Si pudiésemos darnos cuenta de lo efímera que es nuestra vida quizás pensaríamos dos veces antes de desperdiciar las oportunidades que tenemos de ser y hacer felices a los demás.
Nos entristecemos por cosas pequeñas, perdemos minutos y horas preciosas…
Perdemos días, a veces años.
No podemos adivinar cuánto tiempo estaremos aquí y descuidamos de nosotros y de los demás.
Callamos cuando deberíamos hablar.
Hablamos demasiado cuando deberíamos estar en silencio.
No damos el abrazo que nuestra alma tanto pide porque algo nos impide esa aproximación.
No damos un beso cariñoso porque no estamos acostumbrados a ellos…
No decimos cuánto amamos, porque creemos que el otro sabe automáticamente lo que sentimos.
Y pasa la noche y llega el día…
El sol nace y se adormece…
Y… continuamos encerrados en nosotros mismos.
Reclamamos que no tenemos tiempo suficiente…
Pedimos a los demás, a la vida…
Nos consumimos.
Y el tiempo pasa.
Pasa la vida sintiendo que no vivimos.
Sobrevivimos, pues no sabemos hacer otra cosa, hasta que, inesperadamente, nos levantamos, miramos hacia atrás, y nos preguntamos: ¿y ahora?
Hoy…
Ahora…
Aún es tiempo de reconstruir, de dar ese abrazo que tanto quisimos, de pronunciar una palabra cariñosa.
Nunca se es demasiado viejo o demasiado joven para amar desde el fondo del corazón…
Sin mirar hacia atrás…
Lo que pasó, pasó…
Lo que se perdió, se perdió…
Miraremos hacia adelante…
Aún es tiempo de apreciar las flores, enteras están en torno nuestro.
Aún es tiempo de vivir la alegría y el amor intensamente.
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