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LA VISION DE DIOS DE LA MUERTE DE LOS SUYOS

Hace pocos días falleció el hermano de un muy buen amigo mío, casi coincidió con el aniversario de la muerte de una amiga querida. Para nosotros los creyentes, la muerte trae conflictos tremendos entre lo que debería sentir y lo que siento, que a veces nos trae culpa, pues quisiéramos sentir consuelo y no lo logramos. Hoy quiero compartir con ustedes dos realidades de la muerte: cuando la vemos desde la perspectiva de Dios y cuando la vemos desde la perspectiva de la falta que nos hace la persona que falleció. LA MUERTE DESDE LA PERSPECTIVA DE DIOS.- El vino a darnos vida, la muerte no se enseñorea de nosotros Jn. 10:10.- Nada ni nadie nos arrebata de su mano, aquel que fallece en el Señor no ha muerto realmente. Todos vamos a morir Heb. 9:27 y Salm. 89:48.- Estamos aquí de forma temporal. La realidad de los fallecidos en el Señor es tan tranquila que parecen dormidos 1 Tes. 4:13 y 14.- No están sufriendo, están en el gozo de su señor, donde permanecerán para siempre. Bienaventurados (inmensamente felices) los que mueren en el Señor (Jn. 11:25). El día de la muerte de ellos es más linda para el Señor que para nosotros un nacimiento Ec.7:1.- Es el día en que sus hijos arriban a su destino final. El día en que Él los puede abrazar y decirles bienvenido a tu morada eterna, tu sufrimiento ha terminado, solo estarás conmigo para siempre? Habrá algo más lindo para un creyente que ese momento? En alta estima es al Señor la muerte de sus santos (que son los que han aceptado a Cristo). Sal. 116:15. Esta es la perspectiva de Dios, por tanto, el problema es siempre para los que nos quedamos, nunca para aquellos que ya llegaron al lugar que Cristo ha preparado para ellos desde la fundación del mundo. LA MUERTE DESDE LA PERSPECTIVA DE LOS DOLIENTES.- Como seres humanos siempre estamos sufriendo pérdidas, como la de una enamorada que se fue con otro, dinero en un mal negocio, dignidad en una situación vergonzosa, etc., pero no existe una pérdida como la muerte de un ser querido, a ésta, los sicólogos la llaman la pérdida mayor. El Doctor Jorge Bucay psiquiatra y escritor argentino, define el dolor como dolor total, que engloba todo: dice el que el duelo es un dolor físico, porque duele el cuerpo: la cabeza, el cuello, el pecho, el abdomen, la espalda. Es un dolor emocional, porque nos duele nuestra forma de ser, lo que fuimos y lo que no fuimos, lo que pensamos, lo que deseamos, si fuimos o no amorosos o sobreprotectores, cariñosos, exigentes, estrictos. Es un dolor familiar, porque nos duele el dolor de los otros familiares: si pierdo a mi hermano me duele el dolor de mis padres por haber perdido su hijo o el de mis sobrinos que se quedaron sin padre. Es un dolor social, porque nos duele el entorno, donde vivimos donde trabajamos, nos duele la sociedad por lo que hace o por lo que deja de hacer, por su indolencia, por su indiferencia, por su permisividad ante las tragedias de los demás, por su impunidad, y finalmente es un dolor espiritual, porque nos duele el alma e incluso es de las situaciones que más cuestionan nuestras creencias y nuestra fe. Los creyentes desarrollamos frases que no ayudan para nada, solo contribuyen a complicar el proceso de duelo, como por ejemplo: Ya no está sufriendo, está en un lugar mejor, debes dar gracias por haberlo tenido tanto tiempo.- Ese no es el problema, el asunto es que lo extraño. Esta es una prueba y Dios no te probaría más de lo que puedes resistir.- Imagínese semejante cosa, lo que la persona va a pensar es que si fuera débil, esto no hubiera pasado, o lo que es peor que Dios quiere verlo sufrir. Dios lo necesitaba.- Logramos que la persona se resienta con Dios porque yo lo necesito más que El. No existe proceso más difícil que el duelo y aún teniendo la certeza de que él está mejor, su ausencia la sentiré por algún tiempo. Los creyentes tenemos que entender que no es falta de fe que nos duela. Que no está prohibido extrañar y hablar de aquel que se nos fue. Que tenemos que pasar por etapas de dolor que iremos superando, que van desde el momento, en que como decía el poeta chileno Miguel Hernández “me duele más tu muerte que mi vida” hasta aquel, en donde entiendo que no va a volver y que mi relación con la persona fallecida pasa a ser simbólica y recordativa. Hermanos y amigos cuando acompañemos a un creyente que está en duelo entendamos que el dolor no es falta de fe, sino el comprender que por lo menos en esta vida no lo vamos a volver a ver. No es pensar que él está mal, sino que yo lo quiero conmigo, y entonces acompañemos a nuestros seres queridos con un apoyo silente que deje ver que entendemos y que sabemos que no hay palabras de consuelo, sino solamente dejar ver que estamos con ellos.

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