Alejandro Jodorowsky, en “EL PLACER DE PENSAR ”:
Los problemas individuales son semejantes a los problemas sociales. A veces es necesario ver a la sociedad como un individuo y al individuo como una sociedad.
Comienzan felices una unión amorosa y poco a poco, sin darse cuenta, la van degradando con pequeñas frases hirientes que, con el tiempo, se transforman en francos insultos para terminar un día en agresiones tan virulentas que espectadores circunstanciales se preguntan cómo una pareja puede resistir tan horrible relación. Sin embargo, el hombre y la mujer, irreversiblemente deformados, continuarán hasta el fin, a veces trágico. de una relación que por grados, poco a poco, se ha hecho un infierno… Así también puede suceder en cualquier actividad colectiva: la decadencia llegará tan gradualmente que los ciudadanos, inconscientes del cambio, se encontrarán de pronto en una situación capaz de aniquilarlos. No se trata de que el caos se ordene de golpe: una vez comprendido el peligro hay que remediarlo, fase por fase, sin impaciencia pero con firmeza, hasta establecer la situación ideal.
Buscando una situación confortable, física o mental, adoptamos un sistema de vida que nos aleja de la naturaleza, exterior o interior. Con el transcurso del tiempo nos habituamos a este paraíso artificial y, al reproducirnos, legamos a nuestros hijos esta ilusión como si fuera un mundo verdadero. Cuando llega el momento en que la realidad nos embate crudamente, ya no sabemos cómo luchar y somos demolidos por la nueva situación. Es nacesario aprender a ver las cosas con total objetividad. Observar la corrupción, conocerla, no significa entregarse a ella. Cerrar los ojos y los oídos ante una crisis no significa solucionarla. Debemos, en todo momento, adiestrarnos a sobrevivir. Y un método muy útil para esa sobrevivencia es tomar en cuenta que siempre hay seres humanos dispuestos a devorarnos, por muy buenos y justos que seamos.
Desarrollarnos hasta alcanzar el límite de lo que podemos ser es normal y deseable. Pero cuando la ambición desmedida nos lleva a obtener cosas inútiles, podemos, creyendo avanzar, precipitarnos a un fracaso. En condiciones normales no deberíamos hacer esfuerzos ni preocuparnos por alcanzar el nivel para el que estamos destinados. La semilla lleva en sí el programa que cumplirá hasta ser un árbol determinado que no dará ni una hoja ni un fruto de menos o de más. Lo cierto es que debemos luchar no por “ser” sino por impedir que accidentes exteriores nos desvíen y nos impidan realizarnos… Cuando vemos otros individuos, organismos, sociedades, que sentimos más poderosos que nosotros y pretendemos imitarlos sin tener las fuerzas necesarias para eso, terminamos cayendo en su área de poder y pasamos a formar parte, con orgullo ingenuo, de un mecanismo que nos despersonaliza y aniquila.
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