al hombre. Vemos, por ejemplo, como las palabras más
ofensivas se las dirigen entre ellos los buenos amigos. Con esto queremos
demostrar que toda palabra, todo acto, todo signo... posee al menos dos
sentidos y el conocimiento del sentido no es un conocimiento racional.
Un suceso es imposible de
valorar si no se conocen perfectamente las circunstancias. Pero es también
imposible de valorar si no se ha vivido un suceso similar. Ni siquiera el
hombre genial tiene esa capacidad de interpretar una situación que no ha
vivido. El profesional titulado en una ciencia racional no tiene ningún derecho
a pensar que tiene algún conocimiento de la existencia. La vida sólo se conoce
en la vida y además ese conocimiento no se puede transmitir de forma racional
para ser "comprendido" por un tercero si este último a su vez no
conoce esa misma circunstancia de forma directa y personal.
Para el conocimiento de las
circunstancias es necesario conocer de qué forma cada una de las partes que han
intervenido en un suceso le relata para poder deducir de cada uno de esos
relatos la interpretación interesada que se hace. También es necesario ser
consciente de los propios intereses para eliminar la interpretación interesada
del que valora. Finalmente, es necesario conocer suficientemente al hombre para
saber la posibilidad de la verdad del suceso que nos relatan.
4.- La defensa de lo social
Una vez que se ha
establecido el concepto de "violencia de género"
nos encontramos con una general simpatía hacia las mujeres maltratadas y el
desprecio hacia el maltratador. Pero entre todas estas denuncias se incluyen la
de las astutas mujeres que sabiendo como actúa el prejuicio de un concepto
sobre la sociedad presenta una falsa denuncia por si acaso el peso del concepto
puede superar el peso de la verdad. Es bastante lógico que se produzcan estas
falsas denuncias porque la mujer no
tiene nada que perder y sí mucho que ganar. No está de más que veamos cómo
la justicia también
puede ser víctima tanto del perspectivismo como del insuficiente conocimiento
de las circunstancias; si bien es cierto que muchos jueces rechazan estas
denuncias, no tenemos constancia de cuántas falsas denuncias han conseguido
triunfar. Lo que sí sabemos es que la parte denunciada encuentra muchas veces
sometida a penosos procesos y
a un descrédito social generalizado pues, en algunos casos, las denuncias
falsas llegan incluso a ser por abusos a los hijos.
En caso de que en un
psicólogo reciba al marido denunciado por abusos o malos tratos este no posee
otra cosa que sus conocimientos para decidir la verdad. Pero aquí ni la razón
ni el instinto son suficientes para encontrarla. Será entonces su parecer lo
que incline la balanza hacia un lado o hacia otro, conclusión que nada dice de
la verdad sino de la valoración de quien la realiza. Incluso, una sentencia, en
cualquier sentido, no es determinante para esa verdad. Solamente podemos
deducir que si sufre es porque tiene un dolor y se supone que ese dolor no
existiría si hubiera cometido el delito.
Pero conocemos casos en que interesa un diagnóstico y
en la vida hay buenos actores.
En la mayoría de los casos,
el cliente,
de quien no se percibe el sufrimiento (porque el profesional nunca ha sufrido
una situación similar y nunca se ha visto sometido a ese sufrimiento) sino la
alteración, que se acaba convirtiendo clínicamente en trastorno, está alterando
el orden social establecido y el psicólogo, como representante de la sociedad
con capacidad legal, moral y social para resolver, tiene la obligación de
restituir el orden que una persona pretende alterar. La conclusión del hombre
social no puede ser nunca contraria ni perjudicial para la sociedad. La
conclusión del hombre social debe descalificar la conducta del hombre que
sufre. Esta conclusión nos recuerda el estudio de Nietzsche en
la genealogía de la moral en
la que el sacerdote ascético acababa por convencer al individuo que sufre que
él mismo era culpable de su propio sufrimiento por haber actuado en contra de
la verdad.
Nietzsche nos dice:
"Sufro: alguien debe
tener la culpa"..., así piensa cualquier oveja enferma. Pero su pastor, el
sacerdote ascético, le dice " ¡Tienes razón, oveja mía! Alguien debe tener
la culpa: pero ese alguien eres tú mismo, tú mismo eres el culpable"...
eso es bastante arriesgado, bastante falso: pero sí al menos se consigue una
cosa; así, como he dicho..., cambia la dirección del
resentimiento. 1
Es decir, la psicología ha
conseguido satisfacer las necesidades de la sociedad porque consigue que se
libere a los culpables de la responsabilidad del
daño que causan haciendo que el hombre perjudicado se sienta culpable de sufrir
su daño. El título, el prestigio, los conocimientos, y la elevación moral del
evaluador, así como la correspondencia de la conclusión con la verdad admitida
y con las costumbres sociales, garantizan, ante cualquier instancia, la
justicia social del diagnóstico.
¿Qué ofende más
profundamente, qué separa más radicalmente que dejar que se note algo de la
severidad y la elevación con que uno se mira a sí mismo? Y, a su vez, ¡qué
complaciente, que amable se muestra todo el mundo con nosotros tan pronto como
hacemos como todo el mundo y nos abandonamos como todo el mundo! 2
En otro lugar podemos leer:
Si se ha comprendido en toda
su profundidad [...] en qué medida la tarea de los sanos sencillamente no puede
ser cuidar enfermos, sanar enfermos, entonces se ha comprendido también una
necesidad más: la necesidad de médicos y enfermeros que estén ellos mismos
enfermos: y a partir de ahora tenemos y aferramos con las dos manos el sentido
del sacerdote ascético. Él mismo debe estar enfermo, debe estar emparentado de
raíz con los enfermos y los malparados para entenderlos... [...] pero también
debe ser fuerte [...] para ganarse la confianza y el temor de los enfermos,
para poder ser para ellos un asidero una resistencia [...]
que tiene que defender su rebaño... ¿contra quién? Contra los sanos, de eso no
hay duda; y también contra la envidia hacia los sanos; debe ser el adversario y
despreciador natural de toda salud y potencia cruda
[...] el sacerdote es la primera forma de animal delicado para el que
despreciar es aún más fácil que odiar.3
Entre otras muchas citas que
evitamos por no poder reproducir toda su teoría, presentamos esta última:
Pero primero necesita herir,
para poder ser médico; y entonces, mitigando el dolor que provoca la herida,
envenena al mismo tiempo la
herida..., entiende sobre todo de eso, este mago y domador de depredadores
en torno al
cual todo lo sano enferma necesariamente y todo lo enfermo se torna
necesariamente dócil. 4
5.- El perspectivismo de la
psicología
Una página de Internet,
posiblemente de un psicólogo o de un psiquiatra, hablando de los trastornos de
personalidad, nos pone un desgraciado ejemplo:
Una chica gorda que,
aparentemente no tiene complejo por su físico, sufre por los comentarios que
hacen sus amigos y compañeros. Esta reacción de la chica ánima a sus
"amigos" a continuar con la broma. Esta situación es tan habitual,
que, finalmente, la chica se aparta de ese grupo y
de otros muchos refugiándose en su soledad.
La psicología determina que
esta chica no sabe adaptarse a su entorno ni reaccionar ante los comentarios
ajenos. Que esta incapacidad la genera un trastorno de su personalidad y de su
conducta. En definitiva, la "ciencia" de "los sabios" nos
viene a decir que una personalidad de este tipo acaba generando un complejo de
inferioridad o un trastorno de la
personalidad o una neurosis.
Pero el caso es que esta
chica sólo tiene problemas cuando los demás hacen comentarios sobre su físico.
Por lo tanto, si elimináramos los comentarios, eliminaríamos ese supuesto
problema que los sabios establecen que ella ha generado.
Si esta cuestión la
analizáramos como un proceso judicial
en lugar de como un proceso psicológico, encontraríamos que el daño que sufre
esta persona es consecuencia de una acción que ejercen sus compañeros y no por
una autoflagelación. Pero la "ciencia" de las costumbres no es capaz
de cuestionar el valor moral de las costumbres establecidas. Los
"sabios" establecen que aquello que es habitual, es decir, normal
(con el sentido de habitual), es normal (con el sentido de correcto).
Conocemos el caso de una
chica con una nariz muy grande cuyos compañeros hacen bromas a cuenta de ella.
La chica reacciona a sus comentarios riéndose de su propio defecto. La ciencia establecería
que ésta es la reacción adecuada a esa circunstancia. Sin embargo, nosotros
planteamos qué derecho tienen los demás hombres a ocuparse del aspecto de una
persona. Tal hecho, que debiera ser evidente para estos "sabios", no
es sino muestra de una manifestación de superioridad por parte de quien lo
ejerce porque se sabe libre de ese perjuicio. La continuación del comentario es
un ensañamiento para denigrar a su "amiga".
Si esta chica pudiera
realmente contar con sus amigos les pediría que dejaran en paz su nariz. Pero
las circunstancias en las que se desarrollan las relaciones sociales impiden
esta honesta actuación. Toda relación humana es, aunque no debiera ser,
un juego de
poder y sumisión.
Clínicamente, la chica gorda
sufre un trastorno de personalidad. Pero, en realidad, su respuesta es la
reacción noble e inevitable a una agresión externa. La actuación impropia es la
de las personas que le están causando un perjuicio que justifican
"moralmente" por la falta de sanción de la
administración de justicia. A los delincuentes morales les
conviene identificar la ley y estatal con la ley moral para no juzgar sus actos
como deleznables.
La reacción de la chica con
la nariz grande, es una reacción ante un compromiso social.
Este "error" de
interpretación de la ciencia pudiera parecer que está originado por una ceguera
del científico. Pero científico, antes que científico, es un hombre de la
sociedad y está condicionado por todos los prejuicios sociales y por todas sus
normas. La ciencia le ha proporcionado información de hechos pero no le ha
eliminado sus consideraciones erróneas. Por el contrario, la elevación de su
estatus social y hace confiar cada vez más en los valoresque
configuran esa sociedad. De no ser así, no sentiría una satisfacción por su
prosperidad. El científico ve perfectamente las necesidades… de la sociedad.
El psicólogo, es un hombre
de la sociedad que ha sido elegido para defender las posiciones sociales. Tiene
por lo tanto dos motivos para llegar a ese "error" que mediante su
titulación académica puede transformar en trastorno de personalidad en aquellos
casos en que un individuo se opone a la conducta de la mayoría.
Lo que existe en la
sociedad, debido este juego de poder y su misión,
es, entre las personas que desean ejecutar ese juego, la existencia de unas
fuerzas relativas por las que los jugadores procuran desarrollar aquellos juegos en
los que ellos poseen un mayor poder. Pero, con relación a las personas que no
desean jugar a ese juego, lo que existe es una conminación a ejecutarle pues,
en el ejercicio de esa actividad, ciertos hombres poseen una superioridad sobre
otro. Estos que no desean el juego de poder, lo que desean es el juego de
la inteligencia.
En el mundo como voluntad y representación, los hombres del fenómeno desean la
representación, la medición de
fuerzas y, los hombres de ideas, la voluntad, la persecución de las ideas
universales.
Para una
fundamentación teórica de la psicología
1.- El carácter natural del
hombre
El principio del cual debe
partir cualquier teoría que pretenda conocer la conducta humana es aquel que
determina su naturaleza. Ya lo hemos comentado, en el hombre existe la idea y
el fenómeno.
En el fenómeno se produce el
efecto del placer y del displacer de sus actos y pudiera parecer que este es el
origen de ellos. Pero son efectos de la voluntad de poder, que no es otra cosa
que voluntad de dominio.
En este estado del individuo, desaparece toda vinculación con sus semejantes,
el principio de individuación marca sus
acciones y el daño que proporcionen sus actos le resulta indiferente. La
voluntad de dominio es una voluntad ciega e irracional como toda fuerza de la
naturaleza.
Las leyes penales y las
normas sociales condicionan la manifestación del hombre, pero no su esencia. El
afán de dominio y la indiferencia por las consecuencias de sus actos siguen
siendo originales y determinantes.
La sociedad apela con
frecuencia al concepto de conciencia. Pero la conciencia ha sido inoculada en
los individuos por la sociedad en forma de sentimiento de culpa. Cuando se
habla de conciencia debemos entender que se pretende establecer en el individuo
un sentimiento de mala conciencia para estigmatizar los actos que rechaza la
sociedad. De tal forma, que, en algunos individuos, el miedo moral es un
impedimento para una acción no deseada por la sociedad. No obstante, es
ineficaz para los verdaderos delincuentes. Y asimismo para quienes regulan la
conducta de los hombres. Estos suelen ser quienes mejor han comprendido el
sentido de las normas al ser ellos quienes las establecen, saben que podían no
haberse establecido o que podían haber impuesto otras
leyes distintas. El valor relativo de tal o cual norma acaba por hacer dudar de
su valor y de su necesidad, siempre de su necesidad de acatarla.
La conciencia no pertenece
al individuo. La conciencia no existe. Como tampoco existe la moral. Entendamos
que las leyes humanas no existen por estar promulgadas, sino porque el estado dispone
de medios de controlar su incumplimiento y de castigar a quien no las respeta.
Las leyes existen por el poder estatal de castigar a quien las quebranta. La
moral es un conjunto de leyes que fueron implantadas para regular la conducta
irracional y violenta de los hombres. El principio moral, la apelación a un
poder superior que respaldara su validez, permitió convencer a los hombres de
su valor. El miedo a Dios era la forma de implantar en individuos indomables la
obligación de cumplir las leyes que les limitaban las acciones que causaban
daño.
Pero es absurdo que una sociedad
que pretende ser racional siga tratando de la moral como si se tratara de una
verdad. El problema es que esta sociedad (por parte tanto los que mandan como
los que obedecen) ha renunciado a Dios pero ha visto lo prácticos y efectivos
que resultaban los medios que utilizaba la iglesia para
convencer y someter a sus fieles. Uno de los argumentos que daban los papas
para implantar el cristianismo en China era
que se dominaba mejor a los creyentes que a los no creyentes. Así, la ley, la moral,
y más aún, la indignación del pueblo son principios para juzgar los actos que
esta sociedad actual computa como inadmisibles. No nos desharemos de la moral
aunque quines la defiendan en sus nuevas formas sean completamente inmorales.
La negación del valor de las
normas legales o morales, no implica la inexistencia de alguna norma. Pero las
normas por las que se guían los hombres son las suyas propias. Ya hemos dicho
que las normas oficiales solo se siguen por el miedo a la mala conciencia o por
el miedo al castigo de los tribunales. Los hombres se imponen normas personales
según las aspiraciones de cada cual. Entre el hombre más despiadado y el mayor
santo hay toda una tabla de valores según el grado de elevación del hombre.
En esta terrible tabla, aparecen
pocos de los delitos que
figuran en las normas legales y morales. La ley y la moral solo tienen por
objeto dominar al individuo, no persiguen la elevación del tipo hombre. Muchas
de ellas son normas obvias de convivencia, pero no siempre su quebrantamiento
constituye un delito en el mundo de la necesidad natural. La domesticación del
hombre no es la educación del
hombre. Desconfiemos de las propuestas sociales. Lo más terrible no son los
actos violentos, son las pequeñas miserias que reducen la categoría humana. Acabar
con la vida de un enemigo puede resultar un acto terrible para quien lo lleva a
cabo, pero quizás fuera un acto necesario. Nadie puede entrar en la conciencia
de otro hombre para valorar las circunstancias que le llevaron a cometer este
acto. Pero nuestra sociedad se ha acostumbrado a admitir pequeños delitos que,
de tan habituados que estamos a ellos, no se advierte ya en ellos el carácter
de delito, se han convertido en una forma de conducta que resulta hasta
respetable. De hecho, toda ironía, impertinencia y cualquier otra forma de
menosprecio, que con harta frecuencia se prodigan hasta entre círculos de
amigos, son tenidas por manifestaciones de la inteligencia de quien nos las
ofrece. Frente al número de estos delitos, los delitos que persiguen los
tribunales son escasísimos, y los primeros constituyen la mayor forma de
degradación del hombre. La valoración de un acto no puede medirse por el daño
que ocasiona a los demás, esto se lo dejamos a la justicia. Un hombre debe
valorar qué dice de él la acción que lleva a cabo. Por eso, un acto contra
la dignidad de
una persona, que nunca tiene justificación, puede constituir una muestra mayor
de la miseria de quien le comete que un horrible crimen cuando ha habido una
justificación.
Obviamente un hombre elevado
evita los delitos morales y legales porque en general coinciden con actos
miserables. Pero hoy nuestra sociedad ha acabado por igualar el delito legal
con el delito moral.
No se trata de cuestionar
las leyes, entiéndase claramente el objeto de este desarrollo,
conocer la naturaleza humana para poder establecer principios para fundamentar
una ciencia pues entendemos que uno de los muchos errores de esta disciplina ha
consistido en admitir criterios sociales, legales y morales como base para
valorar las conductas de los individuos, tanto de los que acuden en busca de
ayuda como de quienes provocan que los primeros precisen ayuda. Llevamos
nuestra exposición a sus extremos para demostrar el perspectivismo con el que
una disciplina que pretende ser racional, es decir, objetiva, juzga los actos
humanos.
2.- El carácter social del
hombre
Este es precisamente otro de
los puntos de vista que hay que considerar en la motivación.
Cuando el hombre se ha visto
inmerso en la sociedad ha visto una nueva relación de causas y efectos. Las
leyes morales, legales y sociales componen una nueva realidad. El hombre ha
salido del mundo de lo natural para adentrase en el mundo artificial de la
sociedad. Todos aquellos valores naturales que le servían al hombre para aspirar
a su elevación, han sido destruidos y sustituidos por nuevas normas. No es que
el hombre tenga fe alguna en ellas. Lo que conoce son los efectos de no
acatarlas.
Si antes tenía que
preocuparse de no estar debajo de una piedra que cae, ahora debe procurar no
contradecir a quien, en una posición social superior a la suya, le afirme, por
ejemplo, que la piedra no caerá. La contradicción entre la lógica natural
y la lógica social se resuelve de dos maneras, según las circunstancias. En
un ambiente de libertad,
afirmará que la piedra caerá. En un ambiente social en el que su imagen, su
prestigio, o su puesto de trabajoestén
en peligro, optará por la solución que salve su cabeza. Y mientras que en el
campo saldrá corriendo cuando vea una piedra caer, en sociedad, delante de su
superior, afirmará que no caerá, de lo contrario, percibirá que pierde su
cabeza o su trabajo.
Esta posición es posible por
la reducción a la que se somete a los individuos. Una sociedad que enseña a
todo individuo a temer a Dios y a temer al estado está más que preparado para
temer cualquier cosa que tenga poder. Todo ello se ha santificado con el nombre
de respeto.
De esta forma, quien no
respeta, está quebrantando las leyes. Lo que no nos dice nadie es qué son estas
leyes, pues a primera vista no parecen otra cosa que caprichos o intereses
personales. No analizaremos más esta cuestión del contenido de las supuestas
reglas, pues lo dicho es cuanto merece ser dicho. Todos los miembros de la
sociedad exigen que se restaure el orden. Los que mandan, sienten una falta de
respeto a su persona, que no es otra cosa que el hecho de que se ha puesto en
evidencia su injustificada ley, y su prestigio exige que, diga lo que diga,
debe ser creído, obedecido y acatado. Quienes le "respetan" deciden
que si ellos se han humillado, no hay razón para que los demás no lo hagan. Son
ellos quienes más esfuerzos hacen para lograr recuperar el orden.
3.- El perspectivismo moral
Desde el punto de vista de
una moral natural (para denominarla de alguna manera), los actos indebidos o
inmorales o ilegales son aquellos que perjudican al hombre que los comete. La
valoración natural nada tiene que ver con el perjuicio que se causa a otro sino
con el que uno se causa a sí mismo. Uno debe juzgar si un acto es propio de su
naturaleza o es ajeno a ella. Es decir, un acto miserable define al hombre como
miserable.
Si un hombre tiene una
categoría personal considera indigno de su naturaleza cometer una determinada
acción y, aunque esté socialmente admitida, no a la ejecuta.
Las leyes de la moral
natural son leyes de elevación del hombre o de reducción de su persona. Podemos
establecer en los hombres grados de categoría según las exigencias morales que
se imponga. Encontraremos en esa escala desde
hombres cuya conducta resulte propia de animales irracionales
a hombres exigentes que alcanza la santidad.
La valoración de la moral
religiosa y las leyes humanas es una valoración unidireccional de los actos del
hombre según los efectos en la sociedad que los valora. De forma que valoramos
la calidad de un acto por el daño que causa a los demás no por el daño o la
elevación que procura la persona que le ejerce.
Por supuesto, que el hombre
agredido tiene derecho a defenderse de esa agresión en tanto que la voluntad de
otra persona pretende interferir en la voluntad suya. Obviamente, las leyes
religiosas y civiles tienen una justificación práctica, política y social pero
no merecen nuestra atención en
este apartado en el que tratamos sobre la psicología.
Pero las leyes legales y
morales son una interpretación perspectivista de los actos humanos a través de
las cuales no podemos valorar la calidad de la persona que lo realiza.
4.- Los pares de emociones
La motivación del
hombre era perseguir las consecuencias de la voluntad de poder que tenía como
efectos el placer y el displacer. Éstas últimas son denominaciones genéricas
que tienen, en las manifestaciones concretas, denominaciones determinadas.
Las emociones humanas
se muestran por pares opuestos o complementarios: Amor-odio,
vanidad-vergüenza, engreimiento-desprecio. Sólo quien ama es capaz de amar.
Quien no ama no odia, el odio es una reacción frente a un amor no
correspondido. Quien no es vanidoso, no tiene vergüenza. En todo caso la
vanidad y la vergüenza atenderán determinados grados. Quien no es engreído no
exige el aplauso incondicional a los demás y no se siente defraudado cuando
alguien no le aplaude. Pero el engreído mostrará desprecio por quienes no
responden a sus expectativas. En todos estos pares de emociones el segundo
término es la reacción al primero. Por eso Nietzsche llama a cierto tipo de individuos
hombres reactivos porque reaccionan ante circunstancias que esperaban que no se
han producido según ellos deseaban. En ciertas ocasiones, el efecto es inverso
y es el odio acaba por generar amor o la vergüenza genera vanidad. En estos
casos, la reacción es una forma emocional de defensa frente a una agresión
externa.
El amor y el odio, la
vanidad y la humillación, son manifestaciones de los efectos de la voluntad de
poder, del placer o displacer, que resultan de un fenómeno. La vanidad del
hombre indica una forma determinada de esa búsqueda de placer (del hombre con
necesidad de reconocimiento), lo que no dice nada del valor del acto por el que
merece reconocimiento, sino del fenómeno hombre. Los pares de emociones siguen
siendo una valoración e interesada. Por ejemplo, se ama en la medida en que ese
amor reporta alguna ventaja.
Para no odiar, no
avergonzarse y no despreciar es necesario no ser un engreído, no ser un
vanidoso y no amar.
Esto que puede sonar
terrible es consecuencia de un error en la valoración de lo que denominamos
amor. En la mayoría de los casos, amor no significa más que el derecho a la
posesión sobre el ser querido. El auténtico amor debe ser un sentimiento
universal a la humanidad, su manifestación concreta debe ser una manifestación
de la idea universal. Un amor manifestado en un fenómeno concreto carece
de significación universal. Nada dicen la moral ni las costumbres sociales del
verdadero amor sino de una cualidad de las personas que sienten necesidad de
amar. Esto, que también puede resultar inconcebible, vemos que lo cumplen los
monjes budistas quienes ni aman y odian, ni son vanidosos ni se avergüenzan, ni
mucho menos son engreídos o sienten desprecio. Estos hombres piensan que esas
manifestaciones no constituyen actos dignos de su naturaleza.
Frente a esta profunda filosofía,
el "amaos los unos a los otros" o "respetar a la sociedad"
queda como una filosofía de segunda clase para
crear hombres de segunda clase.
Estas consignas llevan
parejas y ocultas sus opuestas, odiaos los unos a los otros y despreciad a los
demás.
Estos principios confirman
la existencia humana como una simple existencia del fenómeno impidiendo el conocimiento
del mundo de las ideas.
Además, por si esto no fuera
suficiente, debemos tener en cuenta que el amor es
un sentimiento emocional y ninguna ley ni ninguna moral puede establecer la
obligación de amar a otro. Las leyes sólo pueden dar instrucciones para los
actos no para los sentimientos. Que una ley que obligue a tener un sentimiento
está exigiendo simplemente que muestre los actos externos, es decir aparentes,
con los que se manifiesta el auténtico sentimiento. Así se exige una
discordancia entre el sentimiento y la expresión, lo que obliga a la falsedad.
Por lo visto, la obligación moral acaba por volver al hombre falso.
La obligación de amar lleva
también implícita la obligación de dejarse amar, en contra de los sentimientos
personales. Se consigue que el hombre honesto, que no acepta manifestaciones
externas que no coinciden con el sentimiento interno, rechace esa manifestación
generando en la persona que muestra esa actitud un
rechazo por la no aceptación del gesto. Es decir, a una falsa manifestación de
un sentimiento amoroso le sigue la expresión del odio. Entonces fue necesario
establecer en la sociedad, como contrapartida al amor, la obligación de
perdonar, con lo que se obliga a los individuos a soportar todo el daño que le
quieran infligir. Todas estas normas perjudican al fenómeno y a la aspiración
al ideal del hombre que las cumple.
Las leyes morales fueron
establecidas en una época en la que se comprendía el sentido interno que
pretendía expresarse mediante una serie de conceptos. El uso común de estos
conceptos originó que se perdiera el sentido interno y se apreciara únicamente
su forma externa concreta. Pero resulta que esa forma externa no puede servir
para dar valor a los actos internos. Como sabemos, la filosofía nos enseña que
a partir de la experiencia podemos establecer un concepto. Pero a partir de un
concepto no podemos hacernos la imagen que representa. Esa imagen imprecisa que
se genera de forma inadecuada se llama, en filosofía, fantasma. Al tener un
significado impreciso se le acaba dando el significado más conveniente. Entonces,
todos los valores y todas las actuaciones resultan falsas y es necesario volver
a buscar el origen de los conceptos en la realidad de la experiencia o en los
sentimientos.
Conclusión
Mientras se siga pensando
que el mundo tiene la forma idílica y el orden que aparenta, nadie se molestará
en realizar ningún esfuerzo por descubrir la verdad. Los hechos llegaran
parcialmente al conocimiento del investigador y los interpretará, con una
capacidad racional que no sirve para conocer la calidad de los actos humanos,
según teorías parciales
y con criterios sociales que seguirán manteniendo el prestigio de las personas
respetables de quienes no se puede dudar. La razón es tan simple como todo
hombre está o pretende estar a la altura de los hombres respetables y dudar de
sus iguales es dudar de ellos mismos. La consecuencia es que se prefiere con
mucho el error a una verdad, porque con el error no nos enfrentamos a los poderes
fácticos y podemos dormir plácidamente sabiendo que seremos respetados por la
mañana y que de esa forma podemos conservar el puesto de trabajo y el
prestigio.na con
un defecto físico nos produce risa y, si nos veamos libres de los
convencionalismos sociales, procedemos a ejercer la burla contra la persona que
posee este defecto. Parece que se intenta culpar al individuo por
la elección de su rasgo y parece que quien ejerce la burla, que no posee ese
defecto, se conoce libre de las burlas ajenas, porque sabe que el resto de
individuos, la masa humana de la que él es miembro, mostraría hacia él el mismo
desprecio que él muestra hacia
los demás. Y lo sabe por experiencia porque ha sufrido él mismo en sus propias
carnes este "derecho" de los hombres contra los hombres.
En ciertas circunstancias,
los hombres amortiguan la expresión de su pensamiento y
de su sentimiento. Pero en otras muchas ocasiones, no la contienen. Esto se
produce cuando están rodeados "por los suyos", los que sienten igual
que él o por los que, no sintiendo igual que él, están sometidos por su rango a
aceptar sus valoraciones y sus conductas. Pocas de estas personas podrán
mantener su criterio incluso frente a su consciencia y aceptan la decisión de
su superior "convencidos" de que actúa en justicia.
No aceptar esta consideración implicaría verse sometido a la contradicción
entre su sometimiento a su superior y la falta de sometimiento a sus
conclusiones.
Sin embargo, cuando vemos a
una persona con una grave tara, como el que padece síndrome de
Down o el que está lisiado mutilado, mostramos un respetuoso
distanciamiento y sentimos cierta consideración porque, también ahora, nos
alegramos de estar libres de ese problema en el que reconocemos una
imperfección o un perjuicio que puede sufrir la naturaleza humana
de la que nosotros mismos no estaremos libres. Lo mismo nos ocurre cuando
conocemos que alguien está próximo a morir.
Esta percepción de
los defectos del hombre como
una terrible manifestación de la naturaleza de que está hecha al ser humano no
se aplica a aquellos defectos que no constituyen un impedimento para la
existencia. Digamos que los defectos estéticos adquieren una valoración
distinta de aquellos que perjudican el desarrollo de
su existencia.
Pero todos los defectos no
son otra cosa que una manifestación de la naturaleza por lo que debieran tener
la misma valoración. De hecho, algunas de estas interpretaciones no son más que
interpretaciones perspectivistss. No tenemos más que recordar cómo la imagen ideal
de una mujer se
ha mostrado de formas muy distintas a lo largo del tiempo y
en las diversas culturas.
La burla por los defectos de
los demás no dice nada de los defectos de los demás sino de la actitud de
quien ejerce la burla, baste considerar que hay gente que no nos burlamos. La
evidente significación de este hecho ha pasado desapercibida a los más
"sabios". Lo que muestra el hombre que
se burla de otro es su consideración de ser superior sobre el que posee ese
supuesto defecto que le desmerece, por lo que posee un derecho a perjudicarle,
como un equivalente al derecho a destruir las formas imperfectas de la
naturaleza. Este derecho no escrito se ha implantado precisamente porque el ser
humano desea poseer derechos sobre los
demás, porque necesita sentirse superior a alguien, porque necesita justificar
su valía; lo que todo hombre inferior consigue percibiendo los efectos de
su fuerza.
Si un hombre es "más" que otro ya sea en fuerza o en inteligencia o
en belleza o en astucia... entonces, está satisfecho de sí mismo, entonces, lo
inferior queda subordinado, entonces, lo inferior, deleznable, debe ser
castigado porque constituye una afrenta a esa forma "superior" de la
naturaleza que se ha manifestado en ese ser que ejerce la acción.
Y la justicia la ejercen estos hombres "superiores".
La burla no es sino una
forma sutil de ejercer el poder sobre
otro para satisfacer la necesidad del animal hombre de dominio,
lo que Nietzschedenominaba
voluntad de poder. Pero la voluntad de poder del hombre es distinta de la
voluntad de poder del animal hombre. Como no se han establecido estas
diferencias se toma lo bajo por lo elevado, y la burla como gracia, para
ejercer y disimular respectivamente un acto de violencia.
Las ideas y
los fenómenos
El mundo como voluntad y
representación significa que el mundo está formado por ideas y fenómenos. Pero
ambos son la misma cosa, es decir toda idea se manifiesta en un fenómeno y todo
fenómeno es la objetivación de una idea.
Cuando percibimos la
tragedia humana estamos entendiendo la idea del mundo. La mayor parte de las
veces, sin embargo, no comprendemos la idea sólo conocemos el concepto en
el cual se sabe valorar la trascendencia del hecho. La mayor parte de los
hombres no llega a comprender en el fenómeno la idea, es decir, no percibe el
significado universal de una manifestación pero comprende que él mismo forma
parte de esa naturaleza y
puede ser objeto de los daños y sufrimientos de otros seres humanos. Desde este
punto de vista, la existencia se percibe como una tragedia.
Pero el mismo ser humano que
ha conocido la tragedia de la existencia la olvida en su propia existencia
cotidiana de tal forma que a todo hombre vulgar
le ocurre que los árboles no
le dejan ver el bosque, y sus necesidades y sus intereses le impiden en sus
actuaciones reconocer esta universalidad de la vida y se refugia en el
principio de individuación para ejercer por su propia cuenta el daño que
lamenta en la naturaleza sin ser consciente de esta doble valoración que hace
él mismo de un suceso. Tal parece que el daño que ejerce un hombre sobre otro
queda apartado de una consideración moral por
parte del individuo que
la ejecuta y que la conciencia con
que aquel hombre valora los actos ajenos queda suspendida cuando debe valorar
los actos propios.
La fuerza de
la naturaleza que se manifiesta en el individuo es una fuerza ciega e irracional
que no sabe dominarse. Toda cultura ha
aspirado siempre a controlar esta fuerza. Pero como sabemos, en la mayor parte
de los casos, ha sido "domada" o refrenada en lugar de
"educada".
En las numerosas ocasiones
en que la sociedad no
puede poner freno a esta fuerza, el individuo la ejerce para su propia
satisfacción de poder.
El triunfo sobre otro individuo le proporciona una satisfacción tanto por
su éxito como
por el fracaso de la oposición ajena. La oposición ajena se percibe como
absurda frente a la fuerza propia y ese absurdo se manifiesta a través de la
sátira o de la comedia lo cual, en todo caso, implica un menosprecio burlesco
hacia el individuo sometido.
Lo espantoso y
lo absurdo
Lo trágico y lo cómico no
constituyen una valoración de dos actos desde un punto de vista sino la
valoración de un acto desde dos puntos de vista.
De forma intuitiva (con
razón pero no con razones), manifestaba Napoleón que
de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso.
Lo espantoso es la percepción de
la existencia desde el punto de vista de las ideas. Lo absurdo es la percepción
de la existencia desde el punto de vista del fenómeno.
El fenómeno tiene a su
favor, frente al mundo de las ideas, la fuerza de la materia en
la que se desarrolla. El hombre vulgar,
que vive en el mundo de los fenómenos, tiene a su disposición la fuerza física, la fuerza bruta,
con un valor determinado
pero inferior al mundo de las ideas. La aspiración a la elevación del hombre
exigente puede verse impedido por la acción del
hombre vulgar que le opone a un pensamiento una
acción física. Toda idealización desaparece cuando el bruto te descalabra. Está
"prueba de la fuerza" le confirma al bruto la superioridad de su
posición frente a la posición del genio en
un mundo ideal que no se percibe por ninguna parte.
La necesidad del bruto de
manifestar su voluntad de poder y su fuerza debe manifestarse en hechos
concretos, porque los ideales no los aprecia. El enfrentamiento con otra fuerza
física no compensa. Se prefiere el enfrentamiento con el hombre de ideales, quien
va a quedar desarmado pues las ideas no sirven contra la fuerza y el hombre de
ideales no posee la fuerza suficiente para enfrentarse a la suya ni el
enfrentamiento físico constituye el campo de acción del hombre elevado. En
consecuencia, uno de los hobbies más difundidos por el mundo es la destrucción
por parte del bruto de los ideales y de los hombres elevados.
Es decir, la burla alcanza
una gran extensión en las relaciones
humanas. El éxito de la burla contra los hombres superiores anima a
que se practique también contra los inferiores porque en este terreno se evita
el enfrentamiento físico que no admiten ni la sociedad ni la ley.
Los nuevos
sacerdotes
Las propuestas de los
grandes pensadores de respetar a la sociedad son todas propuestas políticas.
Nada dicen del hombre sino para reducirle a una masa compacta a la que poder
someter y dominar. Las ideas de igualdad no
son otra cosa que la construcción de
individuos "predecibles".
1.- El orden social
La sociedad desea la
estabilidad y la predicibilidad. Lo desean los propios miembros y quienes la
controlan. Quienes controlan para hacer más llevadera su labor. Los propios
miembros porque sienten que poseen un poder sobre los demás al exigirles el
cumplimiento de principios generalmente impuestos.
Además, que alguien se permita romper un orden social, le obligaría a
cuestionarse las creencias que ha admitido y conforme a las cuales desarrolla
su existencia.
Este esquema está implantado
en la mente de todos los individuos que pertenecen a la sociedad y todos los
titulados son miembros de la sociedad.
Toda percepción de un
fenómeno y toda teoría sobre
su interpretación están
condicionadas por los esquemas que la sociedad ha implantado en el pensador.
Toda conclusión de los "sabios" produce satisfacción general porque
confirma la validez del estado del
pensamiento general. Una conclusión que no admita lo existente es rechazada
porque la fuerza del número de quienes defienden lo existente es superior a la
fuerza de la verdad de quienes lo cuestionan. Desde el punto de vista de
quienes cuestionan lo actual, la conclusión de los "sabios" esté
equivocada.
Toda consideración es
perspectivista. La cuestión es saber elegir la perspectiva que este más alta y
más alejada de aquello que se juzga. Los hombres sociales no pueden juzgar la
sociedad. Sólo podrían aprobarla pues, en caso de rechazarla, tendrían que
cuestionarse todos sus valores y
todos sus principios, tendrán que cuestionarse su propia existencia. Se
quedarían sin existencia.
La sociedad permite el divorcio.
Pero la sociedad admite el divorcio como idea. El problema es aceptar el
divorcio como fenómeno. En ciertos ambientes, esta cuestión está ampliamente
superada. Pero en otros ambientes es difícil de aceptar. Elegimos la cuestión
del divorcio como ejemplo con el que ilustrar esta exposición pero
podríamos poner cualquier otro que plantee problemas en
la sociedad.
El matrimonio es
una institución arcaica. Ata mediante un lazo externo la relación entre dos
personas. Y los miembros de la sociedad mantienen mediante presiones sociales
esa atadura. La relación interpersonal debe ser una relación libre.
El aumento de los divorcios
es, a nuestro entender, un signo de independencia personal y,
utilizando un término clínico, de salud mental.
Cuando uncontrato carece
de objeto debe anularse. Son las partes las que deciden cuándo firmar el
contrato y cuando revocarle. Los usos antiguos justificaban laconstitución de
una sociedad tal pero desde que la mujer tiene
absoluta independencia aquel tipo de acuerdo carece de significación. Sólo
el interésjustifica
la relación entre las personas y cuando aquél desaparece debe desaparecer esta.
Parece ser, que existen
matrimonios felices. Es difícil pensar que esto ocurra salvo que una de las
partes se subordine a la otra. Lo cual quiere decir que una de las partes ha
perdido su independencia, y su identidad.
Quizás, la necesidad económica obligue a unas personas a entregarse a otras y
por muy triste que nos resulte debemos admitir esa situación como una
prosperidad frente a la falta de esa sumisión. Es posible que ésta sea la
circunstancia de muchos de los matrimonios que se muestran felices. En otros
muchos casos, es la incapacidad para valorar la situación en la que se
encuentran inmersos, o hasta el más absoluto fingimiento de una inexistente
felicidad.
Muchos son también los casos
de personas que mantienen el matrimonio por imagen pública
pero viven distanciados unos de otros. Conocen el valor social del concepto
matrimonio y los peligros de actuar contra ese concepto. Mantienen la imagen
que la sociedad desea ver para poder mantener la relación con la sociedad.
Fingen, pues presentan una imagen que es muy distinta de la realidad. Pero sólo
fingen ante los demás, ante ellos son honestos pues no admiten una relación a
la que las leyes y
la sociedad les atan. Hasta donde les es posible, cumplen con la sociedad y con
su conciencia. Guardan unequilibrio entre
el daño o los inconvenientes que les causa mantener ese estado y el perjuicio
que les causaría la sociedad por romperle. Saben que la sociedad tiene
sus normas y
sus medios para
imponerlas.
2.- Amaos los unos a los
otros como yo os he indicado
Cuando un matrimonio o una
pareja acude a la consulta de un "profesional" por sus desavenencias
o para solucionar una crisis,
el mayor afán que el psicólogo es conseguir una reconciliación. Parece ser
la utilidad el objetivo de
la psicología.
Un sentido práctico con un origen muy inglés.
También aquí podríamos hablar de "la fuerza de la prueba". Esta disciplina muestra su
utilidad por sus efectos. Si consigue arreglar una situación
"desafortunada" la disciplina es útil y por lo tanto tiene un valor.
Si el interés de la psicología no fuera demostrar su utilidad para una sociedad
que tiene el sentido de lo práctico, buscaría un sentido interno algo más
elevado.
Si, como nosotros
entendemos, las relaciones personales sólo pueden tener su justificación en un
interés común, entendemos que las dudas y las desavenencias son causa
suficiente para romper esa relación. Las dificultades o los inconvenientes son
varios.
Tenemos las dificultades de
establecer nuevas relaciones y nuevas formas de vida. Tenemos los
inconvenientes económicos de la separación de bienes y
de propiedades y, cómo no, los costes económicos de la tramitación de un
divorcio.
Los problemas económicos son
consecuencia de un contrato de matrimonio propio de otros tiempos. La cuestión
es adaptar ese contrato a las nuevas formas de vida.
La pérdida de una relación
personal conlleva un sufrimiento emocional. Y, a ciertas edades, resulta
difícil establecer nuevas relaciones emocionales.
Estas circunstancias son
ajenas al problema que se plantea. Sin embargo es muy posible que, en la
mayoría de los casos, influyan en la decisión. La labor del psicólogo debiera
ser la de evitar que las circunstancias externas a la cuestión esencial
tuvieran influencia en la decisión que se adopte. Pero resulta que el éxito de
la intervención del psicólogo se va a valorar por el éxito o el fracaso de la
reconciliación, entonces, es posible, que se presenten todo tipo de argumentos
para ayudar al "éxito".
Pero, a nuestro entender, la
independencia y las relaciones sanas es lo que se debe fomentar. Pero conseguir
que se acepte lo contrario de lo que beneficia al individuo constituye una
forma de "someter" al animal hombre y de acomodar su conducta a
la conveniencia social. Éste individuo entenderá a través de una de las
manifestaciones de la voluntad social el principio regulador de la conducta
humana en la sociedad.
Los defectos
de la psicología
1.- El camino
La psicología, que reconoce
sus limitaciones, está centrada en buscar una base teórica que pueda justificar
esta disciplina como una ciencia.
Les ocurre a los psicólogos
como a algunas personas, por ejemplo, a los empresarios que tienen problemas en
su sociedad. Desean que todo mejore, pero no desean introducir cambios. Parece
que lo que buscan es un milagro.
Los psicólogos
"saben" que el camino por el que adentrarse en la solución debe cumplir
ciertas condiciones. La primera cuestión, es mantener el prestigio de la
psicología. La segunda cuestión, es mantener el prestigio del psicólogo. Y
todos los intentos de avanzar hacia un mayor conocimiento de
lanaturaleza
humana se hacen de una forma teórica a partir de los
conocimientos existentes bien para rechazarlos o bien para confirmarlos
utilizándolos como base para una nueva conclusión para sus limitadas
percepciones pues esta disciplina es no es capaz de percibir los sucesos de la
realidad tal y como son.
2.- Los límites de
esta percepción son:
a) La información parcial
que recibe de cada suceso.
b) La interpretación
condicionada que hace de la información que reciben para ajustarse a sus
prejuicios sociales.
c) La interpretación
condicionada a los conocimientos que ha alcanzado la propia psicología.
a) El estudio del psicólogo a través de "casos clínicos" se
realiza a partir de las personas que acuden a sus consultas. El
conocimiento que tienen, por ejemplo, de las personas con
"complejo de superioridad" no será nunca el de las personas con
complejo de superioridad sino el de aquellas personas a las que su complejo de
superioridad les produce problemas. De casos particulares pretenden sacar una
conclusión general.
El complejo de superioridad
no podrá conocerle hasta que ellos mismos se encuentren por debajo de una persona que
le posea. Todo conocimiento procede de la experiencia. Especialmente el
conocimiento de la naturaleza humana. Sin embargo, la aplicación de principios
teóricos a casos concretos suele ser efectiva. Esto es debido a que, una gran
parte del de la conducta humana, de una gran parte de la población humana,
tiene rasgos comunes porque el hombre es una especie animal en la que existe
el carácter de
la especie. Pero aquellos casos que no se ajusten a las circunstancias de los
que han sido analizados teóricamente, no pueden sufrir la misma interpretación.
Aunque la forma externa sea similar, el sentido interno es distinto. Tampoco es
posible analizar por ningún patrón los actos de aquellos individuos que han
superado al tipo medio humano. Éstos casos no pueden someterse a la
interpretación de un psicólogo ni tan siquiera en caso de que este hombre los
conozca por experiencia salvo que la elevación personal del profesional esté
por encima que la elevación personal del caso que está estudiando. En
definitiva, muchos casos de hombres elevados no pueden quedar sometidos a la
consideración de los profesionales.
b) Podría suponerse que estos "profesionales" completan sus
conclusiones con la experiencia de su propia vida. Pero, primero, son hombres
de la sociedad que no pueden juzgar a la sociedad. Segundo, el respeto social
que han adquirido les impide que las personas con las que se relacionan actúen
con naturalidad en su presencia. La mayoría de situaciones que se vive en la
relación social con los demás son situaciones artificiales de las que no se
puede sacar ninguna conclusión. Un psicólogo "natural" puede
identificar el significado de ciertas acciones y actitudes o
de ciertos gestos, pero no a la inversa: de una situación artificial no se
puede deducir la conducta que oculta salvo que ya se conozca.
En cuanto a los
conocimientos que adquiere a través de las personas a las que atienden, están
todavía más condicionados. Por un lado, deducen que si una persona acude a su
consultas es porque tiene problemas, si tiene problemas, es que sufren algún
trastorno. Posiblemente, entonces, invierta significado de todas las
circunstancias que se le relatan. Especialmente cuando éstas circunstancias
resultan increíbles al "conocimiento" que este profesional tiene de
las circunstancias sociales. Hemos dicho que el conocimiento de esas
circunstancias es parcial y limitado, por lo tanto incompleto, por lo tanto
falso.
Uno de los prejuicios más
difundidos en la sociedad y entre todo tipo de profesionales, especialmente
entre los profesionales, es que la categoría personal está relacionada con la
posición social o económica de cada cual. Este es un prejuicio social
que a todo profesional le interesa mantener por la ventaja que le reporta.
Además, una persona con cierta relevancia (económica o social de la que se
deduce su superioridad personal) pretende estar capacitado para opinar sobre
cualquier cuestión de la vida, y no únicamente sobre aquella cuestión para la
que ha tenido una formación. Esto se debe al respecto que, en general, le
tienen las personas que están por debajo de él y que le han acostumbrado, por
unas u otras razones, a ver admitida su opinión con independencia de su valor.
Si, como decimos, la
experiencia es la base del conocimiento de la naturaleza humana, todo profesional
debería aceptar las consideraciones de las personas a las que atiende para
conocer el mundo a través de los ojos que le han visto en lugar de pretender
conocer todas las circunstancias posibles de la conducta humana gracias a las
cuales estaría en condiciones de interpretar adecuadamente el caso presente.
Las conductas más sorprendentes, más miserables, más deleznables, no se
manifiesta nunca de forma pública, sino que sólo se producen cuando el actor y
su víctima están a solas o rodeados por personas que, por diversos motivos (su
falta de personalidad y
de estima), van a secundar la injusta agresión. Se entenderá que estos hechos
los producen las personas que gozan de un prestigio social antes que aquellas
que carecen de este, pues al relatar los hechos el hombre con
"prestigio" va a tener mayor credibilidad que el hombre sin
prestigio. Esta circunstancia, que le garantiza la impunidad,
favorece que repita este tipo de acciones.
La psicología supone al
hombre bueno y a la sociedad justa. Lo uno conlleva lo otro. La ingenuidad
social, incluida la de los titulados, lleva a suponer que las personas con un
mayor estatus poseen mayor número de virtudes. De la misma forma que su
capacidad económica les permite poseer más propiedades y más lujosas, se supone
que también sus virtudes son mayores y de mayor calidad como
si las virtudes fueran una mercancía que se compra; en tanto que han comprobado
que al menos se venden.
Pero el hombre con más dinero o
mejor posición no ha llegado nunca a ser más hombre. Por el contrario, es un
hombre como todos, y aprovecha su posición y su prestigio para su propio
beneficio. Los perjuicios ajenos no le preocupan. Lo que sabe es que su
beneficio sólo puede ser a costa del perjuicio ajeno. Justifica sus actos como
consecuencia de la existencia de una ley de la selva que él no ha implantado y
que no puede abolir.
c) La psicología, que es una ciencia incompleta y que nunca podrá estar
completada puesto que los actos de los hombres más elevados no pueden ser nunca
valorados, intentará encajar las conductas y las acciones de los hombres sobre
la base teórica que se ha ido desarrollando. Aquellos actos que resulten
similares o, incluso, externamente idénticos a otros, se incluirán como
pertenecientes a un caso estudiado por la "ciencia".
3.- El desconocimiento de
los hechos
Mientras que esta disciplina
pretenda desarrollarse a través de una fundamentación teórica y de hechos
supuestos, dejará de lado la auténtica realidad que debe analizar de la que
sólo se ocupará de aquellos aspectos que resulten útiles, prácticos, o estén a
mano para sus conclusiones.
El hecho, aparentemente
honrado, de reconocer las limitaciones de esta disciplina es una
declaración política que
tiene en común con los políticos el establecer un concepto con el que convencer
a la sociedad de sus buenas intenciones, de tal forma, que la sociedad entienda
que detrás de las buenas intenciones existe una voluntad que guía los actos en
la consecución del objetivo que, según nos dicen, desean. Pero detrás de ese
reconocimiento no hay otra cosa que la intención de mantener su estatus social
y una peregrinación teórica que no necesariamente llegue a ninguna conclusión
válida empíricamente pero que pueda ser admitida socialmente. La disciplina
salva su imagen y garantiza su futuro.
Pero toda psicología, cuyo
conocimiento sólo puede ser experimental, tiene que estar elaborada por hombres
del mundo, no por hombres de libros.
Los títulos les transmiten conocimientos teóricos en forma estructurada pero
limitado a lo que formalmente se conoce. El conocimiento racional no es
suficiente para comprender al hombre. Vemos, por ejemplo, como las palabras más
ofensivas se las dirigen entre ellos los buenos amigos. Con esto queremos
demostrar que toda palabra, todo acto, todo signo... posee al menos dos
sentidos y el conocimiento del sentido no es un conocimiento racional.
Un suceso es imposible de
valorar si no se conocen perfectamente las circunstancias. Pero es también
imposible de valorar si no se ha vivido un suceso similar. Ni siquiera el
hombre genial tiene esa capacidad de interpretar una situación que no ha
vivido. El profesional titulado en una ciencia racional no tiene ningún derecho
a pensar que tiene algún conocimiento de la existencia. La vida sólo se conoce
en la vida y además ese conocimiento no se puede transmitir de forma racional
para ser "comprendido" por un tercero si este último a su vez no
conoce esa misma circunstancia de forma directa y personal.
Para el conocimiento de las
circunstancias es necesario conocer de qué forma cada una de las partes que han
intervenido en un suceso le relata para poder deducir de cada uno de esos
relatos la interpretación interesada que se hace. También es necesario ser
consciente de los propios intereses para eliminar la interpretación interesada
del que valora. Finalmente, es necesario conocer suficientemente al hombre para
saber la posibilidad de la verdad del suceso que nos relatan.
4.- La defensa de lo social
Una vez que se ha
establecido el concepto de "violencia de género"
nos encontramos con una general simpatía hacia las mujeres maltratadas y el
desprecio hacia el maltratador. Pero entre todas estas denuncias se incluyen la
de las astutas mujeres que sabiendo como actúa el prejuicio de un concepto
sobre la sociedad presenta una falsa denuncia por si acaso el peso del concepto
puede superar el peso de la verdad. Es bastante lógico que se produzcan estas
falsas denuncias porque la mujer no
tiene nada que perder y sí mucho que ganar. No está de más que veamos cómo
la justicia también
puede ser víctima tanto del perspectivismo como del insuficiente conocimiento
de las circunstancias; si bien es cierto que muchos jueces rechazan estas
denuncias, no tenemos constancia de cuántas falsas denuncias han conseguido
triunfar. Lo que sí sabemos es que la parte denunciada encuentra muchas veces
sometida a penosos procesos y
a un descrédito social generalizado pues, en algunos casos, las denuncias
falsas llegan incluso a ser por abusos a los hijos.
En caso de que en un
psicólogo reciba al marido denunciado por abusos o malos tratos este no posee
otra cosa que sus conocimientos para decidir la verdad. Pero aquí ni la razón
ni el instinto son suficientes para encontrarla. Será entonces su parecer lo
que incline la balanza hacia un lado o hacia otro, conclusión que nada dice de
la verdad sino de la valoración de quien la realiza. Incluso, una sentencia, en
cualquier sentido, no es determinante para esa verdad. Solamente podemos
deducir que si sufre es porque tiene un dolor y se supone que ese dolor no
existiría si hubiera cometido el delito.
Pero conocemos casos en que interesa un diagnóstico y
en la vida hay buenos actores.
En la mayoría de los casos,
el cliente,
de quien no se percibe el sufrimiento (porque el profesional nunca ha sufrido
una situación similar y nunca se ha visto sometido a ese sufrimiento) sino la
alteración, que se acaba convirtiendo clínicamente en trastorno, está alterando
el orden social establecido y el psicólogo, como representante de la sociedad
con capacidad legal, moral y social para resolver, tiene la obligación de
restituir el orden que una persona pretende alterar. La conclusión del hombre
social no puede ser nunca contraria ni perjudicial para la sociedad. La
conclusión del hombre social debe descalificar la conducta del hombre que
sufre. Esta conclusión nos recuerda el estudio de Nietzsche en
la genealogía de la moral en
la que el sacerdote ascético acababa por convencer al individuo que sufre que
él mismo era culpable de su propio sufrimiento por haber actuado en contra de
la verdad.
Nietzsche nos dice:
"Sufro: alguien debe
tener la culpa"..., así piensa cualquier oveja enferma. Pero su pastor, el
sacerdote ascético, le dice " ¡Tienes razón, oveja mía! Alguien debe tener
la culpa: pero ese alguien eres tú mismo, tú mismo eres el culpable"...
eso es bastante arriesgado, bastante falso: pero sí al menos se consigue una
cosa; así, como he dicho..., cambia la dirección del
resentimiento. 1
Es decir, la psicología ha
conseguido satisfacer las necesidades de la sociedad porque consigue que se
libere a los culpables de la responsabilidad del
daño que causan haciendo que el hombre perjudicado se sienta culpable de sufrir
su daño. El título, el prestigio, los conocimientos, y la elevación moral del
evaluador, así como la correspondencia de la conclusión con la verdad admitida
y con las costumbres sociales, garantizan, ante cualquier instancia, la
justicia social del diagnóstico.
¿Qué ofende más
profundamente, qué separa más radicalmente que dejar que se note algo de la
severidad y la elevación con que uno se mira a sí mismo? Y, a su vez, ¡qué
complaciente, que amable se muestra todo el mundo con nosotros tan pronto como
hacemos como todo el mundo y nos abandonamos como todo el mundo! 2
En otro lugar podemos leer:
Si se ha comprendido en toda
su profundidad [...] en qué medida la tarea de los sanos sencillamente no puede
ser cuidar enfermos, sanar enfermos, entonces se ha comprendido también una
necesidad más: la necesidad de médicos y enfermeros que estén ellos mismos
enfermos: y a partir de ahora tenemos y aferramos con las dos manos el sentido
del sacerdote ascético. Él mismo debe estar enfermo, debe estar emparentado de
raíz con los enfermos y los malparados para entenderlos... [...] pero también
debe ser fuerte [...] para ganarse la confianza y el temor de los enfermos,
para poder ser para ellos un asidero una resistencia [...]
que tiene que defender su rebaño... ¿contra quién? Contra los sanos, de eso no
hay duda; y también contra la envidia hacia los sanos; debe ser el adversario y
despreciador natural de toda salud y potencia cruda
[...] el sacerdote es la primera forma de animal delicado para el que despreciar
es aún más fácil que odiar.3
Entre otras muchas citas que
evitamos por no poder reproducir toda su teoría, presentamos esta última:
Pero primero necesita herir,
para poder ser médico; y entonces, mitigando el dolor que provoca la herida,
envenena al mismo tiempo la
herida..., entiende sobre todo de eso, este mago y domador de depredadores
en torno al
cual todo lo sano enferma necesariamente y todo lo enfermo se torna
necesariamente dócil. 4
5.- El perspectivismo de la
psicología
Una página de Internet,
posiblemente de un psicólogo o de un psiquiatra, hablando de los trastornos de
personalidad, nos pone un desgraciado ejemplo:
Una chica gorda que,
aparentemente no tiene complejo por su físico, sufre por los comentarios que
hacen sus amigos y compañeros. Esta reacción de la chica ánima a sus
"amigos" a continuar con la broma. Esta situación es tan habitual,
que, finalmente, la chica se aparta de ese grupo y
de otros muchos refugiándose en su soledad.
La psicología determina que
esta chica no sabe adaptarse a su entorno ni reaccionar ante los comentarios
ajenos. Que esta incapacidad la genera un trastorno de su personalidad y de su
conducta. En definitiva, la "ciencia" de "los sabios" nos
viene a decir que una personalidad de este tipo acaba generando un complejo de
inferioridad o un trastorno de la
personalidad o una neurosis.
Pero el caso es que esta
chica sólo tiene problemas cuando los demás hacen comentarios sobre su físico.
Por lo tanto, si elimináramos los comentarios, eliminaríamos ese supuesto
problema que los sabios establecen que ella ha generado.
Si esta cuestión la
analizáramos como un proceso judicial
en lugar de como un proceso psicológico, encontraríamos que el daño que sufre
esta persona es consecuencia de una acción que ejercen sus compañeros y no por
una autoflagelación. Pero la "ciencia" de las costumbres no es capaz
de cuestionar el valor moral de las costumbres establecidas. Los
"sabios" establecen que aquello que es habitual, es decir, normal
(con el sentido de habitual), es normal (con el sentido de correcto).
Conocemos el caso de una
chica con una nariz muy grande cuyos compañeros hacen bromas a cuenta de ella.
La chica reacciona a sus comentarios riéndose de su propio defecto. La ciencia establecería
que ésta es la reacción adecuada a esa circunstancia. Sin embargo, nosotros
planteamos qué derecho tienen los demás hombres a ocuparse del aspecto de una
persona. Tal hecho, que debiera ser evidente para estos "sabios", no
es sino muestra de una manifestación de superioridad por parte de quien lo
ejerce porque se sabe libre de ese perjuicio. La continuación del comentario es
un ensañamiento para denigrar a su "amiga".
Si esta chica pudiera
realmente contar con sus amigos les pediría que dejaran en paz su nariz. Pero
las circunstancias en las que se desarrollan las relaciones sociales impiden
esta honesta actuación. Toda relación humana es, aunque no debiera ser,
un juego de
poder y sumisión.
Clínicamente, la chica gorda
sufre un trastorno de personalidad. Pero, en realidad, su respuesta es la
reacción noble e inevitable a una agresión externa. La actuación impropia es la
de las personas que le están causando un perjuicio que justifican
"moralmente" por la falta de sanción de la
administración de justicia. A los delincuentes morales les
conviene identificar la ley y estatal con la ley moral para no juzgar sus actos
como deleznables.
La reacción de la chica con
la nariz grande, es una reacción ante un compromiso social.
Este "error" de
interpretación de la ciencia pudiera parecer que está originado por una ceguera
del científico. Pero científico, antes que científico, es un hombre de la
sociedad y está condicionado por todos los prejuicios sociales y por todas sus
normas. La ciencia le ha proporcionado información de hechos pero no le ha
eliminado sus consideraciones erróneas. Por el contrario, la elevación de su
estatus social y hace confiar cada vez más en los valoresque
configuran esa sociedad. De no ser así, no sentiría una satisfacción por su
prosperidad. El científico ve perfectamente las necesidades… de la sociedad.
El psicólogo, es un hombre de
la sociedad que ha sido elegido para defender las posiciones sociales. Tiene
por lo tanto dos motivos para llegar a ese "error" que mediante su
titulación académica puede transformar en trastorno de personalidad en aquellos
casos en que un individuo se opone a la conducta de la mayoría.
Lo que existe en la
sociedad, debido este juego de poder y su misión,
es, entre las personas que desean ejecutar ese juego, la existencia de unas
fuerzas relativas por las que los jugadores procuran desarrollar aquellos juegos en
los que ellos poseen un mayor poder. Pero, con relación a las personas que no
desean jugar a ese juego, lo que existe es una conminación a ejecutarle pues,
en el ejercicio de esa actividad, ciertos hombres poseen una superioridad sobre
otro. Estos que no desean el juego de poder, lo que desean es el juego de
la inteligencia.
En el mundo como voluntad y representación, los hombres del fenómeno desean la
representación, la medición de
fuerzas y, los hombres de ideas, la voluntad, la persecución de las ideas
universales.
Para una
fundamentación teórica de la psicología
1.- El carácter natural del
hombre
El principio del cual debe
partir cualquier teoría que pretenda conocer la conducta humana es aquel que
determina su naturaleza. Ya lo hemos comentado, en el hombre existe la idea y
el fenómeno.
En el fenómeno se produce el
efecto del placer y del displacer de sus actos y pudiera parecer que este es el
origen de ellos. Pero son efectos de la voluntad de poder, que no es otra cosa
que voluntad de dominio.
En este estado del individuo, desaparece toda vinculación con sus semejantes,
el principio de individuación marca sus
acciones y el daño que proporcionen sus actos le resulta indiferente. La
voluntad de dominio es una voluntad ciega e irracional como toda fuerza de la
naturaleza.
Las leyes penales y las
normas sociales condicionan la manifestación del hombre, pero no su esencia. El
afán de dominio y la indiferencia por las consecuencias de sus actos siguen
siendo originales y determinantes.
La sociedad apela con
frecuencia al concepto de conciencia. Pero la conciencia ha sido inoculada en
los individuos por la sociedad en forma de sentimiento de culpa. Cuando se
habla de conciencia debemos entender que se pretende establecer en el individuo
un sentimiento de mala conciencia para estigmatizar los actos que rechaza la
sociedad. De tal forma, que, en algunos individuos, el miedo moral es un
impedimento para una acción no deseada por la sociedad. No obstante, es
ineficaz para los verdaderos delincuentes. Y asimismo para quienes regulan la
conducta de los hombres. Estos suelen ser quienes mejor han comprendido el
sentido de las normas al ser ellos quienes las establecen, saben que podían no
haberse establecido o que podían haber impuesto otras
leyes distintas. El valor relativo de tal o cual norma acaba por hacer dudar de
su valor y de su necesidad, siempre de su necesidad de acatarla.
La conciencia no pertenece
al individuo. La conciencia no existe. Como tampoco existe la moral. Entendamos
que las leyes humanas no existen por estar promulgadas, sino porque el estado dispone
de medios de controlar su incumplimiento y de castigar a quien no las respeta.
Las leyes existen por el poder estatal de castigar a quien las quebranta. La
moral es un conjunto de leyes que fueron implantadas para regular la conducta
irracional y violenta de los hombres. El principio moral, la apelación a un
poder superior que respaldara su validez, permitió convencer a los hombres de
su valor. El miedo a Dios era la forma de implantar en individuos indomables la
obligación de cumplir las leyes que les limitaban las acciones que causaban
daño.
Pero es absurdo que una
sociedad que pretende ser racional siga tratando de la moral como si se tratara
de una verdad. El problema es que esta sociedad (por parte tanto los que mandan
como los que obedecen) ha renunciado a Dios pero ha visto lo prácticos y
efectivos que resultaban los medios que utilizaba la iglesia para
convencer y someter a sus fieles. Uno de los argumentos que daban los papas
para implantar el cristianismo en China era
que se dominaba mejor a los creyentes que a los no creyentes. Así, la ley, la
moral, y más aún, la indignación del pueblo son principios para juzgar los
actos que esta sociedad actual computa como inadmisibles. No nos desharemos de
la moral aunque quines la defiendan en sus nuevas formas sean completamente
inmorales.
La negación del valor de las
normas legales o morales, no implica la inexistencia de alguna norma. Pero las
normas por las que se guían los hombres son las suyas propias. Ya hemos dicho
que las normas oficiales solo se siguen por el miedo a la mala conciencia o por
el miedo al castigo de los tribunales. Los hombres se imponen normas personales
según las aspiraciones de cada cual. Entre el hombre más despiadado y el mayor
santo hay toda una tabla de valores según el grado de elevación del hombre.
En esta terrible tabla,
aparecen pocos de los delitos que
figuran en las normas legales y morales. La ley y la moral solo tienen por
objeto dominar al individuo, no persiguen la elevación del tipo hombre. Muchas
de ellas son normas obvias de convivencia, pero no siempre su quebrantamiento
constituye un delito en el mundo de la necesidad natural. La domesticación del hombre
no es la educación del
hombre. Desconfiemos de las propuestas sociales. Lo más terrible no son los
actos violentos, son las pequeñas miserias que reducen la categoría humana. Acabar
con la vida de un enemigo puede resultar un acto terrible para quien lo lleva a
cabo, pero quizás fuera un acto necesario. Nadie puede entrar en la conciencia
de otro hombre para valorar las circunstancias que le llevaron a cometer este
acto. Pero nuestra sociedad se ha acostumbrado a admitir pequeños delitos que,
de tan habituados que estamos a ellos, no se advierte ya en ellos el carácter
de delito, se han convertido en una forma de conducta que resulta hasta
respetable. De hecho, toda ironía, impertinencia y cualquier otra forma de
menosprecio, que con harta frecuencia se prodigan hasta entre círculos de
amigos, son tenidas por manifestaciones de la inteligencia de quien nos las
ofrece. Frente al número de estos delitos, los delitos que persiguen los
tribunales son escasísimos, y los primeros constituyen la mayor forma de
degradación del hombre. La valoración de un acto no puede medirse por el daño
que ocasiona a los demás, esto se lo dejamos a la justicia. Un hombre debe
valorar qué dice de él la acción que lleva a cabo. Por eso, un acto contra
la dignidad de
una persona, que nunca tiene justificación, puede constituir una muestra mayor
de la miseria de quien le comete que un horrible crimen cuando ha habido una
justificación.
Obviamente un hombre elevado
evita los delitos morales y legales porque en general coinciden con actos
miserables. Pero hoy nuestra sociedad ha acabado por igualar el delito legal
con el delito moral.
No se trata de cuestionar
las leyes, entiéndase claramente el objeto de este desarrollo,
conocer la naturaleza humana para poder establecer principios para fundamentar
una ciencia pues entendemos que uno de los muchos errores de esta disciplina ha
consistido en admitir criterios sociales, legales y morales como base para
valorar las conductas de los individuos, tanto de los que acuden en busca de
ayuda como de quienes provocan que los primeros precisen ayuda. Llevamos
nuestra exposición a sus extremos para demostrar el perspectivismo con el que
una disciplina que pretende ser racional, es decir, objetiva, juzga los actos
humanos.
2.- El carácter social del
hombre
Este es precisamente otro de
los puntos de vista que hay que considerar en la motivación.
Cuando el hombre se ha visto
inmerso en la sociedad ha visto una nueva relación de causas y efectos. Las
leyes morales, legales y sociales componen una nueva realidad. El hombre ha
salido del mundo de lo natural para adentrase en el mundo artificial de la
sociedad. Todos aquellos valores naturales que le servían al hombre para aspirar
a su elevación, han sido destruidos y sustituidos por nuevas normas. No es que
el hombre tenga fe alguna en ellas. Lo que conoce son los efectos de no
acatarlas.
Si antes tenía que
preocuparse de no estar debajo de una piedra que cae, ahora debe procurar no
contradecir a quien, en una posición social superior a la suya, le afirme, por
ejemplo, que la piedra no caerá. La contradicción entre la lógica natural
y la lógica social se resuelve de dos maneras, según las circunstancias. En
un ambiente de libertad,
afirmará que la piedra caerá. En un ambiente social en el que su imagen, su
prestigio, o su puesto de trabajoestén
en peligro, optará por la solución que salve su cabeza. Y mientras que en el
campo saldrá corriendo cuando vea una piedra caer, en sociedad, delante de su
superior, afirmará que no caerá, de lo contrario, percibirá que pierde su
cabeza o su trabajo.
Esta posición es posible por
la reducción a la que se somete a los individuos. Una sociedad que enseña a
todo individuo a temer a Dios y a temer al estado está más que preparado para
temer cualquier cosa que tenga poder. Todo ello se ha santificado con el nombre
de respeto.
De esta forma, quien no
respeta, está quebrantando las leyes. Lo que no nos dice nadie es qué son estas
leyes, pues a primera vista no parecen otra cosa que caprichos o intereses
personales. No analizaremos más esta cuestión del contenido de las supuestas
reglas, pues lo dicho es cuanto merece ser dicho. Todos los miembros de la
sociedad exigen que se restaure el orden. Los que mandan, sienten una falta de
respeto a su persona, que no es otra cosa que el hecho de que se ha puesto en
evidencia su injustificada ley, y su prestigio exige que, diga lo que diga,
debe ser creído, obedecido y acatado. Quienes le "respetan" deciden
que si ellos se han humillado, no hay razón para que los demás no lo hagan. Son
ellos quienes más esfuerzos hacen para lograr recuperar el orden.
3.- El perspectivismo moral
Desde el punto de vista de
una moral natural (para denominarla de alguna manera), los actos indebidos o
inmorales o ilegales son aquellos que perjudican al hombre que los comete. La
valoración natural nada tiene que ver con el perjuicio que se causa a otro sino
con el que uno se causa a sí mismo. Uno debe juzgar si un acto es propio de su
naturaleza o es ajeno a ella. Es decir, un acto miserable define al hombre como
miserable.
Si un hombre tiene una
categoría personal considera indigno de su naturaleza cometer una determinada
acción y, aunque esté socialmente admitida, no a la ejecuta.
Las leyes de la moral
natural son leyes de elevación del hombre o de reducción de su persona. Podemos
establecer en los hombres grados de categoría según las exigencias morales que
se imponga. Encontraremos en esa escala desde
hombres cuya conducta resulte propia de animales irracionales
a hombres exigentes que alcanza la santidad.
La valoración de la moral
religiosa y las leyes humanas es una valoración perspectivista de los actos del
hombre según los efectos en la sociedad que los valora. De forma que valoramos
la calidad de un acto por el daño que causa a los demás no por el daño o la
elevación que procura la persona que le ejerce.
Por supuesto, que el hombre
agredido tiene derecho a defenderse de esa agresión en tanto que la voluntad de
otra persona pretende interferir en la voluntad suya. Obviamente, las leyes
religiosas y civiles tienen una justificación práctica, política y social pero
no merecen nuestra atención en
este apartado en el que tratamos sobre la psicología.
Pero las leyes legales y
morales son una interpretación perspectivista de los actos humanos a través de
las cuales no podemos valorar la calidad de la persona que lo realiza.
4.- Los pares de emociones
La motivación del
hombre era perseguir las consecuencias de la voluntad de poder que tenía como
efectos el placer y el displacer. Éstas últimas son denominaciones genéricas
que tienen, en las manifestaciones concretas, denominaciones determinadas.
Las emociones humanas
se muestran por pares opuestos o complementarios: Amor-odio,
vanidad-vergüenza, engreimiento-desprecio. Sólo quien ama es capaz de amar.
Quien no ama no odia, el odio es una reacción frente a un amor no
correspondido. Quien no es vanidoso, no tiene vergüenza. En todo caso la
vanidad y la vergüenza atenderán determinados grados. Quien no es engreído no
exige el aplauso incondicional a los demás y no se siente defraudado cuando
alguien no le aplaude. Pero el engreído mostrará desprecio por quienes no
responden a sus expectativas. En todos estos pares de emociones el segundo
término es la reacción al primero. Por eso Nietzsche llama a cierto tipo de
individuos hombres reactivos porque reaccionan ante circunstancias que
esperaban que no se han producido según ellos deseaban. En ciertas ocasiones,
el efecto es inverso y es el odio acaba por generar amor o la vergüenza genera
vanidad. En estos casos, la reacción es una forma emocional de defensa frente a
una agresión externa.
El amor y el odio, la
vanidad y la humillación, son manifestaciones de los efectos de la voluntad de
poder, del placer o displacer, que resultan de un fenómeno. La vanidad del
hombre indica una forma determinada de esa búsqueda de placer (del hombre con
necesidad de reconocimiento), lo que no dice nada del valor del acto por el que
merece reconocimiento, sino del fenómeno hombre. Los pares de emociones siguen
siendo una valoración perspectivista e interesada. Por ejemplo, se ama en la
medida en que ese amor reporta alguna ventaja.
Para no odiar, no
avergonzarse y no despreciar es necesario no ser un engreído, no ser un
vanidoso y no amar.
Esto que puede sonar
terrible es consecuencia de un error en la valoración de lo que denominamos
amor. En la mayoría de los casos, amor no significa más que el derecho a la
posesión sobre el ser querido. El auténtico amor debe ser un sentimiento
universal a la humanidad, su manifestación concreta debe ser una manifestación
de la idea universal. Un amor manifestado en un fenómeno concreto carece
de significación universal. Nada dicen la moral ni las costumbres sociales del
verdadero amor sino de una cualidad de las personas que sienten necesidad de
amar. Esto, que también puede resultar inconcebible, vemos que lo cumplen los
monjes budistas quienes ni aman y odian, ni son vanidosos ni se avergüenzan, ni
mucho menos son engreídos o sienten desprecio. Estos hombres piensan que esas
manifestaciones no constituyen actos dignos de su naturaleza.
Frente a esta profunda filosofía,
el "amaos los unos a los otros" o "respetar a la sociedad"
queda como una filosofía de segunda clase para
crear hombres de segunda clase.
Estas consignas llevan
parejas y ocultas sus opuestas, odiaos los unos a los otros y despreciad a los
demás.
Estos principios confirman
la existencia humana como una simple existencia del fenómeno impidiendo el
conocimiento del mundo de las ideas.
Además, por si esto no fuera
suficiente, debemos tener en cuenta que el amor es
un sentimiento emocional y ninguna ley ni ninguna moral puede establecer la
obligación de amar a otro. Las leyes sólo pueden dar instrucciones para los
actos no para los sentimientos. Que una ley que obligue a tener un sentimiento
está exigiendo simplemente que muestre los actos externos, es decir aparentes,
con los que se manifiesta el auténtico sentimiento. Así se exige una
discordancia entre el sentimiento y la expresión, lo que obliga a la falsedad.
Por lo visto, la obligación moral acaba por volver al hombre falso.
La obligación de amar lleva
también implícita la obligación de dejarse amar, en contra de los sentimientos
personales. Se consigue que el hombre honesto, que no acepta manifestaciones
externas que no coinciden con el sentimiento interno, rechace esa manifestación
generando en la persona que muestra esa actitud un
rechazo por la no aceptación del gesto. Es decir, a una falsa manifestación de
un sentimiento amoroso le sigue la expresión del odio. Entonces fue necesario
establecer en la sociedad, como contrapartida al amor, la obligación de
perdonar, con lo que se obliga a los individuos a soportar todo el daño que le
quieran infligir. Todas estas normas perjudican al fenómeno y a la aspiración
al ideal del hombre que las cumple.
Las leyes morales fueron
establecidas en una época en la que se comprendía el sentido interno que
pretendía expresarse mediante una serie de conceptos. El uso común de estos
conceptos originó que se perdiera el sentido interno y se apreciara únicamente
su forma externa concreta. Pero resulta que esa forma externa no puede servir
para dar valor a los actos internos. Como sabemos, la filosofía nos enseña que
a partir de la experiencia podemos establecer un concepto. Pero a partir de un
concepto no podemos hacernos la imagen que representa. Esa imagen imprecisa que
se genera de forma inadecuada se llama, en filosofía, fantasma. Al tener un
significado impreciso se le acaba dando el significado más conveniente.
Entonces, todos los valores y todas las actuaciones resultan falsas y es
necesario volver a buscar el origen de los conceptos en la realidad de la
experiencia o en los sentimientos.
Conclusión
Mientras se siga pensando
que el mundo tiene la forma idílica y el orden que aparenta, nadie se molestará
en realizar ningún esfuerzo por descubrir la verdad. Los hechos llegaran
parcialmente al conocimiento del investigador y los interpretará, con una
capacidad racional que no sirve para conocer la calidad de los actos humanos,
según teorías parciales
y con criterios sociales que seguirán manteniendo el prestigio de las personas
respetables de quienes no se puede dudar. La razón es tan simple como todo
hombre está o pretende estar a la altura de los hombres respetables y dudar de
sus iguales es dudar de ellos mismos. La consecuencia es que se prefiere con
mucho el error a una verdad, porque con el error no nos enfrentamos a los
poderes fácticos y podemos dormir plácidamente sabiendo que seremos respetados
por la mañana y que de esa forma podemos conservar el puesto de trabajo y el
prestigio.
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