Mitología de las constelaciones
En noches claras sin nubes y lejos de las luces de las ciudades el cielo se ve tachonado de estrellas. Hay estrellas que brillan más que otras. La estrella llamada Sirio, en la constelación del Can Mayor, es la que ve más brillante desde la Tierra. Sirio refulge como un faro de navegación que no estuviera muy lejos. Otras estrellas brillan con menos intensidad y se ven como luciérnagas en el cielo; otras más, las más tenues y abundantes, parecen en conjunto nubes de polvo.
Las estrellas no son todas del mismo color. Sirio es muy blanca con un toque de azul, pero Aldebarán –la estrella más brillante de la constelación de Tauro—es anaranjada, y nuestro sol es amarillo. Hoy sabemos que el color de las estrellas depende de su temperatura y de su composición química. Los astrónomos usan el color de las estrellas para clasificarlas.
Cuando en una región del cielo vemos algunas estrellas que se ven más brillantes que las demás las agrupamos mentalmente y formamos con ellas figuras parecidas a las de esos cuadernos de iluminar en los que hay que unir los puntos para ver el dibujo. Esas formas son las constelaciones. Las estrellas que forman una constelación no están necesariamente cercanas entre sí. Las de la Osa Mayor, por ejemplo, sí lo están porque son estrellas que se formaron en la misma nube de gas y polvo –son estrellas hermanas. Pero las de la constelación de Orión no: se encuentran todas a distancias muy distintas. La figura que parecen formar es un efecto de la perspectiva desde la cual las vemos.
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