La vida en el mundo es cada vez más complicada, cada vez hay que tomar más decisiones. Esto es debido a que aumentan las opciones sin cesar. Nuestros abuelos tenían que elegir pocas cosas a lo largo de su vida.
Nuestros abuelos tenían la vida establecida desde que nacían. Vivían en mundo muy cerrado en el que las cosas estaban previamente aseguradas. Toda su vida estaba marcada por las costumbres y por los hechos cotidianos. Se abrían pocas opciones para ellos.
Actualmente el mundo está lleno de opciones para nosotros. No sólo nuestra vida está suspendida sobre diminutos hilos no estáticos, sino que tenemos que decidir permanentemente entre muchas posibilidades distintas. Desde decisiones importantes, dónde viviremos, con quién, a que nos dedicamos, cuántos hijos tendremos, hasta pequeñas decisiones intrascendentes, qué detergente usaremos en la lavadora, qué galletas nos gustan más o qué canciones cargamos en nuestro ipod. Cada día tomamos cientos de decisiones.
Si una persona tiene desarrolladas pocas capacidades de toma de decisión, vivir en el mundo actual puede crearle muchos problemas de estrés. Continuamente hay que tomar decisiones, una detrás de la otra. Ser indeciso en la sociedad actual es dejarse llevar por las corrientes. Y el que se deja llevar por las corrientes llega a cualquier sitio menos al sitio deseado.
Como consecuencia de la indecisión, hay personas que toman las decisiones demasiado rápidamente, sin tener toda la información necesaria. No razonan, sino que se quitan el problema de encima en cuanto pueden. Son personas atolondradas e imprudentes.
Hay otro grupo de personas que van retrasando las decisiones. Acumulan posibilidades y nunca toman la decisión.
Otros, lo que hacen es recoger información e investigan hasta las últimas consecuencias de cada posibilidad, por lo que tampoco nunca toman una decisión. Se dejan llevar de una posibilidad a otra, ampliando continuamente las posibilidades. Visitan tiendas y más tiendas, acumulan catálogos, estudian las características técnicas, pero nunca se compran la lavadora, porque sale un nuevo modelo, y lo vuelven a comparar con los anteriores, y así hasta el infinito.
Otras personas dejan que las decisiones las tomen otros. Se buscan parejas que tomen las decisiones por ellos, jefes autoritarios que imponen sus decisiones, amigos que deciden a dónde van de vacaciones.
Hay muchas personas que esperan que las cosas se decidan por azar o que sean las circunstancias las que resuelvan los problemas de forma mágica.
Una buena estrategia para tomar decisiones consiste en distinguir entre decisiones y resultados. Las decisiones son el final de un proceso, mientras que el resultado es la consecuencia de una decisión. Existe la posibilidad de tomar una buena decisión y, sin embargo, conseguir un mal resultado. Y al revés, tomar una mala decisión y conseguir un resultado aceptable. Y esto es así porque existen muchos factores que no dependen de nosotros. Por lo tanto, hay que tomar decisiones sobre cosas que dependen de nosotros, de nuestro esfuerzo, de nuestro trabajo.
Todas las decisiones entrañan un riesgo. Siempre podemos equivocarnos. Pero también es cierto que casi siempre podemos rectificar, podemos volver hacia atrás y tomar un nuevo camino. Tomar decisiones es asumir las consecuencias.
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