Es indudable que los sucesos de nuestros primeros años infantiles dejan en nuestra alma huellas indelebles; pero cuando preguntamos a nuestra memoria cuáles son las impresiones cuyos efectos han de perdurar en nosotros hasta el término de nuestra vida, permanece muda o nos ofrece tan sólo un número relativamente pequeño de recuerdos aislados, de valor muy dudoso con frecuencia y a veces problemático. Es una concatenación coherente de recuerdos, no comienza sino a partir de los seis o los siete años, y en algunos casos hasta después de los diez. Conservamos en ella todo lo que parece importante por sus efectos inmediatos o cercanos. Olvidamos, en cambio, lo que suponemos nimio. Si nos es posible recordar a través de mucho tiempo determinado suceso, vemos en esta adherencia a nuestra memoria una prueba de que dicho suceso nos causó, en su época, profunda impresión.
El haber olvidado algo importante nos asombra aún más que recordar algo aparentemente nimio.
El histérico presenta una singular amnesia, total o parcial, en lo que respecta a aquellos sucesos que han provocado su enfermedad.
Los Hnos. (C. y V.) Henri realizaron un estudio sobre los primeros recuerdos infantiles, "calificados como recuerdos encubridores" por medio de una encuesta a 123 personas adultas en 1895.
Los recuerdos infantiles más tempranos, por lo general, se extiende entre los dos y los cuatro años (88% encuestados). Hay individuos cuya memoria alcanza más atrás, poco tiempo después de cumplir su primer año, y otros, en cambio, que no poseen recuerdo alguno anterior a los seis, los siete o los ocho años.
Como contenidos más frecuentes de los recuerdos infantiles, bien ocasiones de miedo, vergüenza o dolor físico, bien acontecimientos importantes: enfermedades, muertes, incendios, el nacimiento de un hermano, etcétera. Nos inclinaríamos así a suponer que las normas de la selección mnémica son idénticas en el alma del niño y en la del adulto. Por su parte, los recuerdos infantiles conservados habrán de indicarnos las impresiones que cautivaron el interés del niño, a diferencia del de un adulto, y de este modo nos explicaremos, por ejemplo, que una persona recuerde la rotura de unas muñecas con las que jugaba a los dos años y haya olvidado totalmente, en cambio, graves y tristes sucesos, de los que pudo darse cuenta en aquella misma época.
Los recuerdos infantiles mas tempranos en la mayoría son impresiones cotidianas e indiferentes; sin monto de afecto. No habiendo sido retenidos otros sucesos importantes.
Ejemplo: Como perro en la arena.
Recuerda al niño posado en 4 patas como un perro, escarbando en la arena; tirándola fuertemente hacia atrás.
Tiempo después recuerda: Que producto de la negligencia, se había prendido fuego el piso que limpiaban con solvente al caer una cerilla al piso luego de encender un cigarrillo produciendo importantes quemaduras en las piernas de la dueña de casa que portaba medias de nailon.
Parecería más exacto decir que los elementos no aparentes en el recuerdo han sido «omitidos» en lugar de «olvidados».
En el tratamiento psicoanalítico me ha sido posible descubrir muchas veces los fragmentos restantes del suceso infantil, demostrándose así que la impresión, de la cual subsistía tan sólo un trozo en la memoria, confirmaba, una vez completada, la hipótesis de la conservación mnémica de lo importante.
Hemos de preguntarnos todavía por qué es rechazado precisamente lo importante y conservado, en cambio, lo indiferente.
En la constitución de los recuerdos de este orden particular hay dos fuerzas psíquicas, una de las cuales se basa en "la importancia del suceso para querer recordarlo", mientras que la otra "una resistencia" se opone a tal propósito. Estas dos fuerzas opuestas "no se destruyen, ni llega tampoco a suceder que uno de los motivos venza al otro", sino que se origina un efecto de transacción. La transacción consiste aquí en que la imagen mnémica no es suministrada por el suceso de referencia -en este punto vence la resistencia-, pero sí, en cambio, por un elemento psíquico íntimamente enlazado a él por asociación. Así, pues, el conflicto se resuelve constituyéndose en lugar de la imagen mnémica, originalmente justificada, una distinta, producto de un desplazamiento asociativo. Pero como los elementos importantes de la impresión son precisamente los que han despertado la resistencia, no pueden entrar a formar parte del recuerdo sustitutivo, el cual presentará así un aspecto nimio, resultandonos incomprensible.
Constituye un desplazamiento por contigüidad asociativa, o, en una represión, seguida de una sustitución por algo contiguo (local y temporalmente).
El proceso aquí descubierto -conflicto, represión y sustitución transaccional- retorna en todos los síntomas psiconeuróticos, dándonos la clave de la formación de los mismos. El hecho de recaer para el hombre normal precisamente sobre los recuerdos infantiles constituye una prueba más de la íntima relación entre la vida anímica del niño y el material psíquico de la neurosis; relación tan repetidamente acentuada por nosotros.
Los recuerdos infantiles indiferentes me han enseñado también que su génesis puede seguir aún otros caminos, y que su aparente inocencia suele encubrir sentidos insospechados.
* Un recuerdo encubridor es un sustituto de un recuerdo que fue reprimido (por ser inconciliable).
* Se reprime la representación inconciliable y se desplaza la intensidad psíquica a una representación contigua (local y temporal). Es un desplazamiento por contiguidad asociativa.
Se desplaza del recuerdo importante al indiferente.
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