Tu mente sigue jugando infinitamente: todo lo que ocurre no es más que un sueño en una habitación vacía. Durante la meditación, uno tiene que observar la mente jugar, como niños que juegan y saltan porque les sobra energía; eso es todo. Los pensamientos saltan, juegan, sólo es un juego; no te los tomes en serio. Si tienes un mal pensamiento, no te sientas culpable. O si tienes un gran pensamiento, un pensamiento muy bueno —que quieres servir a la humanidad y transformar todo el mundo, y que quieres traer el cielo a la tierra— no dejes que hinche mucho tu ego, no sientas que te has vuelto muy grande. No son más que juegos de la mente, que a veces sube y otras baja. Lo que ocurre es que rebosa energía, tomando muchas formas diferentes.
La dimensión de juego tiene que ser aplicada a toda tu vida. Hagas lo que hagas, permanece en esa actividad tan totalmente que el fin se vuelva irrelevante. El fin vendrá, tiene que venir, pero no está en tu mente. Estás jugando, estás disfrutando.
Esto es lo que Krishna quiere decir —durante el Mahabarata, la gran guerra relatada en el Gita— cuando dice a su discípulo que deje el futuro en manos de lo divino: «El resultado de tu actividad está en manos de lo divino, simplemente actúa». Este «hacer simple» se convierte en un juego.
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