Desde un rincón muy olvidado de una pequeña ciudad en un pequeño continente…
Abrazada a un árbol, con las raíces quebradas por arraigarse a dolores infinitos, a susurros olvidados por el paso de los años…
Cabalgaba en las olas expandidas de su sentir, nada era predeterminado pero sentía que sus pasos, aunque a veces parecían equivocados , le mostraban invisiblemente el camino acertado.
Sus silencios, siempre prolongados, habitaban prácticamente cada espacio de su cuerpo.
Sentía, sin saberlo, el recorrido de la sangre por todas sus venas, la conexión con la salvia de cada árbol, al que en silencio susurraba: te veo….
No había espacio entre ella y el viento, entre ella y la tierra, entre ella y el mar, los ríos y los lagos, sabía del fuego paciente que moraba en los corazones, esperando ser revivido por el viento con aliento de un espíritu que moraba en el amor. El sol, la luna, las estrellas habitan en su alma.
El néctar de las flores se endulzaba con sus caricias, con el fluir de su latido dentro de una melodía susurrada.
El viento la acariciaba para que a cada paso recordase que los ángeles guiaban sus pasos.
A veces creía recorrer el sendero que iba de ninguna parte a ningún lugar.
Pero ahí estaba toda la luz de todos los seres, para cantarle la melodía de su vida, de su libre destino, hiciera lo que hiciera, fuera dónde fuera, sintiese lo que sintiese iba a ser amada, quizás, sólo quizás no de la forma que se entiende el amor ahí en la tierra. Un amor que apenas es el 20% de lo que es en realidad.
Lágrimas de sentimiento descendían ocultas bajo la piel de su aura de colores, en ese breve instante de tiempo sin tiempo sintió crecer ese amor, ese que va más allá del entendimiento, ese que sólo los dioses sabedores de que lo son, pueden sentirlo.
Ya no importaba sin ningún hombre podría amarla, o verla de verdad, ya no importaba si a eso que la gente llama felicidad era parte de su vida. Seguía su camino, su sentir, su sentimiento, su conexión, la vida dentro de su vida, dentro de su corazón, no podía estar equivocada, el susurro del viento la hablaba, la brisa, las olas del mar, las estrellas….No importaba que lo fuera se reflejara, lo que el espejo de la humanidad le estuviera mostrando.
Ahora sólo tenía que cerrar los ojos, taparse los oídos, y escuchar el latido de la vida que se expande cuando sólo eres lo que eres, sin etiquetas, sin la promesa de lo que puede pasarte o no pasarte, sin la perspectiva de lo que puedes o de lo que quieres llegar a ser, Somos vida, somos Dios, somos el universo, somos el amor, así sentía la expresión de su sentir.
Ella, un ser humano, anónimo, perdida en algún pequeño rincón muy olvidado de una pequeña ciudad en un pequeño continente.
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