Muchas culturas antiguas tenían la seguridad de que plantas y árboles poseían un tipo de energía vitalizadora, siendo ésta beneficiosa, a la vez que curativa, para el ser humano.
Actualmente estamos regresando a este conocimiento, por tanto tiempo marginado, y comprendiendo que culturas como la celta, quienes pensaban
así de los árboles, tenían razón en muchas de sus creencias.
La ciencia nos ha mostrado cómo las plantas y los árboles reaccionan a nuestros estados de ánimo, y aún más, poseen el suyo propio, así como memoria y capacidad de reconocimiento. Ahora estamos conociendo la capacidad que poseen para beneficiarnos a través del flujo de su energía y que podemos aprovechar con solo estar cerca de ellos, así como por medio del contacto físico.
Sentarnos bajo un árbol o tocarlo por un rato, nos ayudará a obtener parte de esa energía vitalizadora y curativa.
Volviendo a lo que pensaban antiguas civilizaciones, algunas creían que cada árbol poseía un tipo de energía específica. Por ejemplo, se pensaba que el pino fortalece el sistema respiratorio, el saúco favorece el funcionamiento del hígado y del bazo, así como el tejo ayuda a calmar las molestias de carácter reumático. Otros beneficios nos lo daría la encina que contribuye a la lucidez intelectual, el cerezo que tiene su influencia sobre los órganos sexuales, el abedul que nos ayuda a superar estados depresivos y de decaimiento anímico, o el castaño que aporta serenidad.
Más allá de clasificar cada árbol y sus beneficios específicos, la realidad es que nuestro organismo, y por ende nuestra mente, se ven altamente favorecidos si establecemos contacto con los árboles, aumentando nuestra vitalidad y salud gracias a ellos.
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