CUMPLIR 50... ! el placer de vivir ¡
El día que cumplí los 50, me miré al espejo con un secreto regocijo. No tenía más canas ni más arrugas que el día anterior y el mundo seguía igual, pero el brillo de la mirada era más intenso. Tal vez por el sueño que había tenido la noche anterior:
Tras muchos esfuerzos, llegaba a la cima de una montaña. Un magnífico panorama se extendía más allá de ambas vertientes. Sentado tranquilamente, contemplaba cómo una multitud apresurada y sudorosa de niños, jóvenes y personas no tan jóvenes subía por la ladera que yo acababa de ascender. Por la otra, descendían sin prisas y disfru-tando del paisaje quienes ya habían celebrado su cincuenta cumpleaños. Ante sus pies se desplegaba una infinidad de senderos. A lo lejos, majestuoso y sereno, un inmenso mar azul nos aguardaba a todos...
En medio del camino
Cumplir los cincuenta años tiene algo de mito. En el inconsciente colectivo es como una frontera legendaria: lejana cuando se es joven; temida cuando se entra en los cuarenta, por asociarse a la pérdida de lo conocido y a la entrada en lo desconocido.
Cuando Dante escribió la "Divina Comedia" tenía sólo treinta y cinco años y ya se consideraba "en medio del camino" de su vida. Para su época, incluso era algo irrealista, pues la media de vida del Medievo europeo no alcanzaba los cincuenta años. Han pasado más de siete siglos y, desde entonces, nuestro viaje existencial se ha alargado considerablemente. Llena de optimismo el ver a felices tatarabuelos de más de cien años rodeados de tataranietos, que aparecen cada vez con más frecuencia en los periódicos. Hoy día, el 14 por ciento de la población en la mayoría de los países occidenta-les supera los 65 años y sólo en España son once millones y medio de personas -30 por ciento de la población- las que "ya han visto el mar desde lo alto de la montaña".
Carl Rogers, sin duda uno de los grandes psicólogos del siglo XX, manifestó en una conferencia, dada cuando ya tenía más de 75 años: "Desde que cumplí los 65, he escrito cuatro libros, unos cuarenta artículos y el guión de varias películas. Creo que esto supone una producción superior a la de cualquier otra década de mi vida". Es claro que, sin dejar de lado los límites físicos impuestos por los años, la edad se halla fundamental-men-te en nuestra cabeza y en la calidad de nuestra obras y de nuestros sueños.
Muchas personas pueden vivir el cumplir los 50 como un acontecimiento desalenta-dor, o incluso deprimente. No obstante, cada vez más personas viven ese paso con serenidad, alegría y, sobre todo, con una sensación de alivio. Cuando los hijos empiezan a valerse por sí mismos, una vez pasado el primer momento de vacío existencial, queda un hondo sentimiento de liberación. Aunque a veces alternen durante un tiempo los sentimientos de serenidad y de ansiedad, de satisfacción y de frustración, lo que se imponen son unas enormes ganas de vivir más intensamente todos los años que quedan por delante.
La "selva oscura"
A mediados de la vida, la mayoría de las mujeres y de los hombres llevan muchos años asentados familiar y profesionalmente. Han ocupado su lugar en la sociedad, tras muchos esfuerzos y algunos desengaños. De la carrera en la lucha por la supervivencia queda alguna que otra cicatriz y se ha perdido parte de los sueños de juventud.
Pasados los cuarenta es raro no haber experimentado alguna separación dolorosa, desilusiones profesionales o simplemente la sensación momentánea de que la vida carece de sentido. Sin embargo, cuando se intenta recuperar el tiempo perdido y rehacernos, todo el mundo nos solicita atención o cuidados: los padres ancianos, los hijos más o menos crecidos, la pareja, los amigos... Al mismo tiempo, a veces es difícil recurrir a alguien, pues las necesidades pueden ser inconcretas o profundamente existenciales, y existe un pudor injustificado a pedir en un periodo de la vida en el que se supone que lo que corresponde es dar. Además, esta especie de obligación asumida coincide con el afloramiento de todo lo que quedó pendiente en los años anteriores. Emergen entonces los deseos de juventud no vividos y los conflictos no resueltos.
Es la época en que parece atravesarse una especie de "selva oscura" hacia no se sabe dónde, en búsqueda de no se sabe qué. ¿Quién no ha sentido en esos momentos el deseo de meterse en una caverna silenciosa y de que se detenga el giro vertiginoso del mundo? La salida de la selva oscura está relacionada a menudo con pasar al otro lado del espejo.
La escritora norteamericana Erika Jong necesita varios centenares de páginas de su autobiografía novelada Miedo a los cincuenta para llegar a una sencilla reflexión: "Yo no soy mi madre y la siguiente mitad de mi vida se extiende ante mí".
La filosofía del sentido común
Cumplir los 50 es como atravesar una sutil e invisible barrera que no le hace a uno más viejo, sino más prudente en los juicios, más tolerante y paciente ante los propios fallos y los deslices ajenos. Tal vez a muchos no nos guste el mundo que vemos cada mañana al despertar-nos, pero, más o menos integrados en el sistema, ya no vale rebelarse contra él, sin aportar soluciones de recambio. A esta edad se tienen las herramientas necesarias para influir, cuando menos, en el entorno cercano.
A veces encontramos personas que parecen cargar pesadamente sobre sus espaldas medio siglo y cuya única meta es el jubilarse. A algunas las circunstancias les hicieron envejecer antes de tiempo, pero otras simplemente dejaron de seguir su voz interna, renunciando a su propia vocación. Pusieron simplemente su felicidad en el futuro. Pero el futuro se hace día a día. Ciertamente ya es tarde para ser atleta olímpico o astronauta, pero no para ser un buen profesional o llevar a cabo ese proyecto de vida ahogado hasta ahora por las obligaciones familiares o laborales.
Cada año que pasa se cumple entonces con gratitud y sin necesidad de ocultarlo, como si fuera el año más dorado de nuestra vida. En estos años intermedios, aún no le ceden a uno el asiento en el autobús, pero ya no hay tantas ocasiones para cederlo. Los recuerdos se mantienen todavía frescos: "Mi reino vivirá/ mientras estén verdes mis recuerdos", ha escrito el poeta José Hierro; y se podría apostillar: Y mientras siga fructificando la energía que les dio vida.
Una nueva iniciación
A mediados de la vida, se despierta uno de muchos autoengaños del ego. Se sale de las estructuras de lo adecuado y de lo esperado por los demás. La psicoana-lista junguiana Elisabeth S. Strahan afirma que la menopausia provoca en las mujeres la aparición de fantasmas inesperados, que exigen la integración de la sombra inconsciente. Es un período de enjugar lágrimas por lo que pudo ser y ya nunca será, de romper con muchos de los convencionalismos sociales y reconectar con la naturale-za. Algunas mujeres inician estudios o actividades profesionales, tras haberse consagrado a la familia durante quince o veinte años. Otras, empiezan a crearse una vida social autónoma, independiente de la del marido o la de los hijos o a realizar tareas sociales.
Por su parte, a los hombres les llega el momento de abandonar su antiguo comportamiento, típico de una sociedad patriarcal, que les condujo a competir o a explotar, a dominar o a rebelarse, para cumplir otros proyectos más cercanos a su verdadera vocación y más orientados a la solidaridad y al servicio.
Ya no rige sus acciones el arquetipo del Héroe, cuya meta es la conquista. Sus nuevos arquetipos son el Cazador, el Chamán o el Tramposo, protagonistas de los relatos para hombres de todas las culturas, que recientemente empiezan a ser recuperados por los antropólogos culturales. Estos nuevos modelos les incitan a buscar una nueva masculinidad profunda y madura, que sólo puede encontrarse tras haber integrado la parte femenina interna.
Películas como "Lo que queda del día" o "Los puentes de Madison" reflejan un importante cambio generacional: se puede vivir un gran amor apasionado más allá de los cincuenta. Cuando el deseo se centra, pero no se ha apagado todavía la llama, se puede ser "cincuen-tañero" o "cincuentañera" joviales y asentado, en lugar de "cincuentón" o "cincuentona" amargados y sin ilusiones.
Según los antropósofos, que dividen las edades del ser humano en septenios, al entrar en el octavo -49 años- es cuando se inicia el ciclo de la manifestación en el mundo y de la maestría. Tal vez sea esto lo que haga Clint Eastwood, protagonista masculino de la segunda película citada: no hace el ridículo al abandonar sus antiguos papeles de "duro", sino que contribuye a mostrar un nuevo símbolo de una nueva masculinidad adulta.
Benigna la estación, dulce la hora...
Dostoyeski escribió que el verdadero goce de la existencia comienza a los 50. Es cierto que en estos años las alegrías duran menos, pero también desaparecen antes las penas. Las tragedias van perdiendo el color rojo de la pasión y se recubren con una pátina hecha de serenidad ecuánime. Llegamos así a ser testigos cada vez más sabios de nuestro propio devenir y a ampliar los límites de nuestra identidad, más allá de la pertenencia a una familia, a un partido político o a una nacionalidad determinada.
Al final del verano los frutos están en sazón; las hojas secas y las semillas maduras empiezan a caer a la tierra. El equipaje se aligera, al irse soltando el lastre de los prejuicios y de las falsas necesidades. En el pozo del olvido van diluyéndose los viejos rencores, hasta que surge un reconfortante sentimiento de perdón. Pero, sobre todo, se pierde la compulsividad por hacer y se va ganando la necesidad de simplemente ser. Ser más allá de la necesidad de aceptación y de reconocimiento ajenos.
Cuando miramos hacia adentro con esta perspectiva, pueden surgir la risa y el humor, la perplejidad y la paradoja. Es entonces cuando se inicia el camino de la verdadera sabiduría, porque se empieza a integrar los polos opuestos de la realidad: la bondad y la maldad, el pasado y el futuro, el fracaso y el triunfo, el poder y la vulnerabili-dad... Es en esos momentos cuando surge con más fuerza el planteamiento de las verdaderas preguntas: esas que han estado arrinconadas en el frenesí de la acción.
Alan Watts, el gran filósofo estadounidense que acercó la sabiduría oriental a Occidente, afirmó que, cuando se han alcanzado algunas de las metas que nos propusimos, es el momento de darnos un tiempo para reflexionar en lo esencial: ¿quiénes somos realmente y cuál es el secreto de las cosas?
En la sociedad hindú tradicional, entre los 50 y los 75 años, cuando alguien era capaz de dejar establecida a su familia y sus negocios, podía retirarse a un monasterio para meditar sobre estas cuestiones y buscar la realización interior. En la sociedad moderna occidental, y cuando queda "media vida por vivir", es necesario hacerlo en medio de la actividad cotidiana, para que el aroma de estas preguntas esenciales impregnen nuestra acción en el mundo que nos ha tocado vivir.
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