La intuición es el tesoro de la psique. Es como un instrumento de adivinación o una bola de cristal, por medio de la cual el ser humano puede ver con una misteriosa visión interior. Es como si tuviéramos constantemente a nuestro lado a una sabia anciana que nos dijera qué es lo que ocurre exactamente y si tenemos que girar a la derecha o a la izquierda. Es una variedad de La Que Sabe, de la Mujer Salvaje.
La mayor bendición que los padres pueden dar a su hijos es el sentido cierto de la veracidad de su propia intuición. La intuición se transmite de progenitor a hijo con la mayor sencillez posible: "Has juzgado muy bien. ¿Qué crees tú que hay detrás de todo eso?" Más que definir la intuición como una especie de imperfecta rareza irracional, podríamos definirla como la auténtica voz del alma.
La intuición percibe el camino que hay que seguir para poder sacar el mayor provecho posible de una situación. Tiene instinto de conservación, capta los motivos y la intención subyacente y opta por aquello que causará la menor fragmentación posible en la psique. Esta intuición profunda es la que sabe lo que nos conviene y lo que necesitamos y lo sabe con la rapidez de un relámpago, siempre y cuando nosotr@s queramos anotar lo que ella nos dicte.
El gran poder de la intuición está formado por una vista interior, un oído interior, una percepción interior y una sabiduría interior tan veloces como un rayo. A lo largo de las generaciones, estas capacidades intuitivas se convirtieron en unas corrientes enterradas en el interior a causa del desuso y de una infundada mala fama. No obstante, Jung señaló una vez que en la psique jamás se pierde nada y yo creo que podemos tener la certeza de que las cosas que se han perdido en la psique siguen estando allí. Por consiguiente, este pozo de intuición instintiva no se ha perdido y cualquier cosa que esté escondida se puede recuperar.
"La intuición se presenta como el medio más espiritual de acceder al conocimiento. En realidad, la intuición es sólo la apreciación subconsciente de algún factor de la creación, de alguna ley de la manifestación y de cierto aspecto de la verdad, conocido por la inteligencia, que emana del mundo de las ideas, siendo de la naturaleza de esas energías que producen todo lo conocido y visto. Estas verdades están siempre presentes y esas leyes eternamente activas; pero únicamente a medida que la mente está entrenada y desarrollada, enfocada y abierta, pueden ser reconocidas, posteriormente comprendidas y finalmente adaptadas a las necesidades y demandas del ciclo y de la época. Siempre han existido quienes entrenaron su mente en el arte del claro pensar y de la meditación, enfocaron la atención en la consiguiente receptividad de la verdad, y de este modo influyeron en pequeña o gran metida en un florecimiento cultural dentro de las sociedades de su época.
La intuición, no guía hacia los campos del Conocimiento, es sólo la vanguardia de esa omnisciencia que caracteriza al alma. La verdad de todas las cosas existe y se la denomina omnisciencia, infalibilidad y “correcto conocimiento” en la filosofía hindú. Cuando el ser humano capta un fragmento de ella y la absorbe en la Conciencia Colectiva, se lo denomina el emerger de un cambio de paradigma, sea en el plano psicológico, social, científico o religioso. Las almas son unidades de una Conciencia Suprema, la conciencia iluminada de un alma beneficia a todas las almas".
"La Meditación: del intelecto a la intuición"
Por Alice Bailey
Cuando afirmamos nuestra intuición somos como la noche estrellada: contemplamos el mundo a través de miles de ojos.
Tener buena intuición, buen poder, causa trabajo. Causa trabajo en primer lugar en la observación y comprensión de las fuerzas negativas y desequilibrios tanto internos como externos. En segundo lugar, causa esfuerzo el reunir la voluntad para hacer algo con lo que uno ve, ya sea por el bien, por el equilibrio, o para permitir que algo muera.
No te mentiré: es más fácil deshacerse de la luz y dormirse, pues con ella
vemos claramente todos los lados de nosotros mismos y de otros, tanto lo desfigurado como lo divino, y todas las condiciones entre ambos.
Sin embargo, con esta luz vienen a la consciencia los milagros de belleza profunda en el mundo y en los humanos. Con esta luz penetrante uno puede ver más allá de la acción mala hasta el corazón bueno, uno puede vislumbrar el espíritu dulce aplastado bajo el odio, uno puede entender mucho en lugar de sólo estar perplejo. Esta luz puede diferenciar las capas de personalidad, intención y motivos en los otros. Puede determinar la consciencia e inconsciencia en uno mismo y en los demás. Es la vara del conocimiento. Es el espejo en el que todas las cosas se perciben. Es la profunda naturaleza salvaje.
No obstante, hay momentos en que sus informes son dolorosos y casi imposibles de soportar: pues también señala donde hay traiciones preparándose, donde hay falta de valentía en quienes dicen lo contrario. Señala la envidia que yace como grasa fría detrás de una sonrisa cálida; señala las miradas que son meras máscaras del disgusto. En relación a uno mismo, su luz es igualmente intensa: brilla sobre nuestros tesoros y nuestras debilidades.
La manera para mantener la conexión con lo salvaje es preguntarte a ti mismo qué es lo que tú quieres. Una de las discriminaciones más importantes que podemos hacer en esta cuestión es la diferencia entre las cosas que nos atraen desde afuera y las cosas que nos llaman desde nuestra alma.
Elegimos algo porque casualmente estaba bajo nuestras narices en ese preciso momento. No es necesariamente lo que queremos, pero es interesante, y mientras más lo miramos, más atractivo se vuelve.
Cuando estamos conectados con el yo instintivo, con el alma de lo femenino que es natural y salvaje, entonces en lugar de mirar lo que casualmente está en exhibición, nos decimos: "¿De qué tengo hambre?"
Sin ver nada externamente, nos aventuramos dentro de nosotros y preguntamos:
"¿Qué es lo que anhelo? ¿Qué deseo en este momento? ¿Qué apetezco? ¿Qué quiero? ¿Qué ansío?"
Se requiere de espíritu, voluntad y sentido del alma, y a menudo significa insistir en lo que uno quiere.
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