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La venta por sobre la ética

Por G. Casino *

Desde Barcelona

Convertir problemas y contingencias comunes de la vida, como el envejecimiento, la timidez, la menopausia, la tristeza o la soledad en enfermedades que pueden tratarse con fármacos es una de las argucias utilizadas por la industria farmacéutica para vender mejor sus productos. Pero no es la única. Además, algunas dolencias leves se hacen pasar por graves, se inflan las estadísticas de prevalencia (número de casos), se convierte un factor de riesgo en una enfermedad... Y todo ello, a menudo, de forma combinada, con el apoyo de médicos, líderes de opinión y la utilización de los medios de comunicación, en campañas dirigidas tanto a médicos como a consumidores.

Los laboratorios farmacéuticos no se limitan a hacer publicidad de sus fármacos, sino que además promocionan las enfermedades a las que se dirigen. Este fenómeno, en pleno auge, ha sido bautizado en la literatura anglosajona como disease mongering, que podría traducirse como promoción de enfermedades.
Esta táctica “convierte en enfermos a los sanos, malgasta preciados recursos y origina dolor iatrogénico (causado por los médicos y las medicinas)”, resumen el periodista Ray Moynihan y el farmacólogo David Henry, ambos de la Universidad de Newcastle (Australia), en el último número de la revista PLoS Medicine, que incluye una serie de trabajos sobre disease mongering. Los defensores de esta práctica comercial argumentan que las compañías farmacéuticas se limitan a suministrar información al consumidor y que si luego se receta o no el fármaco es un asunto que incumbe a médico y paciente.
Pero muchos médicos están preocupados porque la salud se asimila cada vez más a un bien de consumo. En ocasiones, los pacientes parecen clientes informados que buscan satisfacer una necesidad de salud creada por la industria farmacéutica, igual que la automovilística creó, por ejemplo, la necesidad de los todoterrenos.
“Se diría que, como los personajes de Pirandello que buscan autor, algunos fármacos están en busca de aplicación, y la encuentran en procesos que tienen más que ver con el simple hecho de vivir que con auténticas enfermedades –afirma el médico de familia Pablo Alonso Coello, del Centro Cochrane Iberoamericano, en Barcelona–. Existen campañas dirigidas a consumidores y a médicos que preconizan que la solución a esos problemas se encuentra en la farmacopea y no en los propios recursos de la persona.”
Un asunto crucial, como indica este médico, es que las enfermedades empiezan a ser definidas por las empresas: “La construcción social y científica de la enfermedad está siendo sustituida por la construcción por parte de las corporaciones”.
El experto en disease mongering Ray Moynihan, que ha codirigido este mes un primer congreso médico sobre este tema, sugiere que es necesario empezar a estudiar más a fondo el fenómeno y a desarrollar estrategias y metodologías que generen datos sobre su verdadero impacto.
Uno de los ejemplos mejor conocidos es la medicalización de la sexualidad humana y sus problemas. La historia del sildenafilo (Viagra) es la de la transformación exitosa de un medicamento en un producto de consumo: el fármaco es eficaz y seguro para tratar la impotencia, pero también puede ser utilizado por una población más amplia. Su lanzamiento comercial fue precedido de una intensa cobertura informativa sobre la disfunción eréctil, alertas sobre su enorme prevalencia, los problemas que causa a los afectados y las buenas expectativas de los tratamientos.
La posterior creación y promoción de la disfunción sexual femenina es un caso de libro de promoción de enfermedades por parte de la industriafarmacéutica y otros agentes medicalizadores, asegura Leonore Tiefer, profesora de Psiquiatría en la Facultad de Medicina de Nueva York.
En la serie de artículos que se publica en PLoS Medicine se alerta de que la industria farmacéutica se está infiltrando en las escuelas (por ejemplo, informando a los profesores sobre el trastorno por déficit de atención e hiperactividad); coloniza Internet con páginas que informan al consumidor a la vez que promocionan ciertas enfermedades; crea y financia asociaciones de pacientes para que se familiaricen con sus tratamientos y los reclamen; utiliza los medios de comunicación para que la gente se sienta enferma (ejemplo: el síndrome de las piernas inquietas), y está transformando a los pacientes en consumidores, erosionando así el papel del médico como experto.
La promoción de enfermedades es un fenómeno que todavía está en fase de maduración, según Moynihan. Y está convencido de que las cosas no cambiarán de forma apreciable hasta que los responsables políticos tomen conciencia del problema y comprendan los posibles beneficios de ponerle freno.

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