SOLEDADES
Hay soledades buscadas, provocadas y gozadas con fruición.
Momentos en la vida más cortos o más largos en los que elegimos estar solos.
Decisiones importantísimas para las que necesitamos imperiosamente
la calma y la lucidez que aclaren nuestro juicio y nos permitan escoger la mejor opción y,
aún en el caso en que comprobemos que hemos errado el camino,
la equivocación será sólo nuestra y no tendremos la tristeza extra de haber metido la pata por consejo ajeno.
Hay momentos íntimos y absolutamente individuales en que la alegría, el llanto,
el júbilo, la amargura, la euforia o la depresión tienen que ser sólo nuestros...
Momentos extraordinarios en los que una paz cósmica nos protege del caos y la confusión,
y ahí estamos, solos, sin pena ni añoranza, casi como bebes recién nacidos.
Es el mágico momento en el que uno decide entrar a ver esa película que ningún familiar, amigo o conocido quiere compartir porque es un bajón, porque es muy larga,
porque es muy estúpida, porque es demasiado comercial o demasiado artística...
Y entonces uno, más uno que nunca, se mete por propio gusto a hacer lo que se le canta y se le chifla, contra viento y marea.
Existen esos momentos en los que "el alma se serena" y la meditación sin chantada de gurús de ocasión se nos impone como remanso y facultad pensante que nos diferencia de nuestros amigos de cuatro patas, ojitos tristes y rabos juguetones.
A veces son momentos en los que la vida nos enfrenta con problemas muchos más complejos que elegir una película, momentos en los que la soledad ayuda y elimina la confusión de oír veinte campanas y ningún sonido.
¡Bendita soledad aquella que elegimos!
¡Maravillosa quietud para evaluar, sopesar, elegir y reflexionar!
Maldita soledad, en cambio, aquella que nos priva de seres queridos y amigos entrañables que se nos van y nos dejan sin referencia, sin códigos comunes, sin complicidades de vida,
sin recuerdos compartidos, sin secretos repliegues de nuestra existencia que sólo ellos conocen y valoran.
Maldita la soledad de la casa vacía que un día estuvo llena, la soledad de no oír respirar en la habitación contigua o en la propia cama al compañero que no está...
Perversa soledad de la cosecha amarga que les toca a aquellos que no han sabido cultivar la amistad y, llevados por la arrogancia, el orgullo, el mal genio y el egoísmo, han sembrado vientos y soportan las tempestades de la peor soledad y el peor vacío.
Quien ha tenido el tino, la sabiduría y la inteligencia de abrirse al amor,
al afecto, a la amistad y al humor, es muy difícil que sufra la amarga soledad del fin del día.
Uno ve a esos viejitos de la plaza que se enroscan en discusiones políticas y morales
o en interminables torneos de bochas o ajedrez,
a esas viejitas que van a clase de gimnasia o de danza folklórica en centros de jubilados,
clubes o espacios verdes, a veces con su perro faldero o su tejido o su diario,
y se da cuenta de que esos "solos" tienen compañía, que cada roto encuentra su descosido
y que la peor muerte es la del aislamiento y la bajada de brazos ante la "fiera venganza del tiempo".
No es bueno tenerle miedo a la soledad.
Sólo hay que saber que lo que se pierde se puede recuperar aunque sea en parte
de distintas maneras y con diferentes modos.
Es terrible buscar en el nuevo amigo el símil de aquel que no está más; es tonto buscar el reemplazante de aquel amor inolvidable que nos llenó de dicha y que no volverá.
Es más inteligente procurar nuevos amigos,
nuevos amores, nuevas compañías, que serán originales, distintas y por lo tanto estimulantes.
No hay peor solitario que el que se aferra a lo que ya fue o a lo que no pudo ser.
El buscador de compañías, el que no se entrega, el que sabe hablar consigo mismo y con sus queridos fantasmas se proyecta hacia un futuro lleno de sorpresas,
con la ilusión de un niño al que siempre le falta algo por aprender.
(Anónimo)
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