Pequeños tiranos: rápidos y contestatarios
"Yo no hago caso." Así, Juan, de dos años y medio, fija su posición cuando su mamá le advierte del riesgo al que se expone si salta desde el quinto escalón de la escalera.
Inteligente, rápido y contestatario, no acepta el límite de su autonomía y estalla escandalosamente ante la menor frustración. Padres dedicados y afectuosos, hiperatentos, le hablan como iguales, explicando y justificando cualquier decisión que tomen y consultando democráticamente su joven voluntad.
Finalmente, llegan a la consulta preocupados y excedidos por las manifestaciones del trastorno, en algunos casos, de agresividad, de oposicionismo, de integración social. Pero aquello que los angustia es su imposibilidad de intervenir eficazmente.
Al no advertir la desarticulación subyacente al trastorno ni los costos que este funcionamiento le ocasiona al niño, se sienten víctimas de un tirano. Esto se acompaña en los padres por sensaciones de fascinación y orgullo frente a "las excepcionales respuestas" de su hijo.
Se expresa, de este modo, una fisonomía despareja y disarmónica que produce un niño poderoso y excitado, eclipsando otro aspectos muy precarios e inmaduros. Estamos frente a una configuración singular. Del lado de los adultos, escuchamos la impotencia y el desconcierto, aunque acompañados de admiración. Del lado del niño, en cambio, observamos omnipotencia, prescindencia, soberbia.
Difícil de conciliar es este enroque de posiciones adultas encarnadas por un niño, con modalidades infantiles presentes en los adultos. La tenue diferenciación entre padres e hijos es efecto de distorsiones en la constitución de la imagen de sí. Una lente de aumento devuelve al niño una visión magnificada de sí mismo, a la vez que refleja una visión disminuida de los padres.
De este modo, en lugar de ser el Yo un recurso identificatorio operativo, termina siendo una ilusión óptica. Creyendo en su consistencia, los padres desmienten la dependencia y fragilidad propias de la infancia y, angustiados, llegan a la consulta.
El proceso de crecimiento no es necesariamente armónico ni parejo. Aspectos más desarrollados coexisten con otros más inmaduros. Pero, en todos los casos, el desvalimiento es condición de la infancia. Desestimarlo genera más patología.
Leer en la actitud desafiante del niño signos de labilidad y pedidos de contención es ya un avance en la dirección de un cambio. No se trata de luchar contra el niño, sino contra la impotencia que sienten los padres frente a la dificultad.
Para ello es fundamental no dejarse engañar por el poder de los "superhéroes".
Por Susana Kuras de Mauer y Noemí May
Miembros titulares de la Asoc. Psicoanalítica de Bs. As. y de la Asoc. Psicoanalítica Argentina
Comentarios
Publicar un comentario