“Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo” (Ghandi)
En algún momento todos hemos experimentado sentimientos que hemos bloqueado. Hemos sentido ganas de llorar o nos ha molestado algo, pero finalmente decidíamos contenernos, no llegando al llanto ni explicando el motivo de nuestro disgusto. Tomamos una posición defensiva ante los problemas. Nos ponemos una coraza que nos ayuda a protegernos de las heridas y amenazas externas. En muchas ocasiones, este tipo de actuación ejerce una función positiva. El problema surge cuando esta coraza actúa de forma permanente y nos sentimos amenazados en todas las situaciones.
Cuando el sistema afectivo se colapsa, como en los casos de ira extrema, es el cuerpo el que experimenta la emoción. El exceso de energía se acumula en el organismo, aumentando en exceso la activación e impidiendo el abordaje adecuado de la situación. Si, por el contrario, se decide contener la emoción, no expresarla y evitarla, se está destinando la energía activada a inhibir la vivencia emocional. Esto repercute en el estado general de salud y en la aparición de somatizaciones. Sin embargo, el cambio es posible. Podemos a aprender a autorregularnos. La autorregulación es la capacidad de gestionar y canalizar de forma adecuada nuestras emociones ante las diversas situaciones. Lo que supone un reto es hacerlo correctamente en aquellas situaciones y emociones que no nos gustan o que suponen una amenaza.
En lo que a emociones se refiere, en extremos, tenemos, por un lado, a aquellas personas que niegan o evitan la emoción en todo momento, sufriendo un estado de “anestesia emocional”. Éste sería el caso de la Alexitimia. Las personas que la padecen se sienten incapaces de expresar sus emociones, ya que se han negado a sentir hasta tal punto que han perdido la capacidad de reconocimiento y diferenciación. Ante una emoción muy intensa pueden llegar a sentir bloqueo, sin saber qué les está pasando. No pueden expresar si es rabia, miedo o angustia. Por otro lado, encontraríamos a las personas hipersensibles o aquellas que se sienten desbordadas fácilmente por los sentimientos. El problema de la labilidad emocional es que se quedan atrapadas en una determinada emoción, no emitiendo ninguna respuesta o reacción ante la situación. Suelen poseer una alta activación fisiológica, lo que les hace estar constantemente en un estado de estrés.
La respuesta emocional surge en interrelación con el pensamiento y la conducta. Una emoción concreta activa un tipo de pensamiento, que a su vez genera una conducta. Dado que no es algo aislado, es necesario influir en los tres sentidos. La autorregulación emocional trabaja, en primer lugar, más que la conducta, el reconocimiento y aceptación de la emoción, esto es, darse cuenta de qué se piensa y entonces así poder determinar la conducta más adecuada. El cambio de conducta nos puede generar mayor estrés y malestar inicialmente, entendiéndolo como un proceso de adaptación, aunque éste sea para mejorar nuestra forma de actuar. Ante el malestar podemos quedarnos como estábamos o asumir un compromiso para afrontar el cambio. Para ello hay que una serie de pasos que nos ayudará en el afrontamiento de las situaciones.
- Identificación de la causa de estrés: Puede ser originado por el medio externo o bien vivenciado por nosotros mismos. En ambos casos, tiene que ver con la interpretación que hacemos de la situación y cómo nos influye a la hora de pensar y actuar.
- Identificación de nuestras propias resistencias: Estamos acostumbrados a actuar de una determinada manera, por lo que comprometernos al cambio y ejecutarlo puede llevar a grandes dificultades. Aparecen nuestras resistencias internas, al percibir el cambio como amenazante, ya que sólo vemos lo que conocemos. Actuamos repitiendo los mismos patrones de comportamiento a través de las situaciones. Es lo que se conoce como estabilidad conductual. Darse cuenta de ello es importante y cuestionar nuestras propias creencias y actitudes es necesario para comenzar a salir de nuestra zona de confort, que es la que ha regido nuestra vida.
- Valorar y expresar: Reflexionar sobre lo que queremos “soltar”. Para ello, es necesario ver si queremos actuar como lo hemos hecho hasta ahora o bien, asumir el riesgo hacia el cambio, aunque no se ajuste de entrada a nuestros principios básicos. Es importante pararse a pensar y luego actuar.
- Actitud activa ante el cambio: La única fórmula que nos puede ayudar a ver de una forma diferente la realidad es el aprendizaje y el afán de superación. Es como cuando un niño aprende a montar en bicicleta. Con entrenamiento y esfuerzo lo acaba consiguiendo. El aprendizaje es una habilidad que de adultos perdemos, pues nos fijamos más en los resultados y menos en el proceso. El miedo al fracaso nos inhabilita la capacidad para aprender.
- Aprendizaje y crecimiento: No hay que negar la emoción desagradable. Es necesario sentirla y dejar que el tiempo pase. Cuando disminuye la intensidad elaboramos las explicaciones lógicas sobre qué ha podido fallar, qué tenemos que mejorar, qué necesitamos…Siempre debemos mostrar apertura hacia nuevas ideas y oportunidades válidas que nos ayuden a avanzar.
En definitiva, nadie dijo que fuera un camino fácil pero el desarrollo de la inteligencia emocional es posible. Para cambiar primero hay que querer y no olvidar cuál es nuestro fin. Sólo así conseguiremos modificar nuestros patrones de conducta y canalizar nuestras emociones de forma adecuada en nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos.
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