Se cruzaron un día y se enamoraron a simple vista. El tigre la miró embelesado pues era una cabra realmente hermosa. Ella hizo como que bajaba la mirada.
Cada uno vio una hermosa luz en los ojos del otro. El tigre dijo:- “Hola, ¿como te va?”. – “Muy bien”, contestó ella, que a su vez preguntó en forma aparentemente inocente: – “¿Tu quién eres?”, mientras le corría una chispeante sensación por la columna vertebral al estar tan cerca de tan hermoso ejemplar de tigre.
El tigre dio un paso atrás pensativo y empezó a balbucear: -”YO soy…, yo soy….” y mientras decía esto, el tigre, que sabía que las cabras desconfiaban mucho de los de su especie, pensó en una mentirita piadosa y dijo con firmeza: – “Yo soy un gato”.
Entonces la Cabra pensó que al Tigre no le iba a gustar mucho estar ante una cabra y antes que éste preguntase, dijo rápidamente: – Yo soy un perro.
Y de este modo un tigre que se hacía el gato, y una cabra que trataba de pasar por perro se encontraron por primera vez. Pasaron los meses y el amor iba en aumento, hasta que llegó el día que se dijeron casi al mismo tiempo.
- Ya no puedo vivir sin ti, quiero compartir mi vida contigo, quiero que vivamos juntos. Y el tigre y la cabra se fueron a vivir juntos. Era casi cómico verlos en su nuevo hogar. El tigre haciendo de gato y tratando de comer las verduras y las papillas que tanto le gustaban a la cabra.
Cada tanto el Tigre miraba la vida que llevaban los otros tigres, se ponía un poco triste y se decía: – Tengo que lograr ser un gato, es más soy un gato al que le gusta comer verduras y papillas, y quedarse en su hogar. Incluso llegó a poner cartelitos por todos lados que decían “recuerda que eres un gato”.
La Cabra, por su parte, y desde el profundo amor que tenía, trataba de ser un fiel perro guardián del hogar. Pero era inevitable: a ella le gustaba el sabor de lo lejano. Siempre la siguiente colina parecía tener el prado más verde y hacia ahí quería ella salir corriendo, aunque no lo hacía.
Se quedaba en el hogar entristecida cada vez más mientras esperaba a que el Tigre volviese.
Un día, como tantos otros, el Tigre se había tirado, como un minino, delante del hogar de leña y recordaba la selva, con todos sus peligros. Recordaba su vida llena de momentos de entusiasmo súbito, visiones instantáneas, planes gigantescos y estrategias inteligentes donde él se lucía con todo su porte. Fue entonces que recordando una de sus tantas aventuras se le escapó un suspiro.
En ese momento la cabra lo escuchó, y le preguntó qué le pasaba. El habló vagamente de la selva y de las bellezas que contenía, y al ver que la cabra escuchaba atentamente, el tigre terminó afirmando que la selva era el mejor lugar para que los gatos y los perros fuesen a buscar diversiones.
No le fue difícil convencer a la cabra, que le gustaba todo lo novedoso, para que lo acompañara a la selva. Pero todo fue un desastre. No bien entraron en la espesura, aparecieron los primeros peligros y mientras el Tigre se relamía pensando que por fin empezaba un poco de acción para desentumecer sus músculos, la cabra se asustó tanto que salió corriendo hacía la primer colina que vio.
Allí se quedó escondida detrás de un pequeño arbusto, hasta que el Tigre la encontró temblando y la llevó al hogar.
Siguió pasando el tiempo y la añoranza y la tristeza que iban penetrando profundamente en el interior del tigre sólo era comparable a lo que le sucedía a la cabra.
Ella seguía quedándose en la casa esperando que su majestad volviese, mientras refrenaba sus impulsos naturales de salir corriendo detrás de cualquier cosa que llamase su atención. Su innata curiosidad no sólo estaba presente, sino que aumentaba constantemente. Ella también suspiraba por lo que no tenía.
Le hubiese encantado salir corriendo hacía el prado y charlar con otros animales, pero no lo hacía pues sabía que esto sacaba de sus cabales al celoso Tigre, que veía por todos lados a galanes pretendiendo a su cabra.
No era difícil imaginar el futuro de la relación: El tigre, luego de haber tratado de vivir su día como un gato, volvía de noche cansado y de mal humor, y se encontraba con la cabra, que había estado encerrada todo el día, tratando de vivir como un perro y con un humor tan malo como el del Tigre.
Alcanzaba un pequeño gruñido del tigre para que la cabra se pusiese loca. Alcanzaba algún pequeño desliz de la cabra para que el tigre rugiese.
Así pasaron los años……
La cabra se recriminaba: – He tratado de ser todo un perro para agradarlo, pero es inútil este tigre nunca termina de convertirse en un buen gato.
El tigre también sentía lo mismo que ella. Había tratado de vivir como un gato. Se había entregado a esa cabra creyendo que se iba a comportar como un perro, y ahora se daba cuenta que era inútil. Lo único que había logrado era tener una cabra triste y rezongona.
Hasta que un día, casi ya sin fuerzas la cabra que quería ser perro y el tigre que quería ser gato, se miraron a los ojos como el primer día, pero esta vez en vez de luz encontraron sus miradas perdidas, tristes, y se dieron cuenta que contra la naturaleza no se puede ir.
Finalmente desde todo el amor que todavía se tenían, se separaron.
Así la Cabra se redescubrió y reencontró con su verdadero ser, volvió a ser ella misma: Recuperó su belleza, disfrutó de su plena libertad, volvió a ser creativa, disfrutó de la naturaleza pacífica, de sus sueños. Buscó y encontró la seguridad que necesitaba en su hogar, desde el cual podía salir a saltar a gusto y sin peligro por los campos verdes. Y finalmente pudo tomarse todo con calma, pues ella valoraba la tranquilidad.
Por su lado también el Tigre se reencontró con su verdadero ser.
Así fue pasando el tiempo para el Tigre y para la Cabra, hasta que un día se encontraron frente a frente. El miró de nuevo a esos ojos cargados de luz, y le dijo: – Yo soy un Tigre. Y ella sin esperar que él preguntara, contestó, mientras también lo miraba fijo a los ojos, también llenos de luz: – Yo soy una Cabra.
Y se fueron felices caminando juntos por un sendero. El Tigre le hablaba de sus historias de la selva, mientras la Cabra le contaba de la última flor que había descubierto en un nueva colina.
Cada uno vio una hermosa luz en los ojos del otro. El tigre dijo:- “Hola, ¿como te va?”. – “Muy bien”, contestó ella, que a su vez preguntó en forma aparentemente inocente: – “¿Tu quién eres?”, mientras le corría una chispeante sensación por la columna vertebral al estar tan cerca de tan hermoso ejemplar de tigre.
El tigre dio un paso atrás pensativo y empezó a balbucear: -”YO soy…, yo soy….” y mientras decía esto, el tigre, que sabía que las cabras desconfiaban mucho de los de su especie, pensó en una mentirita piadosa y dijo con firmeza: – “Yo soy un gato”.
Entonces la Cabra pensó que al Tigre no le iba a gustar mucho estar ante una cabra y antes que éste preguntase, dijo rápidamente: – Yo soy un perro.
Y de este modo un tigre que se hacía el gato, y una cabra que trataba de pasar por perro se encontraron por primera vez. Pasaron los meses y el amor iba en aumento, hasta que llegó el día que se dijeron casi al mismo tiempo.
- Ya no puedo vivir sin ti, quiero compartir mi vida contigo, quiero que vivamos juntos. Y el tigre y la cabra se fueron a vivir juntos. Era casi cómico verlos en su nuevo hogar. El tigre haciendo de gato y tratando de comer las verduras y las papillas que tanto le gustaban a la cabra.
Cada tanto el Tigre miraba la vida que llevaban los otros tigres, se ponía un poco triste y se decía: – Tengo que lograr ser un gato, es más soy un gato al que le gusta comer verduras y papillas, y quedarse en su hogar. Incluso llegó a poner cartelitos por todos lados que decían “recuerda que eres un gato”.
La Cabra, por su parte, y desde el profundo amor que tenía, trataba de ser un fiel perro guardián del hogar. Pero era inevitable: a ella le gustaba el sabor de lo lejano. Siempre la siguiente colina parecía tener el prado más verde y hacia ahí quería ella salir corriendo, aunque no lo hacía.
Se quedaba en el hogar entristecida cada vez más mientras esperaba a que el Tigre volviese.
Un día, como tantos otros, el Tigre se había tirado, como un minino, delante del hogar de leña y recordaba la selva, con todos sus peligros. Recordaba su vida llena de momentos de entusiasmo súbito, visiones instantáneas, planes gigantescos y estrategias inteligentes donde él se lucía con todo su porte. Fue entonces que recordando una de sus tantas aventuras se le escapó un suspiro.
En ese momento la cabra lo escuchó, y le preguntó qué le pasaba. El habló vagamente de la selva y de las bellezas que contenía, y al ver que la cabra escuchaba atentamente, el tigre terminó afirmando que la selva era el mejor lugar para que los gatos y los perros fuesen a buscar diversiones.
No le fue difícil convencer a la cabra, que le gustaba todo lo novedoso, para que lo acompañara a la selva. Pero todo fue un desastre. No bien entraron en la espesura, aparecieron los primeros peligros y mientras el Tigre se relamía pensando que por fin empezaba un poco de acción para desentumecer sus músculos, la cabra se asustó tanto que salió corriendo hacía la primer colina que vio.
Allí se quedó escondida detrás de un pequeño arbusto, hasta que el Tigre la encontró temblando y la llevó al hogar.
Siguió pasando el tiempo y la añoranza y la tristeza que iban penetrando profundamente en el interior del tigre sólo era comparable a lo que le sucedía a la cabra.
Ella seguía quedándose en la casa esperando que su majestad volviese, mientras refrenaba sus impulsos naturales de salir corriendo detrás de cualquier cosa que llamase su atención. Su innata curiosidad no sólo estaba presente, sino que aumentaba constantemente. Ella también suspiraba por lo que no tenía.
Le hubiese encantado salir corriendo hacía el prado y charlar con otros animales, pero no lo hacía pues sabía que esto sacaba de sus cabales al celoso Tigre, que veía por todos lados a galanes pretendiendo a su cabra.
No era difícil imaginar el futuro de la relación: El tigre, luego de haber tratado de vivir su día como un gato, volvía de noche cansado y de mal humor, y se encontraba con la cabra, que había estado encerrada todo el día, tratando de vivir como un perro y con un humor tan malo como el del Tigre.
Alcanzaba un pequeño gruñido del tigre para que la cabra se pusiese loca. Alcanzaba algún pequeño desliz de la cabra para que el tigre rugiese.
Así pasaron los años……
La cabra se recriminaba: – He tratado de ser todo un perro para agradarlo, pero es inútil este tigre nunca termina de convertirse en un buen gato.
El tigre también sentía lo mismo que ella. Había tratado de vivir como un gato. Se había entregado a esa cabra creyendo que se iba a comportar como un perro, y ahora se daba cuenta que era inútil. Lo único que había logrado era tener una cabra triste y rezongona.
Hasta que un día, casi ya sin fuerzas la cabra que quería ser perro y el tigre que quería ser gato, se miraron a los ojos como el primer día, pero esta vez en vez de luz encontraron sus miradas perdidas, tristes, y se dieron cuenta que contra la naturaleza no se puede ir.
Finalmente desde todo el amor que todavía se tenían, se separaron.
Así la Cabra se redescubrió y reencontró con su verdadero ser, volvió a ser ella misma: Recuperó su belleza, disfrutó de su plena libertad, volvió a ser creativa, disfrutó de la naturaleza pacífica, de sus sueños. Buscó y encontró la seguridad que necesitaba en su hogar, desde el cual podía salir a saltar a gusto y sin peligro por los campos verdes. Y finalmente pudo tomarse todo con calma, pues ella valoraba la tranquilidad.
Por su lado también el Tigre se reencontró con su verdadero ser.
Así fue pasando el tiempo para el Tigre y para la Cabra, hasta que un día se encontraron frente a frente. El miró de nuevo a esos ojos cargados de luz, y le dijo: – Yo soy un Tigre. Y ella sin esperar que él preguntara, contestó, mientras también lo miraba fijo a los ojos, también llenos de luz: – Yo soy una Cabra.
Y se fueron felices caminando juntos por un sendero. El Tigre le hablaba de sus historias de la selva, mientras la Cabra le contaba de la última flor que había descubierto en un nueva colina.
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