Aquello de "no es bueno llorar" ha hecho más mal que bien. No reconocer la propia vulnerabilidad, que es a fin de cuentas de lo que se trata en este caso, genera un gran estrés, ya que no hay ningún ser humano, sea hombre o mujer, que "lo pueda todo" y que no tenga momentos de debilidad. Pero aunque este ejemplo es quizás uno de los más utilizados cuando se habla del control de las emociones, no son sólo los hombres los que han sufrido una represión de este tipo. Desgraciadamente, la mayoría de nosotros aprendimos de pequeños, quizás de forma menos explícita, a controlar ciertas emociones que en nuestra casa, en la escuela o en nuestro entorno más cercano eran inadecuadas.
No es difícil comprender que una de las emociones más controladas sea el odio. Me atrevería a decir incluso que es la más controlada en el mayor número de familias, culturas y religiones. El odio representa el mal, la ausencia absoluta de amor, y todos hemos crecido huyendo de esta emoción destructiva que es la responsable de las guerras, los crímenes y todo tipo de violencia en general.
Pero todos hemos sentido odio alguna vez en mayor o menor grado y quien no sea capaz de reconocerlo no está siendo honesto consigo mismo. ¿No es la rabia una versión quizás amortiguada del odio? ¿Y quién no ha dicho alguna vez "¡Qué rabia!"? De hecho, a todos nos han hecho daño alguna vez, ¡y la primera reacción natural ante un "enemigo" es odiarlo! Ahora bien, si se nos ha negado esta posibilidad porque sentir odio significa ser una mala persona, ¿qué hemos hecho con esta emoción cuando no nos hemos permitido sentirla? ¿A dónde ha ido a parar? Porque a fin de cuentas las emociones son movimientos de energía y esta energía no se destruye por mucho que nosotros intentemos frenarla... ¿Dónde hemos "guardado" ese odio? Pues una parte lo hemos "archivado" en nuestro cuerpo físico y energético, donde nos ha generado bloqueos que arrastramos durante toda la vida en forma de dolor o afecciones diversas y otra parte quizás la hemos transformado en alguna otra emoción para poder, al menos, liberar un poco su "presión".
Como en general es más "aceptable" sentir tristeza que odio, muchos de nosotros hemos acabado sintiendo la una en lugar del otro. Así, cuando alguien nos hiere, en lugar de sentirnos atacados y de activar nuestros mecanismos de defensa para protegernos, acabamos sencillamente sintiéndonos tristes y llorando. ¿No sería más natural que primero le expresásemos que estamos enfadados por lo que nos ha hecho? Quizás luego sí que llegará el momento de sentir tristeza, pero una tristeza auténtica, una tristeza procedente de la pena y el dolor, no de la rabia o el odio iniciales.
Pero si el odio existe y no hay emociones positivas ni negativas, ¿por qué nos da tanto miedo expresarlo? Bien, de entrada porque nos enseñaron que eso "no se hace", pero por otra parte porque quizás fuimos víctimas de alguien que expresaba su odio y decidimos que nunca nos pareceríamos a él o a ella. Si sufrimos el odio de otro, ahora nos da miedo que nuestro odio se descontrole y acabemos haciendo daño...
De todos modos, también hay personas que han reprimido otras emociones, como la tristeza, la vergüenza, los celos o el miedo ¡e incluso emociones positivas como la alegría, la libertad o la pasión! ¿Cómo puede ser que no se deje expresar alegría a un niño? Pues a veces ocurre. Basta pensar en una madre con problemas de depresión que cada vez que ve a su hijo contento le dice que no se haga ilusiones porque seguramente acabará pasando algo que le estropeará la alegría... Ahora me viene a la mente mi abuela, que cuando veía que todos nos reíamos por algún chiste o alguna broma siempre acababa diciendo: "No riamos tanto que acabará pasando algo". Afortunadamente esto no nos afectaba a ninguno de nosotros y todavía nos hacía reír más, pero sí es cierto que hay personas que han aprendido a no expresar su humor o su alegría porque alguien les enseñó que no era correcto.
Pero entonces ¿qué debemos hacer, ir por el mundo insultando o dando puñetazos a cualquiera que nos haga enfadar? Bueno, eso sería sin duda expresar una emoción plena y libremente, pero creo que todos estamos de acuerdo en que el objetivo no es hacer daño sino expresar lo que sentimos para evitar que esta emoción nos acabe haciendo daño a nosotros mismos, ya que al fin y al cabo cualquier emoción que no expresamos "hacia fuera" se expresa "hacia dentro". Tenemos que encontrar la manera de poder expresar todo lo que sentimos en el momento en que lo sentimos y, si esto no puede ser, buscar la manera de hacerlo cuando sí que nos sea posible. Obviamente lo que más desahoga es decirle a alguien "¡serás cabrón!" desde el coche cuando nos quita un lugar de aparcamiento que habíamos visto primero o decirle cuatro cosas a la señora que se nos ha "colado" en el súper, pero si no lo hemos hecho por el motivo que sea y seguimos dándole vueltas al tema durante rato y rato hasta el punto que llegamos a casa y aún pensamos en ello, nos beneficiará mucho hacer algún ejercicio para liberar toda esa energía acumulada.
Del mismo modo, si sentimos tristeza debemos permitirnos llorar hasta que sintamos que nos vamos calmando. No vale aquello de decir "estoy bien" cuando en el fondo sabemos que no lo estamos y nos estamos esforzando para que no se nos escapen las lágrimas. Somos humanos y sentimos, y nuestra capacidad de sentir es lo que nos permite precisamente aprender que todo lo que hacemos nos afecta a unos y a otros. Y está claro que a todos nos gustaría sentir sólo emociones "positivas" o ir por el mundo como pequeños budas sin que nada nos afectara, pero esto sólo se logra cuando verdaderamente se llega a un punto de comprensión absoluta que hace que veamos las cosas siempre desde una perspectiva más elevada. En este caso, sin embargo, ya no reprimimos nada sino que sencillamente ¡no hay nada que reprimir! Pero quizás no siempre somos capaces de mantener este estado de paz absoluta y mientras no sea nuestro momento debemos seguir sintiendo y expresando cada día sea lo que sea, como los niños pequeños que ahora ríen, ahora lloran, ahora se enfadan y ahora vuelven a reír sin acordarse de por qué lloraban antes.Nuestro problema es que guardamos todas nuestras emociones no expresadas en una mochila que vamos arrastrando toda la vida. Los recuerdos nos hacen sentir mil y una veces las emociones que nos generó una sola experiencia ¡y no conseguimos liberarnos de ellas!
¿No dijo Jesucristo "Sed como niños"? Pues precisamente expresar las emociones en cada momento es lo que hacen los niños, así que ¡hagámoslo, seamos niños! Lloremos, riamos, enfadémonos cuando toque ¡y después olvidémoslo! Y si sentimos que tenemos odio acumulado de toda una vida, un río de lágrimas que no hemos derramado o una alegría desbordante que no hemos expresado, démonos una hora, dos o las que sean necesarias para gritar (podemos hacerlo en un lugar donde sabemos que estamos solos, o con un cojín delante de la boca), patalear en el suelo (¡una rabieta como cuando éramos pequeños!), dar puñetazos a un saco de boxeo o una almohada, llorar con todas nuestras fuerzas o bailar sin parar al ritmo de la música que más nos guste... Y si creemos que no seremos capaces de hacerlo, dediquemos un rato a concentrarnos en aquella o aquellas personas que nos hicieron daño, recordemos cómo nos sentimos en ese preciso momento y sintamos cómo nos vuelven esa rabia y ese odio iniciales. De esta manera nos permitimos expresar la emoción en toda su plenitud sin que perjudique a nadie. Controlar también significa dirigir, y personalmente creo que esta palabra es más acertada en este caso, así que controlando el descontrol emocional, dirigiéndolo sencillamente para que no se desboque, conseguimos librarnos de las emociones sin ninguno de sus efectos negativos.
Y cuando finalmente hayamos completado la "limpieza" podremos empezar a ser más capaces de perdonar, tanto a los demás como a nosotros, que al fin y al cabo también hemos sido nuestras propias víctimas. Imagina que ahora mismo tienes un bebé en brazos que eres tú mismo/a. ¿Cómo le tratarías? ¿Juzgarías todo lo que expresara? Pues este bebé continúa estando dentro de ti, así que a partir de ahora intenta permitirte sentir y expresar, porque ¡ahora sólo eres tú quien decide reprimirse!
No es difícil comprender que una de las emociones más controladas sea el odio. Me atrevería a decir incluso que es la más controlada en el mayor número de familias, culturas y religiones. El odio representa el mal, la ausencia absoluta de amor, y todos hemos crecido huyendo de esta emoción destructiva que es la responsable de las guerras, los crímenes y todo tipo de violencia en general.
Pero todos hemos sentido odio alguna vez en mayor o menor grado y quien no sea capaz de reconocerlo no está siendo honesto consigo mismo. ¿No es la rabia una versión quizás amortiguada del odio? ¿Y quién no ha dicho alguna vez "¡Qué rabia!"? De hecho, a todos nos han hecho daño alguna vez, ¡y la primera reacción natural ante un "enemigo" es odiarlo! Ahora bien, si se nos ha negado esta posibilidad porque sentir odio significa ser una mala persona, ¿qué hemos hecho con esta emoción cuando no nos hemos permitido sentirla? ¿A dónde ha ido a parar? Porque a fin de cuentas las emociones son movimientos de energía y esta energía no se destruye por mucho que nosotros intentemos frenarla... ¿Dónde hemos "guardado" ese odio? Pues una parte lo hemos "archivado" en nuestro cuerpo físico y energético, donde nos ha generado bloqueos que arrastramos durante toda la vida en forma de dolor o afecciones diversas y otra parte quizás la hemos transformado en alguna otra emoción para poder, al menos, liberar un poco su "presión".
Como en general es más "aceptable" sentir tristeza que odio, muchos de nosotros hemos acabado sintiendo la una en lugar del otro. Así, cuando alguien nos hiere, en lugar de sentirnos atacados y de activar nuestros mecanismos de defensa para protegernos, acabamos sencillamente sintiéndonos tristes y llorando. ¿No sería más natural que primero le expresásemos que estamos enfadados por lo que nos ha hecho? Quizás luego sí que llegará el momento de sentir tristeza, pero una tristeza auténtica, una tristeza procedente de la pena y el dolor, no de la rabia o el odio iniciales.
Pero si el odio existe y no hay emociones positivas ni negativas, ¿por qué nos da tanto miedo expresarlo? Bien, de entrada porque nos enseñaron que eso "no se hace", pero por otra parte porque quizás fuimos víctimas de alguien que expresaba su odio y decidimos que nunca nos pareceríamos a él o a ella. Si sufrimos el odio de otro, ahora nos da miedo que nuestro odio se descontrole y acabemos haciendo daño...
De todos modos, también hay personas que han reprimido otras emociones, como la tristeza, la vergüenza, los celos o el miedo ¡e incluso emociones positivas como la alegría, la libertad o la pasión! ¿Cómo puede ser que no se deje expresar alegría a un niño? Pues a veces ocurre. Basta pensar en una madre con problemas de depresión que cada vez que ve a su hijo contento le dice que no se haga ilusiones porque seguramente acabará pasando algo que le estropeará la alegría... Ahora me viene a la mente mi abuela, que cuando veía que todos nos reíamos por algún chiste o alguna broma siempre acababa diciendo: "No riamos tanto que acabará pasando algo". Afortunadamente esto no nos afectaba a ninguno de nosotros y todavía nos hacía reír más, pero sí es cierto que hay personas que han aprendido a no expresar su humor o su alegría porque alguien les enseñó que no era correcto.
Pero entonces ¿qué debemos hacer, ir por el mundo insultando o dando puñetazos a cualquiera que nos haga enfadar? Bueno, eso sería sin duda expresar una emoción plena y libremente, pero creo que todos estamos de acuerdo en que el objetivo no es hacer daño sino expresar lo que sentimos para evitar que esta emoción nos acabe haciendo daño a nosotros mismos, ya que al fin y al cabo cualquier emoción que no expresamos "hacia fuera" se expresa "hacia dentro". Tenemos que encontrar la manera de poder expresar todo lo que sentimos en el momento en que lo sentimos y, si esto no puede ser, buscar la manera de hacerlo cuando sí que nos sea posible. Obviamente lo que más desahoga es decirle a alguien "¡serás cabrón!" desde el coche cuando nos quita un lugar de aparcamiento que habíamos visto primero o decirle cuatro cosas a la señora que se nos ha "colado" en el súper, pero si no lo hemos hecho por el motivo que sea y seguimos dándole vueltas al tema durante rato y rato hasta el punto que llegamos a casa y aún pensamos en ello, nos beneficiará mucho hacer algún ejercicio para liberar toda esa energía acumulada.
Del mismo modo, si sentimos tristeza debemos permitirnos llorar hasta que sintamos que nos vamos calmando. No vale aquello de decir "estoy bien" cuando en el fondo sabemos que no lo estamos y nos estamos esforzando para que no se nos escapen las lágrimas. Somos humanos y sentimos, y nuestra capacidad de sentir es lo que nos permite precisamente aprender que todo lo que hacemos nos afecta a unos y a otros. Y está claro que a todos nos gustaría sentir sólo emociones "positivas" o ir por el mundo como pequeños budas sin que nada nos afectara, pero esto sólo se logra cuando verdaderamente se llega a un punto de comprensión absoluta que hace que veamos las cosas siempre desde una perspectiva más elevada. En este caso, sin embargo, ya no reprimimos nada sino que sencillamente ¡no hay nada que reprimir! Pero quizás no siempre somos capaces de mantener este estado de paz absoluta y mientras no sea nuestro momento debemos seguir sintiendo y expresando cada día sea lo que sea, como los niños pequeños que ahora ríen, ahora lloran, ahora se enfadan y ahora vuelven a reír sin acordarse de por qué lloraban antes.Nuestro problema es que guardamos todas nuestras emociones no expresadas en una mochila que vamos arrastrando toda la vida. Los recuerdos nos hacen sentir mil y una veces las emociones que nos generó una sola experiencia ¡y no conseguimos liberarnos de ellas!
¿No dijo Jesucristo "Sed como niños"? Pues precisamente expresar las emociones en cada momento es lo que hacen los niños, así que ¡hagámoslo, seamos niños! Lloremos, riamos, enfadémonos cuando toque ¡y después olvidémoslo! Y si sentimos que tenemos odio acumulado de toda una vida, un río de lágrimas que no hemos derramado o una alegría desbordante que no hemos expresado, démonos una hora, dos o las que sean necesarias para gritar (podemos hacerlo en un lugar donde sabemos que estamos solos, o con un cojín delante de la boca), patalear en el suelo (¡una rabieta como cuando éramos pequeños!), dar puñetazos a un saco de boxeo o una almohada, llorar con todas nuestras fuerzas o bailar sin parar al ritmo de la música que más nos guste... Y si creemos que no seremos capaces de hacerlo, dediquemos un rato a concentrarnos en aquella o aquellas personas que nos hicieron daño, recordemos cómo nos sentimos en ese preciso momento y sintamos cómo nos vuelven esa rabia y ese odio iniciales. De esta manera nos permitimos expresar la emoción en toda su plenitud sin que perjudique a nadie. Controlar también significa dirigir, y personalmente creo que esta palabra es más acertada en este caso, así que controlando el descontrol emocional, dirigiéndolo sencillamente para que no se desboque, conseguimos librarnos de las emociones sin ninguno de sus efectos negativos.
Y cuando finalmente hayamos completado la "limpieza" podremos empezar a ser más capaces de perdonar, tanto a los demás como a nosotros, que al fin y al cabo también hemos sido nuestras propias víctimas. Imagina que ahora mismo tienes un bebé en brazos que eres tú mismo/a. ¿Cómo le tratarías? ¿Juzgarías todo lo que expresara? Pues este bebé continúa estando dentro de ti, así que a partir de ahora intenta permitirte sentir y expresar, porque ¡ahora sólo eres tú quien decide reprimirse!
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