Habito en el espacio que existe entre la locura y la
normalidad esperando la señal del control remoto
celestial que defina mi destino.
En este andar a tumbos entre flores de incertidumbre,
ramas de acertijos, frutos de infinitas respuestas y
prados que se pierden en los horizontes de la
frustración, concluyo que cualquier filosofía es mera
medicina para apaciguar por un instante el dolor de la
existencia.
Esta noche, después de larga espera, me visita la
desesperación, sale del espejo como plaga de pesadillas
cubriendo reflejos de la luna sobre mi cama.
Iniciamos una lucha febril sin reglas: revolturas de
rezos, sábanas y mantas; gemidos sordos que rechinan
por los rincones; sudores pútridos sorbidos por ácaros
que corren por mi piel.
Clavada en el colchón imploro la llegada del día.
Busco un tanque de oxígeno para respirar entre los
vapores sulfurosos del infierno. Mi cuerpo se rinde
intoxicado.
Llega el amanecer, aparece un alivio momentáneo
seguido de un dolor lacerante que me retuerce. Se
encajan en mi espalda cientos de garras infectadas de
fobias injustificadas. Mi cuerpo es un gran arco
tensado que sale disparado contra las paredes. Corro
hacia el baño y tropiezo con la silla. Me arrastro como
perro rabioso. Me asomo al espejo de mis desechos y
estrello el agua fría que cabe en mis manos sobre mi
cara. No hay escapatoria, estoy despierta y este cabrón
ya se afianzó con espuelas.
Salgo despavorida a la calle, ese desierto de soledades
que no dan compañía. Una bata es el único escudo
contra la intemperie. Brinco y muevo los brazos como
payaso perseguida por el ridículo y no la gracia. Me
arrastro sobre las alcantarillas, me agarro a las paredes.
El miedo sigue ahí, aferrado, encaprichado,
enquistado.
Un avión parte el cielo con una línea blanca en la
lejanía. Supongo que podría librarme de esta bestia
utilizando la velocidad de mi cuerpo contra el viento.
Tengo que esconderme en un edificio. Busco mi
edificio salvador girando mi cabeza bruscamente,
percibo los destellos de sus cristales polarizados y me
dirijo a su entrada.
Su boca fría esta abierta. Una lengua roja, rodeada de
pisos encerados, da calor a mis pasos. Nadie es testigo
de este reflejo monstruoso en las puertas del ascensor.
Contemplo mi hermoso brillo metálico. Las puertas no
se abren. Arden mis hombros y de mi cuello, chorrea un
líquido viscoso sobre mi columna. Hormigas salvajes se
arremolinan en la puerta de mi cerebro. ¡No puedo
esperar más!. Me dirijo a las escaleras y subo con
desesperación. Cada piso es un respiro de alivio. Las
barandas vitorean mi esfuerzo. Llego exhausta y
jadeante a la última puerta, y al ver su abrigo de polvo,
supongo que esta bloqueada, pero nadie resguarda
secretos en este paraje. Salgo al aire helado y golpeo los
trastos que entorpecen mi camino.El impermeabilizante
del suelo se pega a mis plantas rogando que me detenga.
Un azul plomizo cubre mis ojos. Me detengo al borde
del vacío. Quedo firme unos segundos y abro mis
brazos como una Virgen de la modernidad sin,
seguidores exenta de resurrección.
Una delgadísima frontera divide la vida de algo mejor.
Observo los trazos de las calles, las líneas blancas e
intermitentes, los peatones haciendo borrones de colores,
los coches pitando. Un vértigo invade mi vientre
recordándome el preludio del acto sexual. Intento
dejar mi mente en blanco. Ganan las náuseas, el mareo y
las nauseas explosivas de mi miedo. El corazón
reclama la continuidad de mi existencia en
palpitaciones desincronizadas. Tiemblan mis
extremidades. Se hiela mi espalda. Doy media vuelta
apuntando mi cabeza erguida hacia el lado contrario del
amanecer, las redes de mi vista atrapan la otra mitad de
la ciudad. ¡Quémate engendro!.¡Púdrete aborto
nocturno!.¡Incinérame sol!. La comezón intensa se ríe
de semejante representación y da el empujón final.
Caigo con la esperanza de engañar a mi enemigo en el
trayecto o aplastarlo en mi caída libre hacia el suelo. El
maldito se adentra y aparece con su mueca cínica sobre
mi pecho. Tomo su cuello con todas mis fuerzas. Las
venas de mis manos se ven hinchadas, mientras sus
negros ojos se fijan en mi rostro.
Reflexiono que aventarme ha sido un verdadero acto de
osadía. En un magnífico giro felino, mi acompañante
muerde el polvo microsegundos antes de que mi carne
salpique, a los transeúntes indiferentes, con la sangre
de una valiente recién curada de espantos.
En palabras simples Esquizofrenia (locura) es MIEDO, me gusto este poema porque yo he sentido asi, ayer el Doctor me dijo que mis problemas de salud provienen del miedo......y es verdad, voy a buscar ayuda para liberarme totalmente del miedo....
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