La estructura energética de la mujer es receptiva. Ella absorbe dentro de su cuerpo y transmite emociones por medio del contacto físico. Una mujer abraza todas las energías con las que entra en contacto y emana la cualidad de sí misma a través de sus sentimientos y la capacidad sensible de su mente. Sin decir una palabra, ella es el vehículo perfecto para la actividad transmutadora de la Conciencia, pero muchas mujeres aún no lo saben. En vez de ser participantes jubilosas del proceso que eleva la humanidad, muchas mujeres se encuentran abrumadas bajo el peso de la cualidad negativa de las emisiones en nuestro mundo.
Hoy, todo lo que es oscuro y secreto adquiere un misterio que es negativo, si no peligroso. La asociación de lo diabólico y siniestro, sangriento, mórbido, lo deforme y desequilibrado mental con la diversión hace que el peligro se torne exótico, una aventura y fascinantemente intensa. Esta actitud es especialmente nociva para las mujeres. Parece ser “inofensiva”, pero bajo las apariencias y la excitación sensorial, ocurre otro proceso. Se diría que no hay nada malo con mirar una película de terror mientras se comen palomitas y se cuida de un bebé, pero el mensaje que ésta transmite se implanta de manera no-verbal en la sensibilidad de todos los presentes.
Lo que es desestabilizante, incongruente y totalmente imposible es cuando las mismas personas que se entretienen con lo macabro también buscan los favores de un mundo de luz. La vida es bastante más compleja de lo que parece. Es más delicada y mucho más amplia que los deseos profesos de paz y luz. Cada acto, pensamiento y sentimiento humano atrae un retorno aumentado. Nos convertimos en la manifestación concreta del mundo que construimos progresivamente.
La constitución de un ser humano, como espíritu vestido de materia, responde a dos principios que se manifiestan en el mundo material: la fuerza bruta y la sensibilidad. La materia depende de tensión y fuerza, mientras que el espíritu, o la Conciencia, es guiado por la sensibilidad.
La oscuridad y la luz, en esencia constituyen un movimiento único que fluye desde el espacio infinito pasando por la condensación, la disolución y el regreso a sí mismo, para repetir el proceso una y otra vez. La noche no sería oscura sin el día y el sol no podría exhibir su brillo si no estuviera inmerso en un mar de oscuridad ilimitada. Así es el destino y el equilibrio perfecto de la Creación. Infelizmente, no es así en nuestro pensar y por extensión en nuestra realidad humana, en donde las cosas se reducen a lo inmediato y tangible. Como resultado, la oscuridad que podría ser rica y nutrirnos como un principio de reposo, es sustituida por una sobrecarga sensorial que pretende serlo. La oscuridad eterna, fondo para la Creación, es como un negro nacarado, suave, sedoso, luminoso y rico, mientras que la oscuridad de la creación humana es opaca, fea, dura y sin brillo.
La raíz del desequilibrio y la negatividad que condicionan “las sombras” reside en nuestra fijación ignorante con la materia. No estamos conscientes de que nuestro apego a la seguridad, a las posesiones, el dinero y las relaciones son expresiones de la ley de la materia, su necesidad de tener y mantener, su obsesión por pensar en términos de fuerza bruta. No comprendemos que cada vez que nos rehusamos a aceptar lo inesperado, lo espontáneo, que somos reticentes a soltar y liberar personas y condiciones en nuestras vidas, también actuamos en función de la necesidad de la materia por definir, agarrar y conservar.
El propósito de la materia, o del mundo físico, es crear y sustentar formas. Partículas de substancia se pegan unas a otras en varios grados de densidad. Este es su objetivo: solidificar. Nuestros cuerpos y todo lo que está conectado con nuestra existencia material, o sea, nuestras emociones y la mente lineal, obedece a este impulso. Nuestra Conciencia, por otro lado, está compuesta de átomos sutiles que buscan movilidad y mayor espaciosidad; generan luz y llaman a la materia a regresar a la fuente. Cada encarnación es una oportunidad para aprender a tener, crear y construir sin solidificar nuestras creaciones a tal punto que nos posean y nos identifiquemos con ellas.
Dónde colocamos nuestro pensamiento, como foco e importancia, nos determina. Cuando le damos importancia a algo, lo ponemos en el altar de nuestro Ser; se convierte en nuestro “Dios”. Cuando la mente está totalmente enfocada en asuntos materiales, el complejo cuerpo-mente-emoción responde, adaptándose. Las sensibilidades más finas se entierran gradualmente bajo el peso de las consideraciones materiales. Como resultado, figurativamente y de cierta manera literalmente, el ser humano desarrolla raíces, como tentáculos, hacia dentro de la misma corteza de la tierra. En lugar de enraizar nuestra Conciencia al núcleo o corazón de la tierra, como sería nuestro propósito, nuestras facultades y nuestra propia identidad se vuelven una con las creaciones a las cuales damos vida. Nos volvemos oscuros y toscos. En vez de encontrar alimento y reposo en la oscuridad del infinito, lo coloreamos con los secretos de nuestra libido y los itinerarios escondidos de pensamientos pornográficos explotadores.
La libertad es una condición del alma y del espíritu. Presumir que ella existe en la materia sería negar su naturaleza. En su origen, el ser humano es divino. Sus alas, como la Libertad, responden a la premisa de la luz en acción, dentro del mundo. Ser libre para hacer y tener requiere una comprensión inteligente de las dos leyes y del equilibrio que solo la Conciencia aporta. Esto es justo el opuesto a la condicionalidad. Aprender a administrar la materia mientras estamos posados en lo alto sobre la inteligencia-sensible del alma requiere otro tipo de pensamiento, uno que está afinado al perfecto caos del universo. Requiere la cualidad de la mente femenina.
El poder del amor – el tipo emitido por una mujer iluminada – tiene la suficiente fuerza que se necesita para desatar capas de densidad que aprisionan un ser humano atado a la forma. La energía de la mujer resuena con el propio útero del planeta, la fuente de la materia misma. Se conoce en el mundo esotérico, que para elevarse más allá del llamado de la materia, cada hombre deberá ser abrazado por el poder invencible del corazón de una mujer. A menudo es el de la madre; a veces es el de una amante, una hermana o una amiga.
En el reino humano existen “ángeles” de las sombras y “ángeles” de la luz. Los primeros se atan inexorablemente al principio de densidad de la materia, en un impulso cada vez más intenso por ejercer poder sobre la Creación. Los últimos responden a la ley del espíritu, volviéndose diáfanos, expresivos, inclusivos, compasivos, el alma misma de la divinidad que, como Principio Femenino, abraza toda la vida, tanto la luz como la oscuridad.
Autor: Zulma Reyo
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