Un buen día, en una edad demasiado temprana,
el niño comprende que no es amado, y que sólo será "tolerado"
si cumple una serie de requisitos muy extraños.
Si los conflictos con el padre suelen deberse a su ausencia (o a una escasa presencia pero de forma violenta), los conflictos con la madre nacen de una presencia excesiva.
Dadora de vida, es difícil para la madre no invadir espacios, suplantar emociones o crear falsas necesidades en unos seres indefensos que se convierten en objeto de su terapia. La madre hace terapia con sus hijos, pues es la primera vez que puede descargar lo que a su vez hicieron con ella cuando era una niña. Este uso inconsciente de los hijos con la finalidad de dramatizar el pasado para poder entenderlo, es lo que ocasiona un daño que los niños arrastrarán para toda la vida.
Después, pasan los años y el adulto ha olvidado la perplejidad, el desconcierto y la rabia, emociones que se dirigen hacia sustitutos tales como los propios hijos, la pareja, o los compañeros de trabajo. Además, ese adulto se siente moralmente obligado a "perdonar" a sus padres, pues le han inculcado que el que hacía mal las cosas era precisamente él, y la sociedad entera apoya ese malentendido.
La madre, creyendo hacer lo mejor, considera a sus hijos como prolongaciones de su cuerpo y de su mente. Si en verdad esto pudo ser útil cuando eran bebés, después se convierte en una invasión constante en la vida de unos niños y unos adolescentes que comienzan a ser independientes.
Mamá, he sido traída a este mundo.
Vivo en tu vientre, y percibo ya tu temor.
Mamá, ahora también naces tú, ¿verdad?
"Mamá, por favor, dame el pecho. Necesito sentir tu piel, y recibir el alimento que la naturaleza ha preparado para los bebés. Me das biberones que me embotan mucho tiempo, he de dormir seis horas seguidas para procesar esa sustancia artificial, y así tú puedes trabajar, o volver a ser mujer de nuevo. Pero yo necesito una mamá, no una mujer que se ausenta"
"Mamá, por favor no me dejes en la guardería. Sólo tengo un año, me paso todo el día llorando y cuando llegas por la tarde estás cansada de trabajar y te enfadas conmigo, pues estoy nerviosa y agotada de tanto llamarte sin obtener respuesta. Necesitaría, como mínimo, sentirte cerca de mí toda la noche, pero tras dos o tres horas metes en mi estómago otro biberón y me dejas en una cuna que se encuentra en la otra punta de la casa. Siento una terrible sensación de soledad. ¿Sabes lo que cree mi cerebro? Que me has abandonado. No tengo la conciencia suficiente como para saber que volverás, es por eso que lloro tanto. Pero tú entras enfurecida en mi habitación y gritas que me duerma. ¡Es tan fácil, mamá, sólo cógeme en brazos y arrúllame en tu seno. Tú eres mi vida, y en esta edad mi vida sin tu presencia constante no tiene sentido"
"Mamá, no pretendas que entienda cómo funciona el mundo de los adultos, sólo tengo dos años. Mi conciencia tiene ahora una estructura mágica, y lo que una mente necesita en ese estadio son relatos cortos y adaptados a mi edad, mucho contacto físico, juegos y risas. Mamá, yo estoy en un rincón de la guardería, calladita, sollozando, esperando tu llegada. He aprendido que vuelves, pero una simple hora es para mí un tiempo extraordinariamente dilatado. Mami, ven, por favor, a veces entran señoras por esa puerta, pero ninguna es tú. Me cogen y me colocan junto a objetos de colores, en un lugar lleno de otros niños sonrojados por el llanto, y me dicen que juegue. Pero no siempre tengo ánimo, no hago más que esperar"
"Mamá, no puedo comprender esa prisa que observo en ti para que yo crezca rápido y "entienda". Tengo tres años, pero hace mucho tiempo que me vistes como una mujercita. Tops, minifaldas, maquillaje para jugar pero que quieres que luzca en la calle ante tus amigas. Hace ya un año que me alimentas como si fuera un señor de cincuenta: carne, pescado, fritos, chocolate, azúcar, algunas veces he vomitado pero tú dices que he de hacerme grande y fuerte. Hace medio año me llevaste al cine, papá y tú os reísteis al ver mi carita frente a una pantalla tan grande con un sonido que hería mis oídos. La película duraba una eternidad, y yo empecé a jugar sola debajo de los asientos, pero eso molestaba a otros señores. Había niños y niñas más pequeños que yo que lloraban, pero sus papás no los sacaban de la sala. ¿Por qué todo eso?"
"Mamá, tengo cuatro años, pero ¿sabes una cosa? Hay muchas partes de mi mente que no han sido adecuadamente desarrolladas y se han quedado atrás, esperando todavía obtener aquello que necesitaban para su correcto funcionamiento. Así que por fuera parezco una niña de cuatro años, pero dentro de mí todavía llora el bebé de un año, falto de contacto, herido por tus ausencias. Dentro de mí solloza todavía la niña de dos años que nunca supo si acercarse o no a su mamá, pues no sabía si iba a recibir un beso o un castigo. Todavía hoy sería posible una catarsis, una sanación, no mía sino tuya. Mamá, todavía espero lo mejor de ti, mi inocencia me impide pensar mal de ti, yo creo que eres mi soporte, mi vida, que todo lo que dices y haces es justo y verdadero. Por eso, cuando algo que haces me hiere profundamente, mi cabecita empieza a creer que en realidad soy yo la que es mala, que no sé nada, que soy una molestia, que no soy digna de amor, que sólo seré aceptada si cumplo con unos preceptos muy extraños"
"Mamá, ayer cumplí diez años. Estoy en plena etapa mítica. Eso significa que acepto tus órdenes como si fueran mis propios deseos, que me gusta sentir que formo parte de un grupo, de una familia. Así que por todo lo que aprendo contigo y con papá deduzco que este caos familiar es lo correcto, que cuando no quiero ir a la escuela porque me encuentro mal, en realidad estoy "haciendo cuento", que cuando no deseo dejar un juguete a mis amigas pero sí acepto los suyos es que "soy muy lista", y que cuando la minifalda se me sube demasiado, soy "una desvergonzada". Mamá, perdona por no saber nada. Papá y tú sois mis dioses, sois guapos y perfectos, y yo os quiero con toda mi alma. Debo ser, en verdad, muy mala, algo en mí no funciona bien, pues os saco de quicio demasiadas veces. Mamá, no te enfades más conmigo, te prometo que me portaré bien. Ayer fue mi cumpleaños, y me regalasteis sólo un juguete, por que estoy castigada por no sacar buenas notas. Yo en realidad quería que jugaseis conmigo, pero papá cogió la muñeca unos segundos y dijo que se parecía a mí, que tenía la misma cara de "pilluela" y luego se fue a su despacho. Tú, mamá, siempre me prometes que jugarás conmigo, pero ese día no acaba de llegar. Yo cogí la muñeca y me metí debajo de la mesa. Durante un rato contuve las lágrimas, ahora soy una experta en llorar en silencio. Después, lo que hago es fijarme mucho en los detalles de mi nueva muñeca y comienzo a creer que quizás es eso: la ropa, o sus rasgados ojos, o su esbeltez, lo que proporciona algo de felicidad en este mundo. Sí, quiero ser modelo, tener mucho dinero para comprarme toda la ropa que quiera, quiero ser muy guapa para que todos se fijen en mí y así pueda recibir algo de atención por parte de los demás."
"Mamá, tengo quince años, he entrado en el estadio racional. Ahora sé con total certeza que he de mantenerme delgada y guapa para merecer el respeto de los hombres. Sé que sólo ganando mucho dinero podré obtener la felicidad que nunca tuve. Sí, quiero estudiar derecho, porque me indignan mucho las injusticias. Quiero enviar a la cárcel a esos hombres y esas mujeres que estafan a sus semejantes, siempre prometiendo cosas que luego no cumplen. Y de paso ganarme bien la vida, como decía papá, para poder ser una mujer respetada. Ya nos sois guapos ni perfectos, estáis muy lejos de mi poder para transformar el mundo. Me pedís respeto, pero ¿cuándo me respetasteis vosotros a mí? Pedís que no siga esas dietas y que no me maquille tanto, pero ¿acaso no es eso lo que os hacía tanta gracia durante tantos años? Me pedís que tenga cuidado con los chicos, pero yo sé que sólo en ellos encontraré al padre que nunca estuvo cerca de mí. Son jóvenes y guapos como yo, y en ellos puedo proyectar mi profunda necesidad de afecto. Habéis llenado el vaso de mi alma con promesas de felicidad que nunca llegaron, con ropa y videojuegos, con mucha, mucha televisión, y con música estridente. Ahora el vaso está lleno... de esa basura. ¿Qué esperáis que contenga?"
"Mamá, tengo treinta años, he atravesado el estadio Nueva Era, y comienzo a darme cuenta de muchas cosas. Tengo un bebé de un año, y ahora veo que no está bien lo que hiciste. Siento una rabia creciente contra ti y contra papá. ¿Cómo pudisteis utilizarme para tratar de entender lo que vuestros propios padres hicieron con vosotros? Yo era una niña indefensa que esperó durante muchos años vuestro afecto, pero ese amor nunca llegó. Sí, llegaron sermones, algún regalo, y dinero para mis estudios. Yo no necesitaba eso, sino vuestra comprensión. Ayer vi en las noticias cómo un hombre de sesenta años pegó a sus padres. La sociedad entera lo trata de criminal, cuando en realidad está haciendo lo mismo que hicieron con él. Lo trataron de forma violenta cuando no podía defenderse, y ahora es él el que trata de esta forma a sus padres cuando éstos, por fin, ya no representan una amenaza, cuando por senectud se han vuelto indefensos. ¡Y entonces el mundo se escandaliza! ¿Por qué, dime por qué, mamá, no se levanta una ola de indignación similar cuando un padre o una madre pega a su hijo de dos años, o cuando los abandonan en una guardería de nueve de la mañana a cinco de la tarde?"
"Mamá, papá, por fin puedo odiaros sin reservas. Mis relaciones con los hombres han fracasado, pues no hago más que pelearme con ellos. Creasteis una sombra inmensa que vive en mi interior y desea sanar por todos los medios, usando a mis parejas para dramatizar y escenificar todos aquellos periodos de dolor que produjeron heridas irreparables en mi alma. Y mis parejas hacen lo mismo conmigo, pues recibieron una educación parecida. Entiendo que no supisteis hacerlo mejor, que cargabais con la cruz de vuestros propios traumas, pero dejad que saque a la luz toda mi indignación de niña pequeña, o si no reventaré. No os puedo perdonar todavía, porque no es la hora del perdón. La cultura, desde siempre, ha estado en contra de los niños y a favor de los padres. La cultura repite el error, generación tras generación, de la obligación moral del perdón a los mayores. Pero ahora veo que el verdadero perdón sólo ocurre de forma espontánea, solo fluye de forma natural cuando por lo menos una parte de la indignación ha sido dirigida hacia los verdaderos culpables, que son los padres. Sólo cuando se ha logrado la hazaña de captar el inmenso dolor, humillación y soledad que alimentan esa indignación, sólo entonces puede una contemplar a los padres como niños indefensos que sufrieron abusos y que no pudieron hacer otra cosa que transmitir lo que habían recibido"
Mamá, ahora sí, ahora puedo quererte,
no con un amor herido, sino con el amor que procede de la comprensión.
Mamá, ahora puedo decirte eso que tanto te costaba decirme
cuando más lo hubiera necesitado:
te quiero
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