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Educar los sentimientos



Aprender a modelar nuestro estilo sentimental El ser humano ha buscado siempre actuar sobre su estado de ánimo. Desde niños hemos observado que unos sentimientos nos sumergen en la desdicha y nos gustaría librarnos de ellos, y para eso hemos ido ensayando unas técnicas sencillas, válidas para los casos más simples. Si estoy irritado por culpa del cansancio, me basta con descansar para ver las cosas ya de otro modo.

Si estoy aburrido, busco compañía y entretenimiento. Si siento miedo, pruebo a considerar la poca gravedad de su causa, o a reírme de ella, o a distraerme con otra cosa para ver si el miedo se desvanece. Pero sabemos que estas estrategias tienen serias limitaciones ante estados sentimentales más complejos, sobre todo cuando se trata de sentimientos ya bastante incorporados a nuestras vidas y que forman parte de nuestro estilo sentimental. Unas veces, la solución será actuar sobre las causas de aquello que nos está afectando negativamente. Otras, esto no será posible, y tendremos que esforzarnos por cambiar nuestra respuesta sentimental ante cosas inevitables que nos suceden. Como señalaba aquella vieja sentencia, hemos de tener valentía para cambiar lo que se puede cambiar, serenidad para aceptar lo que no se puede cambiar, y sabiduría para distinguir lo uno de lo otro. —Lo malo es que a veces hay cosas que podrían cambiarse, pero no queremos enfrentarnos a ellas de verdad. Son fenómenos de escapismo en los que, de forma más o menos consciente, eludimos o ignoramos la realidad y buscamos refugio en otras cosas. En sus grados más elevados, es lo que sucede con el recurso al alcohol, el juego, los estimulantes o la droga. Son fugas que pretenden mejorar el resultado del balance sentimental, pero sin cambiar las partidas (en esto, actúan igual que hacen los malos contables). En vez de asumir lo que les sucede, intentan escapar, y por mal camino. No son las cosas que nos pasan lo que nos hace felices o desdichados, sino el modo en que las asumimos. Las estructuras sentimentales forman parte del carácter. 

A una persona cobarde o pesimista suelen faltarle fuerzas para enfrentarse a las diferentes situaciones que le depara la vida. En cambio, una persona decidida y optimista superará con buen ánimo las dificultades que se le presenten. Y una persona agresiva puede arruinar su familia o el ambiente de su lugar de trabajo con sus intemperancias. —Pero todo el mundo prefiere tener un carácter optimista y alegre, por ejemplo; lo que pasa es que no es fácil lograrlo. Efectivamente, todo el mundo prefiere la alegría a la tristeza, la serenidad a la angustia, el ánimo a la depresión, el amor al odio, y la generosidad a la envidia. Lo malo es que, como dices, al llegar a la edad adulta nos encontramos con que no somos como nos gustaría ser, y vemos que tenemos un estilo sentimental ya muy hecho, que es como un núcleo duro dentro de nosotros, muy resistente al cambio. Por eso, acometer cuanto antes la educación del carácter –y con ella, la educación de los sentimientos–, es tan decisivo para lograr una vida feliz. —Eso está claro, pero:


¿Cómo se pueden corregir esas diferencias en el tono afectivo personal? Las personas tendemos a buscar refugio en lo que nos resulta menos costoso (eso no siempre es malo, pero bastantes veces sí). Por eso debemos procurar no encerrarnos en esas zonas de comodidad que todos tenemos: soledad, retraimiento, inhibición, falta de autoridad, resistencia a expresar lo que pensamos o sentimos, etc. Hemos de poner esfuerzo para salir de esos cálidos refugios y así modelar poco a poco nuestro estilo sentimental. Naturalmente, ese esfuerzo ha de mantenerse durante largos periodos de tiempo, hasta que se asuman como rasgos ordinarios de nuestro carácter. —¿Y piensas que puede llegarse a un estado sentimental en el que apenas haya sentimientos desagradables? Es una pregunta interesante. Los sentimientos suelen revelar significados reales, y por eso resulta muy peligroso pretender aniquilarlos sistemáticamente. Por ejemplo, si jamás tuviéramos sentimientos de culpa o de vergüenza, seríamos unos sinvergüenzas, o al menos unos frescos, puesto que todos hacemos cosas mal (al menos de vez en cuando). Si jamás tuviéramos sentimientos de miedo, seríamos unos temerarios peligrosísimos. Y si jamás sintiéramos ira, es posible que fuéramos unos pasotas impresentables. O sea, hay muchos sentimientos desagradables que son positivos y necesarios. Para modelar el propio estilo sentimental que compone nuestro carácter, lo que necesitamos es saber qué conviene cambiar, y cómo. Pero no pensemos que es cuestión simplemente de eliminar los sentimientos desagradables. Porque eso también conduciría a la ruina personal. Educar los sentimientos es algo que requiere arduo trabajo y muchas veces ayuda psicologica.

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